LASCIVIA - CAPITULO 2 - LA TRAMA - (COPY: SCO)




La gente se agolpaba en torno a las vallas de protección. Los gritos se apoderaron del lugar entremezclados con la música y las luces de colores. Entre las vallas y el escenario, los fotógrafos y cámaras de televisión tomaban posiciones para hacerse con el mejor ángulo. Raúl estaba con los demás pero no se comportaba como ellos. En vez de acercarse al escenario en busca de la fotografía perfecta se reclinó sobre las vallas protectoras. Un grupo de chicas chillaba tras él. Raúl se dio la vuelta y les dijo:
- ¿Os gustaría conocerles personalmente?
- ¿Estás de broma? - Dijo una de ellas -
- No bromeo. ¿Os gustaría o no?
- Por supuesto tío. ¿Podrías conseguir que pasáramos?
- Todas no, pero… tú sí. - Dijo señalando a una de ellas -
- No sé, no te conozco de nada. Podrías hacerme cualquier cosa; ¡Hay tanto loco suelto!
- Tú misma. Quien algo quiere ha de arriesgarse. Podemos hacer una cosa: me voy, hago mis fotos  y dentro de un rato vuelvo otra vez a ver qué has decidido.    
- Me parece una buena idea.

Raúl sabía con toda certeza que aquella adolescente acabaría entre sus brazos. No tenía más que esperar como esperan las águilas al acecho del roedor. Comenzó a hacer las fotografías. Manejaba bastante bien la cámara para haber sido unos meses antes un simple aficionado. Consiguió tomar primeros planos de los que seguro se sentiría orgulloso cuando revelara la película. A pesar de no encontrarse precisamente en la mejor de las posiciones, aprovechó al máximo su ubicación y, la verdad, sus fotografías nada tuvieron que envidiar a las del resto, es más, fueron las mejores. El mérito aún fue mayor si tenemos en cuenta que Irigoyen se había bebido siete vasos de bourbon con hielo y que había esnifado un par de rallas de cocaína. Se encontraba eufórico y a la vez como si flotase en el aire. Después de tirar tres rollos de película, aproximadamente una hora después, se acercó otra vez al grupo de chicas.
- ¿Qué has pensado?. - Le dijo a la muchacha-
- Creo que me voy a arriesgar.
- Inteligente decisión. Espérame en aquella esquina - Dijo Irigoyen señalando el lugar donde
  acababan las vallas.-
La joven se despidió de sus amigas. Las chicas no hacían más que reír y hacerse gestos las unas a las otras con connotaciones pícaras. Se reunió con ella en el lugar indicado y le dijo al oído: - Ahora si te preguntan di que eres mi ayudante, O.K.?
- O.K.
Cogió a la chica del brazo y la llevó a la parte frontal del escenario. Le dio la bolsa donde guardaba las cámaras y le dijo que se la colgara del hombro y que le diera el material que le fuese pidiendo.
- A propósito, ¿Cómo te llamas? Si vas a ser mi ayudante tendré que conocer tu nombre.
- Me llamo Celia.
- Encantado Celia. Yo soy Raúl, Raúl Irigoyen.
Después de aquella pequeñísima conversación, Raúl siguió fotografiando y Celia le fue dando todo aquello que éste pedía. Aprovechaba cada instante para echar “miraditas” a sus amigas con la pretensión de darles envidia. A la vista de la reacción de éstas, lo estaba consiguiendo.

Minutos antes de terminar el concierto Raúl cogió a  Celia de la mano y la llevó a la parte posterior del escenario o back stage más a lo anglosajón. Allí había muchos fotógrafos y la mayoría se acercaron para saludar a Raúl y darle una palmadita en la espalda. La joven estaba tan impresionada que empezó a ver a Raúl como un hombre atractivo cuando antes sólo le veía como un pobre cuarentón del que pensaba reírse a sus anchas. Estaba siendo hechizada por el embrujo Raulesco.
Presentó a Celia a todos sus colegas diciendo que era su ayudante. Todos le miraron con cara de escepticismo porque sabían perfectamente lo que estaba tramando.
- Celia, espérame aquí que voy a saludar a un colega.
- Bien, pero no tardes mucho. No conozco absolutamente a nadie aquí.
- No te preocupes, vuelvo rápido.

  Se dirigió hacia donde estaba su amigo Ronie y dándole unas palmaditas en la espalda le dijo:
- Tío, tienes que ayudarme. ¿Ves aquel bomboncito de allí? - Dijo señalando a Celia - Pues la tengo a punto de caramelo. Sólo necesito que me consigas un autógrafo para ella y, si es posible, arreglarlo para que le podamos hacer una foto con el grupo.
- ¡Joder Raúl! Tú siempre igual. Ya sabes como son estos tíos, fijo que no me hacen ni puto caso.
- Inténtalo por lo  menos. Después te invito a unos cubatitas y a unas rallitas de farlopa. ¿Te hace?
- Lo intentaré, pero no te prometo nada.
- Bueno, me voy que la he dejado allí sola y no quiero que se esfume.

Raúl regresó y le comentó a Celia:
- Perdona hija, pero si alguien puede conseguir que te hagas una fotografía con el grupo es mi amigo Ronie. Le he dicho que tenías muchas ganas de conocerlos y me ha prometido que hará todo lo posible.

Los músicos bajaron por las escaleras de la parte posterior del escenario. Destellos luminosos cayeron sobre ellos por doquier. Ronie se les acercó y les comentó algo. Ellos negaron con la cabeza. Insistió, pero seguían firmes en su negativa. Uno sacó de un bolsillo de su chaqueta algo parecido a una fotografía. Todos escribieron algo sobre el trozo de papel. El mismo componente del grupo que había iniciado la recogida de firmas se lo entregó a Ronie. Desaparecieron dejando una estela de luz intermitente tras ellos.

- Espera aquí un momento- Le dijo Raúl a Celia. Se dirigió otra vez hacia Ronie.
- ¿Qué ha pasado?
- Pues que como te dije, no me han hecho ni puto caso. Sólo he podido conseguir un autógrafo.
- Y ahora, ¿Qué le digo yo a esta tía?
- Seguro que se te ocurre algo, conociéndote como te conozco.
- Gracias de todas formas. Eres un colega, te debo una.
- Bueno, que tengas suerte con el bomboncito. Espero que no se derrita antes de llevártelo a la boca. Ahora tengo que irme, me está esperando María.
- Si fueras libre, como yo, te podrías beneficiar a un quesito como aquel de vez en cuando.
- Podría ser, pero, hoy por hoy,  no cambio a María por nada de lo que tú o cualquiera me          podáis ofrecer.
- Vale tío. Disfrútalo. Nos vemos pronto.
- Hasta otra
(…)

- Toma. Te he conseguido una fotografía dedicada.
- Muchas gracias.
- ¿Me dejas que te invite a una copa?
- No puedo…Me están esperando mis amigas.
- ¿No les puedes dar alguna excusa?
- No creo que eso sea lógico, he venido con ellas y lo normal es que me vaya con ellas.
- Bueno, ya que, probablemente, no nos veremos más, dame al menos un beso de despedida.
- Está bien.
Raúl cogió a Celia por la nuca y juntó su boca con la de ella. Mientras la besaba le acariciaba la cara suavemente. Cuando notó que la chica comenzaba a temblar puso sus manos en su largo pelo y lo removió con dulzura. Cuando separaron sus labios, Raúl cogió la cara de Celia entre las manos y la besó con ternura en la frente. La abrazó, le besó el cuello, luego subió hasta morderle despacito el lóbulo de la oreja. La miró fijamente a los ojos y la besó de nuevo en la boca, buscando su lengua con la suya, acariciándole con delicadeza su carita de adolescente.
- ¿De verdad que no quieres tomar una copa conmigo?
- Iré a buscar a mis amigas y les diré que me voy contigo.
- Buena elección.

Raúl había conseguido que Celia se quedase con él y eso significaba que con un noventa por ciento de probabilidad la joven acabaría en su cama. Después de salir del concierto paró un taxi. Los dos se subieron en él. El destino sería el Lascivia. Tantos años de estudio de psicología  le habían sido muy útiles. Sabía que una de las carencias más importantes en la mayoría de los seres humanos era el afecto. Sabía que una gran cantidad de mujeres, no estaba acostumbrada al trato caballeroso, a las palabras bonitas, a las caricias, a la delicadeza de un hombre. Estas mujeres no estaban acostumbradas a que un hombre aparentemente “duro” se convirtiera en un príncipe azul de los que creían que sólo existían en los cuentos de hadas. Este conocimiento en manos de Raúl podía ser una auténtica bomba de relojería sobre todo cuando bebía en exceso y esnifaba cocaína porque, si bien es cierto que nunca perdía la consciencia sí perdía un gran porcentaje de conciencia. El taxi llegó a su destino. Raúl cogió a su presa por la cintura y la condujo hacia el umbral del Lascivia. Abrió la puerta y le cedió el paso a la damisela. Una vez dentro buscó el lugar mas oscuro del pub. Cuando llegaron al sofá de dos plazas que Raúl había elegido para sus devaneos amorosos le pidió a la adolescente que tomara asiento. Él se sentó después, como todo un caballero.
- ¿Qué te apetece tomar?
- Un vodka con naranja.
- ¿Estás a gusto?
- Estoy un poco nerviosa. Pero por lo demás, sí, estoy a gusto.
- Relájate, criatura. No te voy a morder. No tienes que hacer absolutamente nada que no quieras hacer.
Aquella frase era una de sus favoritas: “No tienes que hacer nada que no quieras hacer”. Al decir aquello Irigoyen hacía que la responsabilidad de los actos recayera sobre quien escuchaba aquellas palabras quedando él libre a partir de aquel momento de toda culpa. Él sabía perfectamente que podía lograr encandilar tanto a aquella chica que realmente quisiera con todas sus fuerzas “hacer” lo que él buscaba. Lo que realmente estaba sucediendo es que Raúl era un maestro en lograr que el de enfrente - sin distinción de sexos - hiciera más que lo que no quería, lo que no sabía si quería. También conocía que le hacía enormemente irresistible respetar, en todo momento, la decisión de su presa. Si le decían que se querían ir a casa porque estaban cansadas, Raúl no insistía e incluso las acompañaba para que no se fuesen solas en la oscuridad. Si le decían, después de estar medio desnudas y a punto de meterse en la cama con él, que no les apetecía follar, no intentaba cambiar su decisión y se ponía a charlar con ellas sin tocarlas un sólo pelo, lo que provocaba que la líbido de las féminas se disparara hasta que eran ellas quienes prácticamente le rogaban mantener relaciones sexuales.
El camarero les trajo a la mesa un vodka con naranja y un bourbon con hielo. Charlaron sobre literatura, música…Eran los temas que Raúl dominaba y era con los que conseguía impresionar a sus interlocutores. Su gran elocuencia y sus conocimientos sobre el mundo del arte le hacían tremendamente atractivo. Daba la sensación de que era el hombre más inteligente y culto sobre la faz de la Tierra y pronto Celia quedó cegada con su aura. Después de la primera copa vino la segunda y después una tercera. Una cosa condujo a la otra y finalmente se besaron apasionadamente. A la chica, tanto alcohol y aquel beso terminaron por despertar totalmente su apetito sexual. A Raúl las copas le dieron unas ganas incontenibles de orinar. Se disculpó y se retiró a los aseos dejando a Celia más caliente que la lava de un volcán. Ya en el urinario se bajó la cremallera del pantalón y se palpó para encontrar el pene flácido que le servía como canal de evacuación. Se dio cuenta de que no llevaba calzoncillos y se acordó de que la noche anterior se los había dejado en la casa de una amiga con la que compartió un espejismo de los sentidos provocado por un exceso de alcohol y drogas en sangre. Sacó su diminuto canalillo y se dispuso a rociar con su líquido interno la loza blanquecina. Sintió un placer indescriptible cuando su vejiga se vació completamente. Se meneó el apéndice carnoso para que las últimas gotas se desprendieran de él y se subió la cremallera olvidándose de la ausencia de ropa interior. Un dolor agudo recorrió toda su espina dorsal. Cuando miró hacia abajo vio que los dientes de la cremallera le habían asido el pellejo del pene. El dolor era insoportable. Con una mano tiraba para arriba del miembro viril y con la otra movía la cremallera con la esperanza de que aquellos dientes soltaran su presa. Su cara era todo un poema. Cada vez que movía el tirador una lagrimilla de dolor se escapaba de sus ojos. Varios hombres que estaban allí evacuando, lo miraron con repugnancia pensando que Raúl era un pervertido sexual y que se había puesto a masturbarse allí en medio sin ningún tipo de pudor. Lo que más les molestó fue que estuviera disfrutando de aquella manera tan espléndida que hasta lloraba y todo del placer. Irigoyen al ver que le miraban de forma extraña se metió en una cabina cerrada donde se encontraba el retrete. Allí se dio cuenta de que si tiraba de la lengüeta de la cremallera hacia arriba veía las estrellas y de que si tiraba de ella hacia abajo veía a la Virgen. Decidió ver a la Virgen, no sin antes dar un alarido estremecedor. Su pequeño instrumento de “faire l’amour” quedó liberado aunque un poco lisiado. Una herida sangrante ocupó el lugar donde antes el pellejo era liso y suave. Se guardó su tesorito y esta vez tuvo cuidado de no causarle más lesiones. Juró que no volvería a ponerse los pantalones sin ropa interior. Cuando salió del pequeño habitáculo, los hombres que allí estaban le dirigieron una mirada asesina.
Raúl respiró hondo y trató de disimular el dolor que sentía. Se dirigió hacia donde Celia le estaba esperando y, sin decir nada, se sentó a su lado. Celia ya no podía soportar el fuego que le quemaba y se lanzó a la boca de Irigoyen besándola con frenesí. Le comenzó a acariciar el pecho, los brazos, el pene…En ese mismo momento Raúl sintió un pinchazo tremendo en sus genitales. La erección que le estaban provocando las caricias de Celia hizo que la herida que se había producido unos minutos antes comenzase a abrirse. Cogió a la muchacha por los hombros y la apartó de sí con suavidad.
- Celia, tenemos que hablar
- ¿Por qué? ¿Es que he hecho algo malo?
- No, criatura. Dime: ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete.
- ¿Alguna vez te has acostado con un hombre?
- No, la verdad soy virgen.
- Mira. No quiero hacerte daño y no creo ser yo el ser más adecuado para que pierdas tu        virginidad. Has de estar segura antes de dar ese paso y elegir a un hombre que te haga pensar que mereció la pena.
- Pero a mí me apetece que seas tú.
- Criatura, me acabas de conocer y no sabes en absoluto que clase de tipo soy. Te aseguro que en este momento de mi vida lo que menos me interesa es crearme problemas. Simplemente trato de disfrutar de la vida lo máximo posible, pero sin responsabilidades. ¿Lo entiendes?
- Claro que lo entiendo, ¿Qué te crees, que por acostarme contigo te voy a pedir amor eterno? ¡Qué iluso! Lo único que pretendía era pasarlo bien. Para mí la virginidad no significa nada, es una auténtica gilipollez que os habéis inventado los hombres para tenernos a las mujeres esclavizadas. Pero dime, si no hubiese mujeres que perdiesen la virginidad ¿Con quién te ibas a acostar?
- No me malinterpretes. Tienes toda la razón. Eres dueña de tu cuerpo y de tu mente y puedes hacer con ellos lo que quieras. Si algo defiendo a ultranza es la libertad. No pretendo ser moralista ni nada de eso, lo primero porque no va conmigo y lo segundo porque odio la hipocresía y yo sería la última persona que tuviera derecho a dar charlas de moralidad.
- Entonces, ¿Cuál es el problema?
- El problema es que soy yo quien no está preparado esta noche para esta aventura. No quiero que me recuerdes como un aprovechado. Eres una tía cojonuda. Vive experiencias con gente de tu edad, disfruta de la vida. Creo que debes seguir tu camino y yo el mío y si nos encontramos de nuevo será maravilloso.
- ¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusto?
- ¡Cómo que no me gustas!¡Eres preciosa y tú lo sabes! Pero lo siento, no quiero seguir con esto.
- Está bien, me voy.
- Espera. Te acompaño a tu casa. No quiero que te pase algo por ahí sola.
- No necesito tu compañía, me las sé arreglar muy bien sola, gracias.
- No seas terca y deja que te acompañe.
- Necesito estar sola, espero que me comprendas.
- Te entiendo perfectamente.
- Adiós Raúl.
- Hasta otra Celia.

Celia cogió su bolso y se dirigió hacia la salida del Lascivia con un paso firme y rápido. Raúl sintió que su pene se le iba a salir del sitio. Pagó la cuenta y se fue a su casa para curarse inmediatamente el miembro maltrecho. Por el camino no pudo dejar de pensar en Celia y en cómo le habría afectado su rechazo. En ese momento supo que tenía que tener en cuenta más los sentimientos de los demás y ser menos egoísta. No le gustaba que le gente sufriera por su causa. “Bastante mierda nos rodea como para que contribuyamos a aumentarla”, pensó.

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