LASCIVIA - CAPITULO 1: IRIGOYEN (COPY:SCO)
(…) Un día otoñal frío y gris acogió al pueblo en su despertar. El prolongado letargo, artificial e impuesto, había llegado a su fin. Sus ojos se iban abriendo poco a poco dejando paso a la luz, para que penetrase a través de las pupilas contraídas, hasta entonces siempre dilatadas. La vecindad tomó la calle, minutos antes desierta. Aquella masa abigarrada y silenciosa, se dirigió a la plaza del pueblo. El reloj de la Iglesia se convirtió en el epicentro de las miradas. Cuando el mediodía fue anunciado, con una sucesión melódica de doce campanadas, primero unos luego otros, procedieron a mirar a su alrededor con cara de estupefacción. Entre la multitud alguien dijo: ¡Esto ha sio un timo, la culpa de to esto la tié el Benito! Una gran algarabía destronó al silencio reinante hasta entonces y todos acudieron en tropel a la Iglesia. Golpearon y golpearon las puertas. Me pareció estar en uno de aquellos motines, narrados en los libros de Historia que leía de niño. Las puertas de la Iglesia se abrieron y tras ellas apareció un ser bajito y enjuto que más que un hombre parecía un gnomo famélico y, más que un gnomo famélico, parecía una seta deshidratada debido al sombrero redondo y negro que ocupaba la mayor parte de su figura. Supuse que aquel hombrecillo era “El Benito”, más que nada porque todos le gritaban: ¡Benito, eres un peazo de cabrón!. El tal Benito debía de ser el cura del pueblo por deducción evidente, ya que llevaba un atuendo a modo de escarabajo pelotero. El cura Benito levantó las manos con las palmas dirigidas hacia la muchedumbre diciendo: - ¡Silencio! - Al instante hubo silencio - Os he salvado de la quema y ¿Así es como me lo agradecéis? Puede que seáis los únicos habitantes sobre la Tierra ¿No lo habéis pensado?. ¡Y todo gracias a mí!
De repente un ruido proveniente del cielo acaparó toda la atención. Parecía el sonido producido por un abejorro de unos doscientos kilogramos sobrevolando la zona. Todos miraron hacia arriba. Resultó ser una avioneta que anunciaba Coca-Cola. El cura rectificó: - Probablemente no seáis los únicos en la faz de la Tierra. ¡Pero si el planeta sigue girando es gracias a mí!
Acto seguido, objetos de toda índole empezaron a caer sobre Benito: verduras, piedras, bragas, dentaduras postizas, aparatos auditivos… Para refugiarse de aquel diluvio sólido se introdujo en la iglesia a toda velocidad escondiéndose tras una escultura de Jesucristo crucificado. La gente entró en la iglesia con la misma fuerza que sale el cava de la botella previamente agitada. El cura presionó el botón de puesta en marcha de un magnetófono próximo a él, también detrás de la estatua de Jesucristo crucificado. El aparato comenzó a emitir unas vibraciones psicofónicas que parecían venir de ultratumba. La grabación decía: ¡Atrás, gente de poca fe! ¡Deberíais dar las gracias a Benito en vez de hostigarle! Él ha estado rezando mucho por vuestra salvación; Si por mí fuera os haría cocinar en las llamas del infierno. Pero os perdono porque así me lo ha pedido. ¡Espero que jamás volváis a dudar de él!
Todos retrocedieron con expresión de pánico. De pronto la voz de ultratumba se transformó en una voz acelerada y aguda que no se entendía bien, pero que decía algo así como: ¡Ahora marchaos a vuestras casas y pensad en lo que os he dicho!
Creyeron que Jesucristo estaba tan enfadado que en un ataque de ira, le había salido esa voz de pito histérica, así que salieron de la iglesia a toda velocidad y se encerraron en sus casas para poder digerir lo que allí había acontecido.
Benito respiró profundamente y se secó el sudor que le resbalaba por la frente. No sé cómo pero supe que Benito estaba pensando en cómo las circunstancias le habían hecho llegar a aquella situación. Si aquel día, escuchando la radio, no hubiese tomado como verdad absoluta lo que alguien a quien no veía ni conocía le contaba, nada de aquello hubiese pasado y estaría tranquilo y feliz. ¿Cómo podía haberse imaginado que lo que él creía que era una información verídica no era sino un serial llamado Apocalipsis? Cuando las ondas emitidas por la radio se hicieron comprensibles a su cerebro se quedó atónito. Las palabras que le afectaron tanto fueron: “Quedan exactamente cuatro meses para el fin del mundo, y cada uno de nosotros será sometido al Gran Juicio Final”. Su primera reacción fue reunir a los vecinos de Conejos Calientes - que así se llamaba el pueblo - y contarles la asombrosa y trágica noticia.
La conexión del pueblo con el resto del mundo se efectuaba a través de Benito. Nadie, excepto él, tenía radio ni televisión, no porque hubiera ninguna dificultad de tipo técnico sino porque el pueblo consideraba que las nuevas tecnologías suponían un instrumento del Estado para hipnotizar a la población, y así conseguir que todo el mundo pensase y actuase a su antojo. Por no haber no había ni prensa; el único kiosco que había en el pueblo tuvo que cerrar porque sólo Benito compraba el periódico. Los avances tecnológicos estaban muy lejos de Conejos Calientes.
Tras recibir la mala nueva hubo quien lloró, hubo quien se desmayó, hubo quien se fue a beber para olvidar…
Cuando al escuchar la radio al día siguiente, a la misma hora del día anterior, el locutor dijo: ¡Capítulo número veintidós de Apocalipsis! E inmediatamente después se oyó gente gritando: ¡No, por favor, no acabes con nosotros, perdónanos Señor!, Benito comprendió que había confundido una noticia con una novela radiofónica. También comprendió que no podía decirle al pueblo que todo había sido una confusión porque, si lo hacía, le podían hacer lo mismo que al hijo de “la Paquita” que por decir que la Virgen María engañó a San José con el Espíritu Santo, le corrieron a palos obligándolo a dirigirse hacia la cochiquera de Eusebio, y allí lo rebozaron con los excrementos de los cochinos. No pararon hasta que vomitó de asco. Benito no hubiera podido soportar una humillación semejante. Así fue como se le ocurrió la idea de ocultarle al pueblo que todo había sido una equivocación y seguir la farsa hasta el final. En primer lugar les reunió a todos en la puerta de la iglesia y les hizo saber que había encontrado la solución al problema del fin del mundo en el libro del Apocalipsis, en la Biblia. Les dijo que tendrían que abastecerse de víveres y permanecer encerrados en sus casas sin hablar con nadie hasta el día indicado para el fin del Mundo, vaticinado por Benito para cuatro meses después. Así, pensó que al no tener que relacionarse con ellos evitaría verlos lamentarse y que, por pena, les dijera la verdad. Les aseguró que pasado ese tiempo se produciría un gran estruendo que indicaría el inicio del Gran Juicio y posteriormente oirían el dictamen del Señor.
Durante los meses que duró el enclaustramiento colectivo, Benito hizo provisión de petardos, cohetes… y otros artefactos pirotécnicos que le adquirió a un chino del pueblo vecino que tenía una tienda de “Todo a 100”. Le costaron muy baratos pero, cuando llegó el momento de hacerlos explotar, el único ruido que emitieron fue una especie de ventosidad ridícula. También estuvo preparando la voz de Jesucristo para el día señalado, preparando varias versiones en función de las hipótesis planteadas en cuanto a posibles desenlaces de los acontecimientos. Fue lo único que funcionó, aunque al final se enganchara la cinta del cassette en los cabezales del reproductor.
Mi papel de espectador externo terminó en el instante en que me introduje en el cuerpo de Benito. Sus ojos eran mis ojos y sus oídos los míos. Me sentí asustado y a la vez satisfecho por mi labor. Me sorprendió el hecho de no sentir pena por aquella pobre gente que acababa de salir de un enclaustramiento forzado por mi falta de responsabilidad. Siempre asocié a los sacerdotes con la paz espiritual, con el sosiego y con la fe y, sin embargo, toda una serie de teorías que avalaban la no-existencia de Dios rondaban por mi cabeza de manera alarmante. Pero eso no fue todo, lo peor llegó cuando el sexo me empezó a quemar y una urgencia de saciar un deseo irresistible se apoderó de mí.. Pensé en ir a visitar el prostíbulo del pueblo de al lado y apagar mi sed, pero desistí de la idea y opté por la masturbación. A pleno día era una autentica locura dejarme ver entrando en la “casa de citas”, tenía una imagen que cuidar. Después de la práctica onanista salí a dar un paseo para que me diera el aire. La gente del pueblo me hablaba y me miraba como si fuera un ser superior que tuviera la facultad del castigo y del perdón. Por primera vez en mi vida me sentí seguro de mí mismo, creí que era importante. Los vecinos, unos tras otros, se acercaron a mí para darme las gracias por haberles permitido seguir con vida y por haberles servido de abogado defensor en el gran Juicio a la vez que solicitaban la absolución por haber dudado de mi palabra. Aquello empezaba a gustarme realmente. Gobernar vidas, manejarlas, moldearlas, destrozarlas, guiarlas…. ¡Era fantástico! En aquel instante el sonido del despertador me sacó del sueño y aparecí en mi habitación, en mi cama y en mi cuerpo. ¡Fue todo tan real! Aún sigo mirándome en el espejo porque temo convertirme en ese dichoso cura. ¡Ayúdeme doctor! Creo que me estoy volviendo loco…
Era evidente mi vida tenía que dar un giro. Estudié Psicología por auténtica vocación. Siempre me intrigó el funcionamiento de la mente humana, porqué unos individuos se comportan de una manera y otros de otra, qué es lo que provoca los estados depresivos, como influye nuestro entorno en nuestra manera de relacionarnos con los demás, en nuestra forma de mostrar el afecto… Creí que iba a descubrir un mundo nuevo lleno de incógnitas que despejar. Creí que podría ayudar a mucha gente a superar sus problemas psicológicos y así procurarles una existencia mejor. En vez de eso me encontré con personas que no querían enfrentarse a sus fantasmas, que lo que deseaban era que les escuchara, que les diera la razón, un par de palmaditas en la espalda y algún que otro consejo que en ningún momento iban a considerar, que les recomendara algún fármaco que les hiciera sentir “un poco más felices”. Me contaban historias de todo tipo, a cuál más increíble. Al principio me hacía gracia pero después me fue pareciendo cada vez más patético. Aquel día, después de escuchar a mi paciente narrar aquel sueño tan insólito decidí que no podía continuar con aquello. Cuando me pidió que evaluara el origen de aquel sueño y su significado me dieron ganas de decirle: ¡Está usted como unas maracas, pero no se preocupe, nadie muere por eso, como mucho morirán de aburrimiento los que tiene alrededor al escuchar sus sandeces! Pero me abstuve y lo único que dije fue:
- Espero que no le importe si le hago llegar su expediente a un colega mío especializado en su problemática. Podrá ayudarle más eficazmente que yo incluso dado que es una eminencia en las diversas teorías sobre los sueños. Se llama Joaquín Sánchez. Yo no podré seguir atendiéndole. He de irme de viaje mañana mismo y no sé cuando regresaré.
- Pero, ¿Qué va a pasar con su consulta?
- He decidido cerrarla durante el tiempo que dure mi viaje.
- ¿Y qué voy a hacer ahora? Me había acostumbrado a usted, ya sabe lo tímido que soy, me costará abrir mi mente a un desconocido.
- El doctor Sánchez no es ningún desconocido, es amigo mío y le garantizo que es un gran profesional, mucho mejor que yo si cabe.
- Pero por si le necesito ¿No me puede dejar un número de teléfono donde localizarle, una dirección…?
Aquella pregunta me dejó helado. Me percaté de que tendría que cambiar mi número de teléfono, la mayor parte de mis pacientes lo conocían y en cualquier momento podrían irrumpir en mi vida con sus neuras. Afortunadamente a ninguno de ellos le confié la dirección de mi domicilio.. Cogí un papel y con mi bolígrafo del que jamás me separo escribí nueve números al azar y debajo puse mi nombre. Se lo entregué diciéndole:
- Si necesita algo no dude en llamarme.
- Muchas gracias, doctor, es usted la mejor persona que he conocido nunca…
Seguro que estuvo llamando a aquel número de teléfono como un poseso. Ahora me da pena el pobre diablo pero era lo único que se me ocurrió en aquel momento…
- Creo que ya he hablado demasiado de mí. Me gustaría que ahora seas tú la que tome la palabra.
- ¿Qué quieres que te cuente?
- Si estudias o trabajas, qué música te gusta, tus aficiones, tus escritores favoritos si es que te gusta leer…
- Creo que a esas preguntas contestaré en otro momento. Hoy estoy muy cansada y me apetece irme a casa.
- ¿Te encuentras bien? ¿He dicho algo que te ha sentado mal?
- Lo que pasa es que, como ya te he dicho, estoy muy cansada y me gustaría dormir, se me cierran los ojos y creo que en esta situación ni tu ni yo podremos disfrutar de la conversación.
- Está bien. Si quieres te acompaño a tu casa.
- No, gracias, cogeré un taxi.
- Entonces, permíteme que vaya contigo a buscarlo, no me gustaría que te pasase algo, todos pensarían que soy un maníaco homicida.
- Está bien. ¿Qué te debo por las cervezas?
- Nada, es una invitación de tu psicólogo personal.
- Insisto en pagarte la mitad de la cuenta.
- No insistas, un caballero jamás permite que una dama pague.
- Estoy demasiado cansada para discutir, pero nunca me han gustado los formalismos sociales.
Aquel día me asusté mucho porque me pareció un hombre tan encantador, que creí que también yo iba a caer en sus redes. De lo que se trataba era de darle una lección por lo mal que se lo había hecho pasar a mi amiga Elena y no de caer también yo en su tela de araña. La pobre se había enamorado como una loca, pero él cada día se dedicaba a una conquista nueva. Es cierto que nunca le prometió nada pero aún así debería haberla tratado con más delicadeza. El plan era conquistarle y luego romperle el corazón, pero no pude porque no le volví a ver más. Así fue como conocí a Raúl Irigoyen. Es todo lo que sé…
Mientras los policías interrogaban a todo bicho viviente que se encontraba en el pub “Lascivia” yo me reía de que precisamente a mí, que era el que más profundamente conocía la historia, nadie me preguntase nada de nada. Los dos policías que entraron en Lascivia argumentaron que el interrogatorio que estaban llevando a cabo sobre Raúl, tenía como objeto aportar nuevas pruebas a las que ya tenían para procesarle por pedofilia.
Es cierto que Raúl decidió cerrar su consulta e iniciar una nueva vida. Fue lo único verídico que escuché de boca de las personas que fueron interrogadas en Lascivia. Posteriormente caí en la cuenta de que a nadie se le hubiera ocurrido preguntarme nada, puesto que no esperaban de mí respuesta alguna. ¡Qué ilusos! En fin, relataré la historia tal y como sucedió.
Raúl estaba realmente harto de la vida que llevaba. Ya no soportaba a sus locos, ni siquiera se soportaba a sí mismo. Siempre había defendido la libertad a ultranza y, sin embargo, se había convertido en un esclavo más de la sociedad. Se levantaba todos los días a la misma hora a excepción de los domingos, tenía un horario preestablecido, una economía solvente…En fin, más o menos igual que la mayoría de los seres que habitan este país. Un día, no sé porqué, se dio cuenta de que aquello no era lo que siempre había deseado. El sueño que le contó su paciente fue la gota que colmó el vaso. Cuando el enfermo se hubo marchado de la consulta, Irigoyen decidió no poner los pies en ella nunca más. Ni siquiera avisaría al casero que no iba a cobrar ni una sola mensualidad más. Desde aquel día la irresponsabilidad iba a ser su lema y la libertad su religión. Salió del despacho cerrando la puerta tras de sí. Dicen que cuando alguien se despide de algo o de alguien, si vuelve la cabeza para mirar lo que deja atrás es que no es una verdadera despedida sino un síntoma de duda y de inseguridad en lo que se hace; Raúl debía de estar muy seguro porque, en ningún momento, volvió la vista atrás. Bajó las escaleras del edificio y cuando salió a la calle, el aire tenia otro aroma, el cielo otro color, el tráfico otro sonido…Sólo la gente seguía manteniendo el semblante ácido y malhumorado de la gran ciudad.
Estaba realmente eufórico, no sabía lo que iba a hacer a partir e aquel instante, de qué iba a vivir…Pero la felicidad le embargaba. Se quitó la chaqueta del traje y la tiró en un contenedor de basura, lo mismo hizo con la corbata, la imagen del protagonista de Cowboy de Medianoche le vino a la mente y se sintió identificado. Paseó y paseó por las calles de Madrid hasta que unas luces de neón llamaron su atención. Eran las doce de la noche. La hora bruja. En el letrero luminoso se podía leer la palabra “Lascivia”, escrita con letras mayúsculas de color rojo intenso. Algo superior a sus fuerzas le hizo entrar en aquel pub. La iluminación del local provenía de unas bolas colgadas del techo que giraban sin cesar emitiendo destellos de innumerables colores. Había gente ocupando los espacios más recónditos de la que apenas se podían vislumbrar sus rostros en la penumbra, y también había otras personas situadas en la zona más luminosa a las que se les podía observar con todo lujo de detalles. Raúl se acercó a la barra y pidió un bourbon con hielo. Echó un vistazo general y en lo primero que se fijó fue en la decoración. Todo el local estaba lleno de fotografías de viejas glorias de los años sesenta: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Rolling Stones…Bajo las fotografías sólo había una pared de ladrillos rojo burdeos. El suelo era negro y uniforme, de una sola pieza y parecía de goma o de un material similar. Distribuidas estratégicamente por las zonas de menos luz había cinco mesas con sus respectivos sillones de dos plazas cada uno. Un billar americano adornaba el centro de la sala y en él jugaban dos hombres vestidos de cuero y llenos de tatuajes. Parecían haber salido de una película de moteros norteamericana. No sé como podían jugar con aquel destello de luces, pero lo cierto es que lo hacían muy bien. La barra, en forma de ele, estaba llena de vasos de diferentes tamaños a modo de exposición, así como de botellas de cerveza vacías a cuál más extraña. Una línea discontinua de taburetes seguía de forma paralela a la línea de la barra. Detrás del mostrador un hombre y una mujer servían las copas. Ambos debían de tener unos cincuenta años. El hombre era de mediana estatura y con algo de sobrepeso. Su atuendo consistía en unos pantalones vaqueros, un chaleco negro y unas botas de cowboy. Llevaba el pelo largo aunque recogido con una goma. Su cara apenas se veía debido a la barba espesa y rojiza que la cubría. Sus ojos eran del color de la miel y estaban como ausentes. Era un espectador que había aprendido a oír, ver y callar. La mujer llevaba el pelo teñido de rubio platino. Era delgada y a pesar de su edad conservaba una figura nada despreciable. Sus ojos celestes eran inquisitoriales y tenían un toque de misterio. Sus uñas eran muy llamativas, tan largas, tan rojas, tan brillantes…Llevaba un maquillaje blanquecino que contrastaba con el rojo fuego de sus labios. Lucía un vestido blanco ajustado al cuerpo, como si llevase sobre sí una capa de pintura. Era una prenda que tapaba lo justo y necesario. Creo que era de látex o algo similar.
Después de observar con tranquilidad el local, su mirada quedó fija en una mujer sentada sola en la barra. Era extremadamente hermosa. Tenía el pelo largo y rizado de color negro azabache. Hacía juego con el vestido del mismo color, ceñido, que dejaba adivinar su figura a través de él. Sus piernas estaban cubiertas por unas medias de red y por unas botas de ante que le llegaban justo por encima de las rodillas. Lo que más llamó la atención de Raúl en la vestimenta de la mujer fue el gran contraste que existía entre el color de las botas que eran de color rojo con el del resto de las prendas. El vestido tenía un gran escote y dejaba al descubierto los pechos hasta el inicio de los pezones, lo que le hizo suponer a Irigoyen que no llevaba sujetador. Las piernas de la mujer estaban maravillosamente formadas y sólo dejaban de verse en la parte en la parte que tapaban las botas, y en la pequeñísima porción que cubría el vestido. Irigoyen se excitó y sintió una fuerte necesidad de entablar contacto con la desconocida. Él no era muy agraciado, ni aún lo es. Era bajito, algo grueso aunque no demasiado, cuarentón y con una nariz de las que hacen sombra; pero por contra tenía un carisma prácticamente irresistible, y él lo sabía. Sus años practicando la psicología le habían ayudado mucho a desarrollar su encanto personal. En otro momento hubiese dudado antes de acercarse, pero aquel era un día muy especial para Raúl. Había firmado su libertad para el mundo, y eso significaba hacer lo que le viniese en gana a partir de aquel mismo momento y no lo que creyese que debía hacer por temor al que dirán, al ridículo y a un montón de cosas que lo único que le habían reportado hasta el momento habían sido insatisfacciones.
Cogió su vaso de bourbon con hielo, bebió y se levantó de su asiento llevándolo consigo. Se dirigió hacia donde la mujer descansaba sobre un taburete giratorio, agarrando entre las manos una copa de combinado vacía. Sin dudarlo le dijo: - ¿Te apetece otra copa? -. La mujer se sobresaltó y le miró con cara de asombro. Tenía la piel morena y unos ojos de un color azul marino como jamás había visto. Quedó extasiado ante tanta belleza pero logró controlarse y prosiguió:
- Siento haberte asustado, no era mi intención. Pensé que te apetecería tomar una copa y conversar un rato. No he podido evitar acercarme al observarte.
- No te preocupes, me has pillado distraída, eso es todo. Me encantará tomar algo contigo, la verdad es que no tengo nada mejor que hacer.
Un sudor frío recorrió la frente de Irigoyen. Aquella voz ronca de hombre le tomó por sorpresa. Inmediatamente fijó su mirada en el cuello de la mujer y vio como un bultito subía y bajaba mientras ella tragaba saliva, o mejor dicho, mientras él tragaba saliva puesto que ya no había duda de que era un hombre. Sintió ganas de irse corriendo de Lascivia y de no volver nunca más, pero se contuvo. ¿De qué le habían servido tantos años de psicología?. Había sido adiestrado en el noble arte de no sentir rechazos ante sus impulsos sexuales. Había aprendido a aceptar su sexualidad y sus impulsos ya fueran hacia personas, animales, plantas o cosas y, sin embargo, cuando se le presenta la oportunidad de poner en práctica la teoría casi lo echa todo a perder. Aquel rechazo inicial debía ser superado así que mantuvo la calma, cogió un taburete y se sentó a su lado.
- ¿Es la primera vez que vienes por aquí? No te había visto antes.- Dijo la joven.
- Sí. No he sabido de la existencia de este lugar hasta hoy. Estaba paseando y el letrero de la entrada llamó mi atención y aquí estoy. ¿Tú vienes mucho por aquí?
- Sí, me encanta este local. Se puede escuchar buena música. Todos los días hay actuaciones en directo a partir de las doce de la noche y la gente que toca no lo hace mal. Hoy actúan unos amigos míos.
- ¿Qué tipo de música tocan?
- Jazz.
- Me encanta el Jazz, deja rienda suelta a la imaginación aunque sea tan matemático.
- A mi no me gusta demasiado pero les prometí a mis amigos que vendría…
Estuvieron conversando durante mucho tiempo. Raúl se sentía muy a gusto con Lidia, que así se llamaba la joven. Cuando empezó la actuación ambos se callaron y se dedicaron a escuchar el recital. Los chicos del grupo tocaban fatal pero Raúl se esforzó en poner cara de agrado. Sintió que el cerebro se le iba a salir del cráneo como protesta ante la imposición de aquellos sonidos estridentes, pero mantuvo la compostura. Cuando acabaron su lección de asincronía, los “músicos” guardaron sus instrumentos y se dirigieron hacia donde se encontraban Raúl y Lidia. Uno tras otro le dieron dos besos a la mujer y excusándose por no poder tomar unas copas con ellos se marcharon del bar de copas.
- ¿Qué te han parecido?.- Preguntó Lidia.
- Bien. No lo hacen mal.
- Eres un hipócrita. Lo cierto es que tocan fatal pero bueno, ya se sabe, por los amigos hay que hacer sacrificios. A mí los que realmente me gustan son los Rolling Stones, sobre todo Mick Jagger. ¿A ti no?.
- Es que Mickie es mucho. Está como una cabra.
- ¡¿Le conoces?!
- Claro, es un colega. Cuando toquen por aquí, si quieres, te puedo conseguir entradas.
- ¿De qué le conoces?
- Es una larga historia. Resulta que el médico del grupo es colega mío. Ambos estudiamos en Estados Unidos.
- ¡Increíble! ¿Eres médico?
- Soy, mejor dicho era, psicólogo…
Raúl sabia como maquillar la realidad o, mejor dicho, sabía como hacerle una operación de cirugía estética. Él no era amigo ni mucho menos de Mick Jagger. Lo único que hizo fue saludarle cuando un amigo suyo que es fotógrafo le estaba retratando para una revista musical. Es cierto que estudió en Estados Unidos, concretamente en Florida, pero en ningún momento el médico de los Rolling Stones estuvo con él, probablemente porque ni siquiera estudió en la misma universidad y también posiblemente porque ni siquiera perteneció a la misma promoción. Ésta era una característica fundamental de la personalidad de Raúl. Solía hacer de su vida una novela de ciencia-ficción cuando no era más que un ensayo sobre fantasmas. Irigoyen le contó miles de historias a Lidia, cada cual más sorprendente, cada cual más operada, hasta que la pobre quedó hechizada por el embrujo Raulesco. Acabaron en casa de Lidia, pero sólo pudieron echar un polvo porque Raúl no daba más de sí. Posteriormente resultó que habían estado follando como locos. No sé de dónde salió aquella segunda versión pero me lo puedo imaginar. Lidia estaba operada desde la punta de los dedos de los pies, hasta la cabeza por lo que Raúl no halló diferencias significativas con respecto a otras mujeres. Aún así, ya podía decir que se había acostado con un transexual y, por lo tanto, se podía decir que ya era “bisexual”.
No es que Raúl fuese un mentiroso compulsivo, lo que pasaba era que su realidad difería de la objetividad de los hechos. Según él siempre decía la verdad y lo decía realmente convencido. No había mala fe por su parte pero el resultado era auténticamente doloso. Aquel día, después de salir de la casa de Lidia, Raúl se dirigió a la suya, abrió la puerta, cerró ésta tras de sí y se sentó de golpe en el sofá que tenía en el minúsculo salón. Una sonrisa de felicidad ocupó el espacio facial. Pensó que, dejar atrás todo lo que no le gustaba, había sido la decisión más acertada que pudiera haber tomado. No hacía ni veinticuatro horas que lo había mandado todo a paseo y ya era un hombre nuevo. De pronto, como una nube negra que aparece en medio de un cielo azul de primavera, un pensamiento cruzó por su mente. Si abandonaba la psicología. ¿De qué iba a vivir? ¿Cómo se iba a ganar la vida?. Estaba claro que tendría que conseguir el dinero haciendo algo que le gratificara porque de lo contrario de nada habría servido su decisión, así que se dispuso a confeccionar una lista con las cosas que le gustaban. Dicha lista quedó como sigue:
Mujeres.
Alcohol.
Drogas.
Rock and Roll.
Leer a Henry Miller.
Leer a los demás autores que no son Henry Miller.
Escribir.
Pintar.
Fotografiar.
Escuchar a Lou Reed y a los Rolling Stones.
Hablar.
Tocar la guitarra.
Leyó una y otra vez la lista. Relacionó unas cosas con otras y encontró la solución:
Se enrollaría con mujeres para compartir el alcohol y las drogas.
Hablaría con su amigo Ronie que era fotógrafo y le pediría ser su ayudante ya que la fotografía siempre había sido uno de sus hobbies y, la verdad, no lo hacía nada mal. Podría utiliza su cámara Nikon y los objetivos que se compró cuando le entró la fiebre fotográfica.
Hablaría con su amigo Lucas que era redactor jefe de una revista musical y le propondría escribir algunos artículos.
Escribiría algún que otro libro sobre el sexo en psicología.
Pintaría algún que otro cuadro y leería mientras escuchase música de Lou Reed o de los Rolling Stones para aliviar tensiones.
De lo de tocar la guitarra se olvidaría porque a parte de no tener guitarra tampoco la sabia tocar.
Cuando hubo terminado de elucubrar aquel nuevo texto legal sobre su nueva vida se sintió realmente agotado. Había hecho un gran esfuerzo mental pero había valido la pena. Se metió en la cama durmió más de doce horas seguidas. Cuando despertó ya era de noche. Se preparó un sandwich de paté de hígado de cerdo y un gran vaso de café. Lo colocó todo en la mesita móvil del salón. Encendió el televisor esperando encontrar algo interesante. En la dos estaban emitiendo Drugstore’s Cowboy. Era una película que le encantaba. La interpretación de Matt Dillon era impecable. Se sentó en el sofá y se tomó el sandwich y el café con la mirada fija en la pantalla. Justo cuando acabó la película sonó el teléfono. Parecía como si quien había marcado su numero de teléfono hubiese estado viendo también la película, esperando a que terminara para hacerlo. Descolgó el auricular y dijo:
- ¿Sí?
- Soy yo Raúl.
- ¿Quién?
- ¡No me digas que ya no te acuerdas de mi! Joder tío, soy Lidia. Sólo hace unas horas que hemos estado follando y ya si te he visto no me acuerdo.
- Perdona hija, no te había conocido la voz. ¿Qué tal tía?
- Bien. ¿No te vas a pasar hoy por el Lascivia?
- La verdad es que estoy cansado y mañana querría hablar con unos amigos para proponerles algunos asuntos.
- ¡¿Mañana?! Dirás hoy. Son ya las dos de la mañana.
- Tienes razón. Si quieres nos vemos mañana y te cuento.
- O.K. Pero vas a perder la oportunidad de conocer a unas amigas mías que son unos quesitos. Les he hablado de ti y están a punto de caramelo.
- No jodas. ¿Sí
- Ya te digo. Pero como no vienes otro se llevará el trofeo.
- Joder tía, queda mañana con ellas y me las presentas. Es que hoy me es del todo imposible.
- Está bien. Veré qué puedo hacer.
- Pero estarán buenas ¿No?
- Confía en mí. Ganado de primera chaval. Bueno me voy que me están esperando. Un mordisco en los morros.
- Cuando nos veamos te voy a dar un beso de tornillo que te vas a enterar. Un besazo tía.
- Hasta mañana entonces.
- Hasta mañana.
- ¡Eh!
- ¿Qué?
- ¿A qué hora quedamos?
- A la una de la mañana. ¿Te parece bien?
- De puta madre. Nos vemos
- Bye.
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