LONDRES: CAPITULO 2 - 1ª PARTE (COPY: JAVIER PARRA)
Londres
CAPITULO 2 - 1ª PARTE
Había visitado Londres en diferentes ocasiones, pero ésta era la primera vez que llegaba con la intención de quedarme más tiempo que el habitual de un viaje turístico. Todo empezó con la invitación que me hizo Dana, la medio inglesita amiga íntima de Kate, cuando acudí a despedir a esta última al Aeropuerto de Barajas de Madrid. Aquel día, mientras Kate se despedía algo más que efusivamente de Beto, y con el fin de hacer algo que ocupase tanto mi tiempo como mi mente, me dediqué a hacerles fotos. En ello estaba cuando llegó Dana, la compañera de Kate, y entonces preferí dedicarle mi tiempo a ella. La acompañé a facturar su equipaje y a tomar unas birras en la cafetería. Mientras tanto, Beto y Kate prolongaban sus afectuosas muestras de “amor” lejos del indiscreto objetivo de mi cámara fotográfica. Días después, observando las fotografías, llegué a la conclusión de que les había importado un bledo que yo hubiera estado fotografiándoles, ellos simplemente estaban a lo suyo, es decir, metiéndose mano descaradamente a la vista del personal que transitaba de un lado a otro del Aeropuerto.. En cualquier caso, a partir de la llegada de Dana me desentendí de ellos y concentré toda mi antención en conocer con detalle las características físicas y mentales de la inglesita. Así que, después de tomarnos varias birras –la tía soplaba de lo lindo- y conversar sobre sus experiencias en la noche madrileña, me pidió que la acompañara a los aseos porque se estaba meando, cosa con la que inmediatamente me solidaricé porque a mí me estaba pasando lo mismo, nada extraño por la cantidad de birras que habíamos ingerido. Al llegar a los aseos, y cuando yo me iba a dirigir al que me correspondía por mi sexo, Dana me agarró de la muñeca y tiro de mí hacia el suyo. Por suerte, dentro del aseo de chicas sólo había una pava de la edad mas o menos de Dana que se limitó a esbozar una sonrisa cómplice a través del espejo, en el que se estaba mirando para pintarse los labios, y a seguir a lo suyo mientras nosotros nos encerrábamos en una de las cabinas de los meódromos. Colocamos mi bolsa de fotos y la mochila de Dana en el espacio que quedaba al descubierto por debajo de la puerta, al objeto de impedir, de alguna manera, que alguien pudiera intentar vernos por él. Dana se quitó el ajustado pantalón vaquero que llevaba y las braguitas, dejándose estas últimas a la mitad de las piernas, se subió a la taza del water y en cuclillas se puso a mear para que yo pudiera observarla mientras lo hacía. Me puso tan cachondo que inmediatamente me saqué la polla y dejé que me la manipulara, a la vez que le metía la mano entre las piernas, acariciándole tanto el coño como el culo. El caso es que, como la tía no paraba de mear la puta cerveza y yo estaba a punto de reventar, empecé a mear sobre su coño y su barriga salpicando por todos lados. Cuando ambos acabamos, se bajó de la taza y se puso de espaldas, apoyándose en el depósito de la cisterna, y abrió sus piernas para que yo pudiera metérsela a tope. Supongo que el hecho de que no hubiera forma de que me corriera, se debía en parte a la situación y más probablemente a la coca que me había estado metiendo antes de llegar a Barajas con Beto y Kate, el caso es que como no me corría, Dana se inclinó para hacerme una generosa mamada, a ver si así podía conseguirlo. Como la cosa tampoco funcionaba Dana decidió que se la metiera por el culo, cosa que, según me dijo, llevaba bastante tiempo deseando que le hicieran y que por falta de dureza del miembro o prejuicios de los tíos aun no había podido llevar a buen puerto. Además me dijo que mi polla, al no ser ni demasiado gruesa ni larga, era ideal para que su culo la recibiera sin resentirse demasiado. Me vertí saliva en la polla, y con bastante delicadeza, fui penetrándola poco a poco hasta que sentí que mis testículos rozaban su culo; le vino un orgasmo tan fuerte cuando me corrí, que tuve que taparle la boca con mi mano para que no se escucharan los gemidos que emitía. Cuando acabamos y nos recuperamos un poco del asunto, nos compusimos el vestuario como mejor pudimos y tras echar una ojeada por debajo de la puerta para ver si estaba libre el campo, salimos nuevamente al exterior de los aseos. De lo que sucedió después sólo tengo vagos recuerdos, aparte de alguna fotografía que tomé antes de que Kate y Dana pasaran el control de pasajeros, y la insistente invitación de Dana para que me fuera a Londres a pasar unos meses con ella mientras me besaba efusivamente y manoseaba mi sexo por encima del vaquero. Bueno a decir verdad, también recuerdo que ambos olíamos fuertemente a meados y que Dana llevaba mojada parte de la camiseta y los vaqueros.
Todos estos recuerdos rondaban por mi cabeza cuando el avión aterrizó en el aeropuerto londinense de Heathrow, seis meses después de la generosa invitación que Dana me había hecho en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. A pesar de que es muy habitual en mí marcharme de viaje de improviso y sin darle demasiadas vueltas, en este caso no fue así. La prueba de que la decisión la había meditado y no había sido un impulso del momento es que, en primer lugar, rechacé la proposición que me hizo Alma de vivir juntos, en segundo lugar tuve que conseguir un permiso especial de la agencia en la que colaboraba, y en tercer lugar dejé pagado el alquiler de siete meses – o alguno más, no lo recuerdo bien – en previsión de que mi estancia en Londres se alargara más de la cuenta.
Antes de embarcar llamé a Dana desde Madrid y acordamos que me reuniría con ella y con Kate por la tarde, en la puerta de H.M.V., en Oxford Street, que es posiblemente una de las tiendas más grandes de discos que existen en Londres, para dar tiempo a que ambas salieran del trabajo y de clase respectivamente. Mi avión tenía prevista la llegada a las 8,30 A.M., por lo que disponía de tiempo suficiente, hasta las 5 P.M. – hora en la que habíamos quedado – para recorrer aquellos lugares de los que no había podido disfrutar plenamente en mis anteriores viajes a Londres, sobre todo por ciertas compañías que más vale no recordar. Así que después de un agradable desayuno en el Centro Comercial que está situado en la popular arteria que es Oxford Street - uno de mis lugares favoritos para reponer fuerzas - me dirigí, en primer lugar, a Carnaby Street para disfrutar de un apacible y delicioso paseo de recuerdos. En las tiendas situadas en esta calle solía ir a comprarme ropa, allá por los años sesenta y setenta. Después de visitar Liberty´s regresé nuevamente a Oxford Street, dónde disfruté mirando los escaparates de las múltiples tiendas utilizadas como reclamo para los turistas y observando a los transeúntes tan variopintos que suelen pasear por esta arteria. Realicé de nuevo un alto en el camino y entré en uno de los agradables pubs situados cerca de mi calle favorita, Charing Croos, para disfrutar de mi primera cerveza en Londres y recuperar fuerzas para, posteriormente, poder deleitarme con las innumerables librerías que hay en dicha calle, ideales para encontrar libros interesantísimos a precio muy por debajo de su coste real. Aún me quedaba bastante tiempo por delante y debía cargar con la mochila, la ropa y el equipo fotográfico, por lo que decidí ojear futuras adquisiciones y no comprar nada. Después de dos o tres horas deambulando entre libros caí en la tentación y compré una guía de Londres, una curiosísima edición en tamaño reducido de fotografías de Robert Mapplethorpe y un ejemplar de Trópico de Capricornio, de Henry Miller, en una cuidada edición en lengua alemana que formaría parte de mi ya larga colección de obras en diferentes idiomas de este escritor, al cual admiro.
Posteriormente me dirigí hacía el SOHO y deambulé, sin rumbo fijo, entre sus numerosas callejas parándome, de vez en cuando, en las diferentes tiendas, sobre todo en las de discos de segunda mano. En una tienda de ropa usada que visité me enrollé con Barbara, una tía muy extraña que hablaba en español porque era de padre alemán y madre española. Según me contó estaba en Londres trabajando de baby-sitter, en casa de un matrimonio de ejecutivos ingleses que en ese momento se encontraba de vacaciones en España. Al parecer tenían un apartamento en Mallorca y solían realizar frecuentes escapadas para disfrutar del sol español, motivo éste por el que disponía del piso londinense del matrimonio inglés a su entera disposición. Esto último me lo comentó pícaramente guiñándome un ojo. Había acudido al SOHO a comprar algunas cosas para renovar su vestuario, así que aprovechó el que nos enrollásemos para pedirme que la acompañara y la aconsejara sobre la ropa que pensaba adquirir. Como no tenía nada mejor que hacer hasta las 5 P.M. decidí ir con ella. Nos pateamos multitud de pequeñas tiendas de ropa de segunda mano y en cada una de ellas siempre encontraba algo que probarse, casualmente lo más extravagante y variopinto. El caso es que de tanto verla en bragas me fui poniendo cada vez más cachondo, así que aprovechando que en una de las tiendas el probador estaba discretamente apartado de miradas curiosas, detrás de un amplio perchero del que colgaban grandes abrigos, la metí mano y echamos un polvo salvaje. Sin bajarle las bragas, le separé las piernas y la incliné hacia la pared del probador. Después aparté la braguita hacia un lado para poder meterle la polla. Mientras la follaba le acariciaba los pechos por debajo de la camiseta. Casi cuando iba a correrme me pidió que le introdujera un dedo por el culo, estaba frenética y no paraba de moverse. Al final terminé bajándole las bragas y metiéndole la polla por el culo, pues de tanto introducirle el dedo con saliva se le había dilatado y me fue imposible resistirme a explorarlo y correrme dentro. Mientras yo le abonaba al dependiente pakistaní la camisa y una maxifalda que había elegido llevarse, Barbara aprovechó para limpiarse el coño con una camiseta de las que se había probado y que no pensaba comprar. Supongo que alguien terminaría comprándola y disfrutaría con el olor a polvo. Son cosas que suceden con más frecuencia de lo que pensamos aunque a veces nos neguemos a admitir que puedan ocurrir, pero a lo mejor la camiseta que usted lector o lectora lleva en estos momentos y compró en una de estas tiendas de segunda mano le ha servido a alguien, como le sirvió a Barbara, para limpiarse el coño después de echar un buen polvete. Terminamos almorzando juntos en un Burger King, y después de anotar su dirección y teléfono me despedí de ella con la promesa de que antes de regresar a Madrid volveríamos a repetir la follada en otro lugar diferente. Barbara, a pesar de sus diecisiete añitos recién cumplidos, según ella misma me dijo, tenía una amplia experiencia con los tíos. Eran incontables los hombres que se había beneficiado, incluyendo entre ellos al ilustre abogado quien, junto a su amantísima esposa, también abogado, la había contratado para cuidar de sus adorados hijos. Posteriormente pude comprobar que no me había mentido sobre su amplia experiencia follatoria, pues al día siguiente amanecí con la polla llena de puntos rojos e hinchada como una berenjena. La muy guarra me había contagiado unas cándidas impresionantes, además de una infección, que tuve que tratar con antibióticos.
Sobre las 5,15 P.M. por fin me encontré con Dana. Me saludó efusivamente con un prolongado morreo, paseando su jugosa lengua por todos los recovecos de mi boca. Nos reuniríamos más tarde con Kate en el apartamento porque, a última hora, le había surgido un imprevisto y no había podido acudir a recibirme. Por lo visto había tenido algún problema con una de las clases a las que asistía para formarse como azafata de vuelo. Después de explicarme los motivos por los que Kate no había acudido a la cita, Dana siguió besándome a la vez que me metía la mano dentro de los pantalones, agarrándome la polla con firmeza. Estábamos tan excitados que, antes de ir hacia el apartamento, nos metimos en los aseos de H.M.V. y echamos un polvete de puta madre. Lo que en aquel momento no sabía era que le estaba contagiando la misma infección que Barbara me había transmitido a mí horas antes, por lo que al día siguiente también Dana tuvo que ponerse en tratamiento. Tomamos el metro en dirección a Liverpool Street ya que, según me contó Dana, vivían en Fashiont Street, entre los barrios de Spitalfields y Whitechapel, muy cerca de los populares mercadillos de Petticoat Lane y Brick Lane Market. Antes de subir al apartamento, fuimos a comprar varias cosas que necesitábamos para cenar y además Dana aprovechó la ocasión para presentarme al dependiente de la tienda, un agradable chavalote de origen turco con el que a los pocos días había congeniado amigablemente. La tienda era uno de esos establecimientos, típicos por esa zona, regentados por turcos y que permanecen abiertos las veinticuatro horas del día. En la tienda del joven turco podías conseguir casi cualquier producto que necesitaras, por insólito o raro que pudiera parecer. Además de esta curiosa peculiaridad en cuanto a la diversidad de artículos se refiere, el joven turco era un habitual fumador de maría, así que aparte de abastecerme de alimentos me suministraba material. Me habitué a pasar largos ratos con él, colocándonos y charlando en una extraña mezcla de turco-español-ingles-italiano que estoy seguro que nadie excepto nosotros –y tengo mis dudas- entendía. Otra de las ventajas que tenía este establecimiento es que se encontraba al lado del portal de nuestra vivienda, lo que nos permitía bajar a comprar en gayumbos –en mi caso- o en bragas en el de las chicas, sin que causara la más mínima repulsa o comentario por parte de nadie, hecho habitual en una ciudad como Londres e impensable en nuestra puritana sociedad española, por muy europeos que nos sintamos.
El apartamento era uno de tantos en los que había sido dividido en su día el gigantesco edificio, con el fin de convertirlo en viviendas subvencionadas por los servicios de asistencia social para jóvenes. Desgraciadamente, las chicas con las que iba a convivir tenían que pagar religiosamente su alquiler ya que el apartamento subvencionado estaba alquilado originariamente a otra persona quien, a su vez, se lo había arrendado a ellas. Habían solicitado ayuda del Estado en varias ocasiones, la cual les había sido denegada en todas ellas, pero a pesar de ello no dejaban de intentarlo una y otra vez, con la esperanza de conseguirlo algún día. Dana y Kate compartían el apartamento con dos preciosas irlandesas que se habían instalado en Londres por decisión de sus respectivas familias, ante la situación de caos y terror que imperaba en Irlanda del Norte. Por esa época Polly estudiaba diseño gráfico y dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a pintar compulsivamente cuadros de estilo pop art, llegando algunos días a pintar tres o cuatro, que después solía regalar a sus amigos. Melissa estudiaba en la misma escuela que Kate, para azafata de vuelo. Dana era la única de las tres que además de estudiar periodismo en la universidad, trabajaba de camarera de jueves a domingo en una conocida discoteca de moda.
El apartamento lo formaban dos habitaciones y un enorme salón en el que estaba integrada la cocina, separados ambos por un mostrador. El enorme salón era polivalente ya que además del uso que le correspondía como tal, servía como estudio de pintura para Polly, como sala de estudio y lectura para Kate y Melissa, e incluso como improvisada redacción periodística para Dana y, a partir de mi llegada, también como improvisado plató fotográfico donde posaban no sólo las chicas, sino también las innumerables “amiguitas” que fueron pasando por allí, fruto de mis correrías por los diferentes lugares que fui conociendo. Le faltó muy poco al salón para convertirse también en dormitorio, puesto que antes de mi llegada las chicas habían acordado que durmiera en el sofá-cama. Al final Dana y Kate decidieron que era mucho mejor que durmiera con ellas, en su cama, ya que de esta forma no molestaría a nadie si un día decidía quedarme en la cama hasta más tarde. A los pocos días empecé a dormir indistintamente en una u otra habitación, según con cual de las chicas me enrollase para echar un polvete.
El ambiente que imperaba en el apartamento era acojonantemente bueno, pues incluso la limpieza que suele ser motivo de discordia en cualquier tipo de convivencia, allí no suponía ningún problema ya que habían acordado desde el principio, según me contaron, que no establecerían turnos para limpiar, sino que lo haría a quien le apeteciera y cuando le apeteciera. La teoría en la que se basaba esta decisión era que, según ellas, era más que probable que les entrara la “neura” y se pusieran a limpiar voluntariamente, sin necesidad de imponerlo por obligación. Debo decir que esas “neuras” brillaron por su ausencia en los seis meses que pasé allí, por lo que la teoría de las chicas se caía por su propio peso. Otra de las fuentes de conflicto en las convivencias es la logística, que también había sido solventada por las chicas desde el principio. El acuerdo era crear un fondo común. Introducían el dinero en un bote, el cual iban rellenando a medida que se iba vaciando. Además cada una de ellas podía comprar lo que le apeteciese, en función de sus gustos y preferencias, por lo que era bastante amplia la gama de alimentos que había tanto en el frigorífico como en la despensa. Por citar un ejemplo ilustrativo de su modo de abastecimiento según las preferencias, me referiré al desayuno. Tenía a mi disposición cuatro tipos diferentes de cereales, no sólo de marcas distintas sino de variedad, quesos, panes, mermeladas, plumcake, dos tipos de café, uno fuerte y otro tipo americano, una curiosa mezcla de tés que cada mañana se preparaba Melissa y los diferentes batidos que tomaba Kate y que también se preparaba diariamente para desayunar, en resumidas cuentas, era un desayuno más propio de un patricio romano que de un pobre transeúnte que pasaba por allí, allá por los noventa.
El baño era tema aparte. Al principio me quedé perplejo cuando me contaron que lo compartían con los inquilinos del apartamento de al lado. Los dos apartamentos – el de las chicas y el de Peter, un entrañable homosexual - tenían acceso directo al cuarto de baño. Eran normales situaciones como entrar a mear y encontrarte a Peter con alguno de sus ocasionales amantes enculándose en la bañera o encontrarte con una de las chicas lavándose el coño o depilándose mientras otra cagaba, meaba o se duchaba. Debo confesar que esta falta de intimidad era una de las cosas que peor llevé al principio ya que, se da la paradoja, que si hay algo que me cuesta hacer en compañía son mis necesidades fisiológicas. A la vista de las circunstancias no tuve más remedio que acostumbrarme a cagar acompañado, después de más de diez días sin poder hacerlo, ya que mis opciones eran cagar públicamente o reventar. Mear, sin embargo, nunca me ha ocasionado ningún trauma por lo que cuando el W.C. estaba ocupado, utilizaba o bien la bañera o bien el lavabo. También estaba solucionada la cuestión de la limpieza de este lugar, al parecer desde el principio Peter acordó con ellas que él se encargaría del asunto, lo cual convertía al cuarto de baño en el habitáculo más limpio de todo el apartamento, estando siempre impoluto. El resto era difícil que pasase los más elementales requisitos de salubridad e higiene.
Conecté con Peter desde el primer momento. Hablaba español con bastante corrección. Según me contó había estado en España en varias ocasiones, concretamente en Sitges, donde le gustaba veranear, así que nos podíamos comunicar perfectamente sin tener que recurrir a intérpretes o pretender que le entendiese en su excelente inglés nativo, del cual no pillaba ni media palabra. Era habitual que Peter me reprochara de vez en cuando que me follara a las chicas y que conviviese con ellas. Según él, no entendía como un tío como yo podía convivir con semejantes guarras ya que aparte de no ser limpias en la casa eran unas auténticas cerdas en el aseo personal. Peter estaba seguro de que no se limpiaban el culo ni cuando cagaban, lo había visto con sus propios ojos. Hay que reconocer que no le faltaban razones a sus malévolos y ladinos comentarios, pues según pude comprobar, además de desordenadas eran auténticamente guarras y sirva como ejemplo que la mayoría de las veces tiraban las braguitas a la basura ante la imposibilidad de eliminar las manchas producidas tras días y días de uso sin cambiárselas. Eso las veces que las usaban, pues lo normal era que no se las pusiesen, por lo que no quiero imaginarme como tendrían los tejanos por dentro. La ropa que usaban –y digo que usaban porque al tener la misma talla las cuatro, más o menos, se la ponían indistintamente—se amontonaba en cualquier rincón del apartamento, sin que ninguna se preocupara de si al ponerse algo estaba más o menos sucio. Sólo de vez en cuando llenaban un gran saco de viaje con la ropa sucia y lo llevaban a la lavandería de un pakistaní que se la devolvía limpia y planchada por unas pocas libras. Por lo demás la convivencia era de lo más agradable. No existía entre ellas ningún tipo de rivalidad ni de mal rollo; tampoco discutían sobre quién ponía más o menos pasta para el mantenimiento de la casa, todo era de todas y todas podían hacer uso de cualquier cosa que hubiera en el apartamento. Para mí era un autentico privilegio compartir mi vida con ellas, era como vivir en el país de la jodienda ya que siempre tenía un coñito a mano dispuesto a recibir un polvete. La más folladora con diferencia era Dana, siempre dispuesta a joder, siendo también la más creativa y osada. Precisamente con Dana follé en los lugares más insólitos de todo Londres, llegando incluso a echar un polvete de pie mientras esperábamos en la cola de un concierto musical para entrar. Gracias a su largo abrigo pudimos echar el polvo ocultos de miradas indiscretas. Me saqué la polla y se la metí por debajo de la mini, que era el único obstáculo para llegar a su apertura vaginal, al no llevar bragas. En otra ocasión me obsequió con una mamada mientras estábamos en la parte superior de un bus, sentados al fondo; por suerte sólo subieron tres o cuatro personas que o bien no se dieron cuenta o bien nos ignoraron, el caso es que no prestararon la menor atención a lo que estábamos haciendo, o mejor dicho, a lo que Dana me estaba haciendo. Quizás la vez más comprometida fue cuando nos descubrió en plena faena la limpiadora de los aseos de los almacenes Harrod´s. Aún al día de hoy me acuerdo de la cara de estupor que puso la pobre señora cuando al abrir la puerta del aseo se encontró a un tío con los pantalones medio bajados enculando a una tía a la que además era difícil catalogar como tal, pues por esa época Dana llevaba el pelo casi tan corto como un chico a punto de entrar en el ejercito. Felizmente no ocurrió ningún percance. La pobre señora se limitó a emitir un grito de sorpresa, cerro rápidamente la puerta y nosotros pudimos acabar tranquilamente de echar el polvete. Al salir nos cruzamos con ella en el pasillo de los aseos y al vernos bajó la mirada y aceleró el paso.
Aparte de a estas lúdicas y hedonísticas diversiones, también dediqué parte de mi estancia en Londres a descubrir rincones insólitos que habitualmente pasan desapercibidos cuando vas simplemente de turista, y como no, a asistir a la amplia variedad de actividades culturales que esta gran ciudad ofrece diariamente, tales como excelentes exposiciones o presentaciones de la índole más diversa, a la vez que fiestas muy parecidas a las habituales que suelen darse en los círculos intelectuales de Nueva York. También asistí a numerosos conciertos y actuaciones musicales de géneros diferentes. Me di cuenta que existe una gran diferencia entre el concepto de música que tienen los ingleses y el que tienen los españoles, sobre todo si tenemos en cuenta las pocas oportunidades que tenemos en España de poder ver y escuchar en directo a las grandes figuras del panorama musical, y lo mal que se organizan los conciertos, de manera que es muy difícil que el público disfrute del espectáculo plenamente. En Londres es una auténtica delicia asistir a un concierto; la primera sorpresa es que la entrada te da derecho a un asiento; la segunda sorpresa, no menos importante que la primera, es el gran respeto que el público tiene hacia el artista, escuchándose la música a la perfección y no con un barullo de voces, como aquí, que habitualmente impide escuchar el concierto. Al día de hoy sigo sin entender como en España se pueden pagar esas cantidades tan exageradas para entrar en un concierto, partiendo del hecho de que el espectador no va a poder, prácticamente, ver ni escuchar el espectáculo, aparte de los malos modos que va a tener que aguantar por parte de los descerebrados que están en las puertas de acceso, pidiendo las entradas. Personalmente creo que deberíamos dejar de asistir a estos conciertos tan mal organizados –merece la pena ahorrar un poco más de dinero y asistir a ellos en cualquier otro país de Europa—y que acudan solamente a ellos los hijos de puta que se forran organizándolos. Otra característica que nos diferencia a los españolitos de los ingleses en este aspecto, es el silencio con el que la gente se toma sus birras o sus cubatas en cualquier pub, mientras actúa el grupo o el cantante de turno. Debo confesar que el ambiente relajado y más bien silencioso que se disfruta en la mayoría de los pubs, cafeterías o restaurantes –a pesar de estar tan abarrotados como lo pueden estar en nuestro país—es uno de los encantos que me cautivan de Londres. Siempre que regreso a Madrid, después de haber estado en cualquier otro país con estas características, me cuesta incorporarme al griterío y la mala educación del nuestro; es una pena pero es así, que le vamos a hacer, he salido del molde un poco rarito y me suele dar por culo tener que aguantar a la cada día más creciente chusma de maleducados, vociferantes e incultos que puebla nuestra geografía, y que conste que me importa una mierda lo políticamente correcto o incorrecto, simplemente me molestan cantidad los emigrantes que huelen mal y no se adaptan a nuestra cultura, ¿o acaso tendremos que adaptarnos nosotros a la suya?. Me gusta en este aspecto, aunque contradiga la forma de pensar que me ha acompañado durante tantos años y que ahora empieza a cambiar gracias a tanto extranjero guarro e incivilizado, el clasismo que aún mantiene en muchos aspectos la sociedad inglesa. Bien como ya me he desahogado y me encuentro mucho, pero que mucho mejor, sigamos con el relato de mis andanzas por el viejo Londres. Y para no parecer anti-español, que no lo soy, mencionaré un aspecto que pude observar, al menos en algunas de las chicas con las que tuve contacto más o menos íntimo, y que no deja en muy buen lugar la higiene de las inglesitas. Un día descubrí por qué la ropa interior allí es tan barata en almacenes tipo Marks and Spencer, la razón es que la ducha diaria es un hábito que aún no ha llegado a instaurarse y por ende raramente se lavan el coño. Cuando finalmente una inspiración divina les recuerda que han de pasar por la ducha, les merece más la pena tirar las bragas a la basura que lavarlas. En el aspecto higiénico – sin ánimo de generalizar - dejan mucho que desear con respecto a las españolas y aún más con respecto a los tan bien cuidados y apetecibles coñitos de las francesas, que no sólo huelen a coño limpio y saludable sino que además saben de puta madre, si matizo ésto es porque últimamente he podido detectar en las mujeres de nuestro país un excesivo uso de jabones íntimos que si bien es cierto que dejan muy limpio el coño, también es cierto que matan el encanto de su genuino olor y sabor. Volviendo a los coñitos ingleses una de dos, o estabas muy desesperado por comerte uno – excesivo tiempo sin catarlo se entiende — o muy colocado. Las veces que me comí uno yo estaba entre los “muy pero que muy colocados” por lo que hasta me parecían impolutos. En cualquier caso, al menos con mis cuatro compañeras de apartamento, tenía garantizado que se lo lavaban antes de follar conmigo. Kate al ser española, aunque había nacido en Australia, era la más limpia y la única que usaba diariamente la ducha – quizás fue esto lo que más me enamoró de ella -. Dana, aunque no era muy partidaria de la ducha diaria, al menos solía lavarse el coño diariamente e incluso pude observar que también se lavaba las axilas para salir a la calle. En cuanto a Polly y Melissa supongo que por su ascendencia irlandesa eran, dentro de lo que cabe, bastante menos guarras que las inglesas y podía comerme con tranquilidad sus coñitos con la garantía de que estaban en buenas condiciones de conservación, al menos se duchaban dos o tres veces a la semana, otra cosa diferente es que se cambiaran de bragas o no.
Quitando los días en los que me dedicaba única y exclusivamente a drogarme a tope y a follar, solía levantarme pronto y salir a primera hora del día a pasear. Cuando visito otros países prefiero conocer sus costumbres, su gente, su ambiente y sus peculiaridades antes que visitar museos, palacetes o monumentos, tan apreciados por los turistas-borregos. Esto me beneficia no sólo en que raramente coincido con este rebaño en mi camino, sino en que además puedo disfrutar sin incordio de espacios y lugares más bien solitarios o simplemente habitados por los lugareños. De esta manera fui descubriendo un Londres menos glamouroso y turístico que el que habitualmente nos suelen mostrar los folletos turísticos. Al recorrer los suburbios me di cuenta de que no hay tantas diferencias con los de Madrid, Berlin o Nueva York; miseria hay en todas partes pero su cara más amarga siempre se oculta en los extrarradios de las grandes ciudades, aunque por otro lado es en estos lugares donde descubres la mejor gente, ya que el centro de las ciudades ha sido tomado, en la mayoría de los casos, por los grandes comercios, las entidades financieras y la gente adinerada gracias a la cual mil ojos nos acechan en forma de cámaras de seguridad, vigilantes privados y cualquier artilugio que sirva para mantenernos alejados de sus propiedades. Cada día entiendo menos los viajes a París, Londres o cualquier otra ciudad semejante con la finalidad de ir de compras a los grandes complejos comerciales. Es incomprensible que la gente vaya a estas ciudades a comprar compulsivamente en tiendas pertenecientes a multinacionales como Calvin Klein, Benetton, Givenchi o tantas otras similares, cuando en su propia ciudad las tienen iguales e incluso con precios más asequibles. Supongo que debe ser algún consejo que los psicólogos y psicoanalistas dan a sus pacientes con el fin de deshacerse de sus neuras.
Aunque parezca contradictorio con lo dicho anteriormente, debo confesar que a veces me dejaba caer por estas zonas o áreas consideradas, comercialmente hablando, como turísticas. Lugares como Oxford Street, Regent Street, Picadilly Circus, Tottenham Court, las callejuelas del Soho y sobre todo Charing Croos Road con sus innumerables librerías eran parte de mi circuito favorito, en el que por supuesto incluyo la zona del Covent Garden y Hyde Park e incluso porque no lo voy a reconocer, la tradicional Trafalgar Square. No pretendo justificarme, pero la razón de mis incursiones por estas zonas era generalmente para adquirir libros, discos e incluso ropa, aparte de poder observar la pintoresca fauna humana que habitualmente transita por allí. Otra razón era la enorme facilidad con la que podías enrollarte con tías que estaban de paso por Londres, sobre todo, norteamericanas en busca de aventuras en el Viejo Continente y españolitas en viaje de fin de curso que con la excusa de la alegría que produce haber terminado un ciclo, se abren a cualquier experiencia que a buen seguro no llevarían a cabo en su lugar de residencia habitual. También podías encontrar con cierta facilidad coñitos sudamericanos, sobre todo brasileños, argentinos y colombianos. En resumen, en esa época no faltaba material por las calles londinenses para echar un polvete.
Las drogas, al igual que el sexo, se conseguían fácilmente. Abundaban, y a diferencia de años posteriores, con una calidad inmejorable, incluso en algunos casos con una pureza de casi un cien por cien. Podías, si tenías buenos contactos, encontrar marihuana colombiana de excelente calidad, cocaína, igualmente colombiana, de una pureza inimaginable al día de hoy, LSD genuino, e incluso una amplísima oferta de anfetas y demás tipos de pastillas. Personalmente me incliné por la marihuana y la coca, tomando en sólo dos o tres ocasiones LSD. Del resto de la oferta pasé olímpicamente. Nunca me han gustado las anfetas ni las demás clases de pastillas que la peña se toma a puñados, tan solo un día probé una de éxtasis para experimentar que coño pasaba. Del suministro de cocaína se encargaba Kate quien estaba realmente enganchada, aunque ella lo negaba insistentemente una y otra vez. Siempre nos soltaba el rollo de que ella podía dejarla cuando le apeteciera, en cualquier caso, era quien nos proporcionaba el material y se encargaba de que no faltase nunca y siempre de la mejor calidad. Para ella el objetivo de la droga no consistía en la evasión, sino en aumentar el placer hasta el límite. En estado normal ya era bastante desinhibida así que bajo los efectos de la coca se desmadraba por completo. Como ejemplo recuerdo un día que estaba puesta hasta las cejas y me pidió que le frotase el clítoris con la coca mientras le introducía la polla por el culo. Se puso tan fuera de sí que se meó y se corrió al mismo tiempo, aparte de cagarse nada más sacarle la picha del culo. Según me contó después, cuando se recuperó del colocón, se le habían distendido todos los músculos del cuerpo, incluidos los del esfínter, de tal manera que le fue imposible controlarlos. Se quedó tan desmadejada, relajada y con un estado tal de laxitud que tuve que meterla en la bañera y lavarla como si se tratara de un bebé. Posteriormente me estuvo agradeciendo, durante bastantes días, que la hubiera tratado con tanta delicadeza.
Dana, por el contrario, no necesitaba ningún tipo de droga para estar cachonda, alegre y feliz. A pesar de ello era la encargada de proveernos de marihuana. Tenía un colega en el Centro de Arte que se la pasaba directamente con una calidad insuperable, así que todos estábamos apuntados en la lista de beneficiarios de tan exquisita planta. Su verdadero vicio era el sexo al que podía, como ya he contado anteriormente, aportar cualquier improvisación o idea disparatada que se le pudiera ocurrir. En este aspecto era una auténtica cabezota y como se le metiera alguna idea delirante en su cerebro, no había nadie capaz de hacerle comprender que materializarla era del todo imposible. Experimenté en carne propia una de esas ideas delirantes que de repente se le ocurrían. Intenté por todos los medios convencerla de la incompatibilidad entre llevar a cabo su ocurrencia y no meternos en un buen lío. No tuve éxito en esta empresa y al final, más por evitar discutir con ella que por que me atrajese la historia, accedí a su petición. Se le había metido en su linda cabecita que teníamos que echar un polvo en uno de los bancos de una iglesia que estaba, para más cachondeo, cercana a nuestra vivienda. El templo estaba completamente vacío y silencioso, así que pensé que al final no sería para tanto. Cuando estábamos en el mejor momento de la follada y a punto de corrernos nos pilló una tipeja, de esas típicas beatas que pululan a todas horas por las iglesias, y se puso a gritar como una auténtica demente, llamando a la policía y al cura. Nos pegamos un susto de tres pares de cojones al oír a la tía histérica. El susto se volvió pánico cuando le vimos el careto que tenía y nos fuimos de allí corriendo como posesos, más que porque nos fuera a trincar la pasma – que casi nos coge – por el acojone de lo fea que era la tía, que parecía salida de una película de terror tipo “El Exorcista”. Una semana después volvimos a la misma iglesia y vertimos en la pileta del agua bendita una botella con orina recién salida de fábrica.
Cuando llevaba en Londres más o menos un par de meses apareció, inesperadamente, Alma procedente de París, donde había estado realizando un reportaje fotográfico para una revista francesa de moda juvenil. Según nos comentó, pasaría unos días con nosotros y después se marcharía a Nueva York para realizar otros trabajos que tenía pendientes desde hacía algún tiempo. Posteriormente supe que la realidad era muy diferente a la historia que nos contó. El motivo de su marcha a Nueva York era huir de un par de tipos a los que debía una gran suma de dinero. Alma y Kate ya se conocían de haber coincidido en algunas ocasiones en Madrid. A pesar de que no tenían nada en común, a excepción de la afición de ambas por la coca, se llevaban bastante bien. El resto de las chicas no la conocían, pero Alma no tardó en sacar toda su artillería de seducción y en poco tiempo las tenía comiendo en la palma de su mano. Tenía una facultad especial para embaucar a cualquier persona, ya fuera hombre o mujer, y hacer con ella lo que se le viniera en gana. Incluso sedujo al bueno de Peter, misógino por excelencia, quien pensó que Alma era una especie de ángel, limpia y ordenada. Cambiaría obligadamente de opinión una semana después, cuando el ángel se convirtió en el demonio que realmente era. En una ocasión vomitó en el fregadero de su cocina después un gran colocón. Posteriormente creyó que le había robado una pitillera de plata y tres relojes antiguos de una colección que con gran esfuerzo económico estaba creando, no volviendo a dirigirle le palabra hasta algunos días después, cuando se descubrió que realmente no fue Alma quien se había llevado estos objetos.
Pasó con nosotros una semana y media que a mí me parecieron meses de auténtico caos. Alma estaba pasando por una mala racha, quizás una de las peores de su vida, y yo tampoco me encontraba en uno de mis mejores momentos, así que nos convertimos en una mezcla explosiva. Desde el momento que apareció por el apartamento no paramos de esnifar y beber. Comíamos lo imprescindible para sobrevivir, y en los pocos y raros momentos en los que yo tenía una erección, follábamos hasta la extenuación como si la vida nos fuera en ello. Al cuarto día de este desmadre le vino la menstruación y se le ocurrió la brillante idea de no ponerse ni bragas ni tampax ni compresas, así que se pasaba el día manchándolo todo de sangre. Afortunadamente las chicas se lo tomaron con la típica flema inglesa y no le dieron demasiada importancia, eso sí, las manchas de sangre cada vez eran más abundantes y corríamos el peligro de coger alguna infección. Al final fue Kate quien tomó el mando de la situación y convenció a Alma para que se duchara con ella. Incluso la convenció para que se pusiera unas braguitas y así evitar que lo pusiera todo perdido de sangre. Cuando salió de la ducha no parecía la misma persona que minutos antes se había estado paseando desnuda por la casa, embadurnada de sangre, esperma y demás sustancias. Su metamorfosis había sido tal, que Dana quedó prendada de ella. Al final terminaron acostándose juntas ya que tanto Dana como Alma eran bisexuales.
Kate, Alma y yo nunca habíamos coincidido juntos en un mismo lugar hasta la visita de Alma al apartamento. Un día Kate, precisamente para celebrar tal coincidencia, decidió invitarnos a Alma y a mí a cenar en un restaurante chino. Para tan magna ocasión decidieron ponerse sus mejores galas. Kate eligió para la ocasión un conjunto de Armani que parecía diseñado expresamente para ella y que consistía en una preciosa falda mini de tipo escocesa que iba a juego con un mini-top que le tapaba sólo parte de los pechos, y eso que Kate no los tenía precisamente grandes. Como complementos llevaba un par de botas altas, casi hasta las rodillas, de color rojo bermellón, y para combatir el frío de la noche, escogió un abrigo largo de piel, igualmente de un rojo intenso. Estaba totalmente arrebatadora. Su pelo corto, teñido de un rubio dorado, y sus intensos ojos verdes contribuían a irradiar una imagen difícilmente separable de la de las habituales modelos que aparecen en revistas como Face, Vogue o Elle.
Alma no le iba a la zaga. Su atuendo estaba compuesto por una super mini color celeste que dejaba ver perfectamente las braguitas que llevaba debajo, una camiseta blanca con el nombre en el pecho de su creador favorito: Calvin Klein, unas deportivas también celestes, marca Reebok, a juego con una especie de anorak corto, igualmente de la firma Calvin Klein. Su corto pelo rojo contrastaba con el amarillo de sus ojos, conseguido gracias a unas lentillas que se había puesto especialmente para la ocasión para que sus ojos verdes no compitieran con los de Kate. Usaba un maquillaje muy suave que le daba un aspecto aniñado a la vez que romántico, parecía más una adolescente que una mujer de treinta y tantos años como realmente era, pudiendo competir con cualquier lolita adolescente.
La cena transcurrió tranquila y sin sobresaltos, sólo interrumpida de vez en cuando por alguna que otra escapada por turnos a los aseos para esnifar una rayita de coca. Tras la cena acudimos a una fiesta particular, que habían organizado unos amigos de Melissa y Kate con el fin de celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Melissa, que fue a la primera que vimos nada más aparecer por la fiesta, llevaba un traje negro muy ajustado y escotado, corto, más bien yo diría super corto, con el complemento insólito de unas botas de tipo militar. Su larga y rizada melena pelirroja complementada con sus innumerables pecas alrededor de la cara delataban sin dudas su origen irlandés; estaba francamente preciosa.
Dana había llegado con bastante anticipación a la fiesta y llevaba ya algún tiempo pululando por allí. Ella se había decidido por su habitual indumentaria de “diario”, y llevaba puesto sus inseparables vaqueros Lee súper ajustados, con una camisola que se había comprado en unas vacaciones en Ibiza. Como calzado se había puesto sus también inseparables deportivas Nike de color rojo. El pelo se lo había recogido en dos coletas, jugando también a dar una imagen inocente y aniñada de adolescente desvalida. Al rato de llegar estábamos plenamente integrados en el sarao y comprobamos que no faltaba absolutamente de nada. Teníamos a nuestra disposición todo tipo de bebidas y drogas, precisamente fue en esta ocasión cuando probé por primera vez auténtico LSD, sin ninguna adulteración. Compartí la experiencia con Kate, teniendo ambos un buen “viaje” durante toda la noche y parte de día siguiente. De pronto terminaban sus efectos psicodélicos, y cuando menos lo esperábamos, volvían a aparecer, de hecho, esta rara sensación se mantuvo en nosotros casi toda la semana sólo que el fenómeno se fue espaciando a medida que pasaba el tiempo. Polly fue la que se encargó de acercarnos a casa, pues al parecer ni Kate, Dana, Melissa ni yo estábamos en condiciones de ir por nuestros propios medios. Alma apareció dos días después de esta movida sin tener nada claro dónde había pasado todo ese tiempo. Sólo se acordaba de que se había puesto hasta el culo de coca y de bourbon y de que se despertó hacía poco tiempo en el apartamento de un tipo llamado Paul Z. que al parecer era el que había estado con ella. Polly descubrió, por las referencias de Alma, que el tal Paul Z. era un conocido presentador de la BBC adicto entre otras cosas al opio, por lo que seguramente lo que habían ingerido ambos era esta sustancia, y por eso Alma estaba tan descolocada sin recordar prácticamente nada de lo que había hecho.
Kate se quedó conmigo dos días en el apartamento, sin salir para nada, para entre otras cosas dejar que se nos fuera definitivamente el efecto del LSD. Durante este tiempo en que permanecimos casi en clausura, nos dedicamos a escuchar música y sobre todo, a hacernos fotos en actitudes erótico-pornográficas. Incluso dejamos que Polly nos dibujase, en varias ocasiones, follando o masturbándonos. Llegó a dibujarme mientras, sentado en la taza del water, intentaba evacuar mi intestino. A Kate la dibujó mientras se introducía por el coño y el ano los objetos más inverosímiles y raros que encontraba por el apartamento. Melissa y Peter –en compañía de George, el nuevo chico de este último- se lo pasaron genial con todas las guarradas que se nos ocurrieron a Kate y a mí durante estos dos largos días de encierro voluntario. Incluso Peter aprovechó el buen rollito que teníamos para conseguir algo que había deseado desde que llegué al apartamento: hacerme una mamada. La mamada que me hizo Peter la inmortalizó Alma con su cámara, quien por cierto, ya se había reconciliado con Peter al descubrir éste que realmente quien le había levantado los objetos que le faltaron en su día fue el chico con el que convivía entonces. Polly también se prestó a dejarse fotografiar por Alma mientras se meaba de pie con las bragas puestas.
Supongo que algo ocurrió en estos dos días entre Kate y yo, porqué a partir de este encierro nos enrollamos como pareja. Hasta Alma, nada más llegar al apartamento, se dio cuenta de inmediato de que había algo especial entre nosotros dos. Según ella estábamos hechos el uno para el otro, así que se dedicó a animarnos a que nos planteáramos incluso el vivir juntos. Afirmaba que terminaríamos casados y con algún hijo adoptado.
CAPITULO 2 - 1ª PARTE
Había visitado Londres en diferentes ocasiones, pero ésta era la primera vez que llegaba con la intención de quedarme más tiempo que el habitual de un viaje turístico. Todo empezó con la invitación que me hizo Dana, la medio inglesita amiga íntima de Kate, cuando acudí a despedir a esta última al Aeropuerto de Barajas de Madrid. Aquel día, mientras Kate se despedía algo más que efusivamente de Beto, y con el fin de hacer algo que ocupase tanto mi tiempo como mi mente, me dediqué a hacerles fotos. En ello estaba cuando llegó Dana, la compañera de Kate, y entonces preferí dedicarle mi tiempo a ella. La acompañé a facturar su equipaje y a tomar unas birras en la cafetería. Mientras tanto, Beto y Kate prolongaban sus afectuosas muestras de “amor” lejos del indiscreto objetivo de mi cámara fotográfica. Días después, observando las fotografías, llegué a la conclusión de que les había importado un bledo que yo hubiera estado fotografiándoles, ellos simplemente estaban a lo suyo, es decir, metiéndose mano descaradamente a la vista del personal que transitaba de un lado a otro del Aeropuerto.. En cualquier caso, a partir de la llegada de Dana me desentendí de ellos y concentré toda mi antención en conocer con detalle las características físicas y mentales de la inglesita. Así que, después de tomarnos varias birras –la tía soplaba de lo lindo- y conversar sobre sus experiencias en la noche madrileña, me pidió que la acompañara a los aseos porque se estaba meando, cosa con la que inmediatamente me solidaricé porque a mí me estaba pasando lo mismo, nada extraño por la cantidad de birras que habíamos ingerido. Al llegar a los aseos, y cuando yo me iba a dirigir al que me correspondía por mi sexo, Dana me agarró de la muñeca y tiro de mí hacia el suyo. Por suerte, dentro del aseo de chicas sólo había una pava de la edad mas o menos de Dana que se limitó a esbozar una sonrisa cómplice a través del espejo, en el que se estaba mirando para pintarse los labios, y a seguir a lo suyo mientras nosotros nos encerrábamos en una de las cabinas de los meódromos. Colocamos mi bolsa de fotos y la mochila de Dana en el espacio que quedaba al descubierto por debajo de la puerta, al objeto de impedir, de alguna manera, que alguien pudiera intentar vernos por él. Dana se quitó el ajustado pantalón vaquero que llevaba y las braguitas, dejándose estas últimas a la mitad de las piernas, se subió a la taza del water y en cuclillas se puso a mear para que yo pudiera observarla mientras lo hacía. Me puso tan cachondo que inmediatamente me saqué la polla y dejé que me la manipulara, a la vez que le metía la mano entre las piernas, acariciándole tanto el coño como el culo. El caso es que, como la tía no paraba de mear la puta cerveza y yo estaba a punto de reventar, empecé a mear sobre su coño y su barriga salpicando por todos lados. Cuando ambos acabamos, se bajó de la taza y se puso de espaldas, apoyándose en el depósito de la cisterna, y abrió sus piernas para que yo pudiera metérsela a tope. Supongo que el hecho de que no hubiera forma de que me corriera, se debía en parte a la situación y más probablemente a la coca que me había estado metiendo antes de llegar a Barajas con Beto y Kate, el caso es que como no me corría, Dana se inclinó para hacerme una generosa mamada, a ver si así podía conseguirlo. Como la cosa tampoco funcionaba Dana decidió que se la metiera por el culo, cosa que, según me dijo, llevaba bastante tiempo deseando que le hicieran y que por falta de dureza del miembro o prejuicios de los tíos aun no había podido llevar a buen puerto. Además me dijo que mi polla, al no ser ni demasiado gruesa ni larga, era ideal para que su culo la recibiera sin resentirse demasiado. Me vertí saliva en la polla, y con bastante delicadeza, fui penetrándola poco a poco hasta que sentí que mis testículos rozaban su culo; le vino un orgasmo tan fuerte cuando me corrí, que tuve que taparle la boca con mi mano para que no se escucharan los gemidos que emitía. Cuando acabamos y nos recuperamos un poco del asunto, nos compusimos el vestuario como mejor pudimos y tras echar una ojeada por debajo de la puerta para ver si estaba libre el campo, salimos nuevamente al exterior de los aseos. De lo que sucedió después sólo tengo vagos recuerdos, aparte de alguna fotografía que tomé antes de que Kate y Dana pasaran el control de pasajeros, y la insistente invitación de Dana para que me fuera a Londres a pasar unos meses con ella mientras me besaba efusivamente y manoseaba mi sexo por encima del vaquero. Bueno a decir verdad, también recuerdo que ambos olíamos fuertemente a meados y que Dana llevaba mojada parte de la camiseta y los vaqueros.
Todos estos recuerdos rondaban por mi cabeza cuando el avión aterrizó en el aeropuerto londinense de Heathrow, seis meses después de la generosa invitación que Dana me había hecho en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. A pesar de que es muy habitual en mí marcharme de viaje de improviso y sin darle demasiadas vueltas, en este caso no fue así. La prueba de que la decisión la había meditado y no había sido un impulso del momento es que, en primer lugar, rechacé la proposición que me hizo Alma de vivir juntos, en segundo lugar tuve que conseguir un permiso especial de la agencia en la que colaboraba, y en tercer lugar dejé pagado el alquiler de siete meses – o alguno más, no lo recuerdo bien – en previsión de que mi estancia en Londres se alargara más de la cuenta.
Antes de embarcar llamé a Dana desde Madrid y acordamos que me reuniría con ella y con Kate por la tarde, en la puerta de H.M.V., en Oxford Street, que es posiblemente una de las tiendas más grandes de discos que existen en Londres, para dar tiempo a que ambas salieran del trabajo y de clase respectivamente. Mi avión tenía prevista la llegada a las 8,30 A.M., por lo que disponía de tiempo suficiente, hasta las 5 P.M. – hora en la que habíamos quedado – para recorrer aquellos lugares de los que no había podido disfrutar plenamente en mis anteriores viajes a Londres, sobre todo por ciertas compañías que más vale no recordar. Así que después de un agradable desayuno en el Centro Comercial que está situado en la popular arteria que es Oxford Street - uno de mis lugares favoritos para reponer fuerzas - me dirigí, en primer lugar, a Carnaby Street para disfrutar de un apacible y delicioso paseo de recuerdos. En las tiendas situadas en esta calle solía ir a comprarme ropa, allá por los años sesenta y setenta. Después de visitar Liberty´s regresé nuevamente a Oxford Street, dónde disfruté mirando los escaparates de las múltiples tiendas utilizadas como reclamo para los turistas y observando a los transeúntes tan variopintos que suelen pasear por esta arteria. Realicé de nuevo un alto en el camino y entré en uno de los agradables pubs situados cerca de mi calle favorita, Charing Croos, para disfrutar de mi primera cerveza en Londres y recuperar fuerzas para, posteriormente, poder deleitarme con las innumerables librerías que hay en dicha calle, ideales para encontrar libros interesantísimos a precio muy por debajo de su coste real. Aún me quedaba bastante tiempo por delante y debía cargar con la mochila, la ropa y el equipo fotográfico, por lo que decidí ojear futuras adquisiciones y no comprar nada. Después de dos o tres horas deambulando entre libros caí en la tentación y compré una guía de Londres, una curiosísima edición en tamaño reducido de fotografías de Robert Mapplethorpe y un ejemplar de Trópico de Capricornio, de Henry Miller, en una cuidada edición en lengua alemana que formaría parte de mi ya larga colección de obras en diferentes idiomas de este escritor, al cual admiro.
Posteriormente me dirigí hacía el SOHO y deambulé, sin rumbo fijo, entre sus numerosas callejas parándome, de vez en cuando, en las diferentes tiendas, sobre todo en las de discos de segunda mano. En una tienda de ropa usada que visité me enrollé con Barbara, una tía muy extraña que hablaba en español porque era de padre alemán y madre española. Según me contó estaba en Londres trabajando de baby-sitter, en casa de un matrimonio de ejecutivos ingleses que en ese momento se encontraba de vacaciones en España. Al parecer tenían un apartamento en Mallorca y solían realizar frecuentes escapadas para disfrutar del sol español, motivo éste por el que disponía del piso londinense del matrimonio inglés a su entera disposición. Esto último me lo comentó pícaramente guiñándome un ojo. Había acudido al SOHO a comprar algunas cosas para renovar su vestuario, así que aprovechó el que nos enrollásemos para pedirme que la acompañara y la aconsejara sobre la ropa que pensaba adquirir. Como no tenía nada mejor que hacer hasta las 5 P.M. decidí ir con ella. Nos pateamos multitud de pequeñas tiendas de ropa de segunda mano y en cada una de ellas siempre encontraba algo que probarse, casualmente lo más extravagante y variopinto. El caso es que de tanto verla en bragas me fui poniendo cada vez más cachondo, así que aprovechando que en una de las tiendas el probador estaba discretamente apartado de miradas curiosas, detrás de un amplio perchero del que colgaban grandes abrigos, la metí mano y echamos un polvo salvaje. Sin bajarle las bragas, le separé las piernas y la incliné hacia la pared del probador. Después aparté la braguita hacia un lado para poder meterle la polla. Mientras la follaba le acariciaba los pechos por debajo de la camiseta. Casi cuando iba a correrme me pidió que le introdujera un dedo por el culo, estaba frenética y no paraba de moverse. Al final terminé bajándole las bragas y metiéndole la polla por el culo, pues de tanto introducirle el dedo con saliva se le había dilatado y me fue imposible resistirme a explorarlo y correrme dentro. Mientras yo le abonaba al dependiente pakistaní la camisa y una maxifalda que había elegido llevarse, Barbara aprovechó para limpiarse el coño con una camiseta de las que se había probado y que no pensaba comprar. Supongo que alguien terminaría comprándola y disfrutaría con el olor a polvo. Son cosas que suceden con más frecuencia de lo que pensamos aunque a veces nos neguemos a admitir que puedan ocurrir, pero a lo mejor la camiseta que usted lector o lectora lleva en estos momentos y compró en una de estas tiendas de segunda mano le ha servido a alguien, como le sirvió a Barbara, para limpiarse el coño después de echar un buen polvete. Terminamos almorzando juntos en un Burger King, y después de anotar su dirección y teléfono me despedí de ella con la promesa de que antes de regresar a Madrid volveríamos a repetir la follada en otro lugar diferente. Barbara, a pesar de sus diecisiete añitos recién cumplidos, según ella misma me dijo, tenía una amplia experiencia con los tíos. Eran incontables los hombres que se había beneficiado, incluyendo entre ellos al ilustre abogado quien, junto a su amantísima esposa, también abogado, la había contratado para cuidar de sus adorados hijos. Posteriormente pude comprobar que no me había mentido sobre su amplia experiencia follatoria, pues al día siguiente amanecí con la polla llena de puntos rojos e hinchada como una berenjena. La muy guarra me había contagiado unas cándidas impresionantes, además de una infección, que tuve que tratar con antibióticos.
Sobre las 5,15 P.M. por fin me encontré con Dana. Me saludó efusivamente con un prolongado morreo, paseando su jugosa lengua por todos los recovecos de mi boca. Nos reuniríamos más tarde con Kate en el apartamento porque, a última hora, le había surgido un imprevisto y no había podido acudir a recibirme. Por lo visto había tenido algún problema con una de las clases a las que asistía para formarse como azafata de vuelo. Después de explicarme los motivos por los que Kate no había acudido a la cita, Dana siguió besándome a la vez que me metía la mano dentro de los pantalones, agarrándome la polla con firmeza. Estábamos tan excitados que, antes de ir hacia el apartamento, nos metimos en los aseos de H.M.V. y echamos un polvete de puta madre. Lo que en aquel momento no sabía era que le estaba contagiando la misma infección que Barbara me había transmitido a mí horas antes, por lo que al día siguiente también Dana tuvo que ponerse en tratamiento. Tomamos el metro en dirección a Liverpool Street ya que, según me contó Dana, vivían en Fashiont Street, entre los barrios de Spitalfields y Whitechapel, muy cerca de los populares mercadillos de Petticoat Lane y Brick Lane Market. Antes de subir al apartamento, fuimos a comprar varias cosas que necesitábamos para cenar y además Dana aprovechó la ocasión para presentarme al dependiente de la tienda, un agradable chavalote de origen turco con el que a los pocos días había congeniado amigablemente. La tienda era uno de esos establecimientos, típicos por esa zona, regentados por turcos y que permanecen abiertos las veinticuatro horas del día. En la tienda del joven turco podías conseguir casi cualquier producto que necesitaras, por insólito o raro que pudiera parecer. Además de esta curiosa peculiaridad en cuanto a la diversidad de artículos se refiere, el joven turco era un habitual fumador de maría, así que aparte de abastecerme de alimentos me suministraba material. Me habitué a pasar largos ratos con él, colocándonos y charlando en una extraña mezcla de turco-español-ingles-italiano que estoy seguro que nadie excepto nosotros –y tengo mis dudas- entendía. Otra de las ventajas que tenía este establecimiento es que se encontraba al lado del portal de nuestra vivienda, lo que nos permitía bajar a comprar en gayumbos –en mi caso- o en bragas en el de las chicas, sin que causara la más mínima repulsa o comentario por parte de nadie, hecho habitual en una ciudad como Londres e impensable en nuestra puritana sociedad española, por muy europeos que nos sintamos.
El apartamento era uno de tantos en los que había sido dividido en su día el gigantesco edificio, con el fin de convertirlo en viviendas subvencionadas por los servicios de asistencia social para jóvenes. Desgraciadamente, las chicas con las que iba a convivir tenían que pagar religiosamente su alquiler ya que el apartamento subvencionado estaba alquilado originariamente a otra persona quien, a su vez, se lo había arrendado a ellas. Habían solicitado ayuda del Estado en varias ocasiones, la cual les había sido denegada en todas ellas, pero a pesar de ello no dejaban de intentarlo una y otra vez, con la esperanza de conseguirlo algún día. Dana y Kate compartían el apartamento con dos preciosas irlandesas que se habían instalado en Londres por decisión de sus respectivas familias, ante la situación de caos y terror que imperaba en Irlanda del Norte. Por esa época Polly estudiaba diseño gráfico y dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a pintar compulsivamente cuadros de estilo pop art, llegando algunos días a pintar tres o cuatro, que después solía regalar a sus amigos. Melissa estudiaba en la misma escuela que Kate, para azafata de vuelo. Dana era la única de las tres que además de estudiar periodismo en la universidad, trabajaba de camarera de jueves a domingo en una conocida discoteca de moda.
El apartamento lo formaban dos habitaciones y un enorme salón en el que estaba integrada la cocina, separados ambos por un mostrador. El enorme salón era polivalente ya que además del uso que le correspondía como tal, servía como estudio de pintura para Polly, como sala de estudio y lectura para Kate y Melissa, e incluso como improvisada redacción periodística para Dana y, a partir de mi llegada, también como improvisado plató fotográfico donde posaban no sólo las chicas, sino también las innumerables “amiguitas” que fueron pasando por allí, fruto de mis correrías por los diferentes lugares que fui conociendo. Le faltó muy poco al salón para convertirse también en dormitorio, puesto que antes de mi llegada las chicas habían acordado que durmiera en el sofá-cama. Al final Dana y Kate decidieron que era mucho mejor que durmiera con ellas, en su cama, ya que de esta forma no molestaría a nadie si un día decidía quedarme en la cama hasta más tarde. A los pocos días empecé a dormir indistintamente en una u otra habitación, según con cual de las chicas me enrollase para echar un polvete.
El ambiente que imperaba en el apartamento era acojonantemente bueno, pues incluso la limpieza que suele ser motivo de discordia en cualquier tipo de convivencia, allí no suponía ningún problema ya que habían acordado desde el principio, según me contaron, que no establecerían turnos para limpiar, sino que lo haría a quien le apeteciera y cuando le apeteciera. La teoría en la que se basaba esta decisión era que, según ellas, era más que probable que les entrara la “neura” y se pusieran a limpiar voluntariamente, sin necesidad de imponerlo por obligación. Debo decir que esas “neuras” brillaron por su ausencia en los seis meses que pasé allí, por lo que la teoría de las chicas se caía por su propio peso. Otra de las fuentes de conflicto en las convivencias es la logística, que también había sido solventada por las chicas desde el principio. El acuerdo era crear un fondo común. Introducían el dinero en un bote, el cual iban rellenando a medida que se iba vaciando. Además cada una de ellas podía comprar lo que le apeteciese, en función de sus gustos y preferencias, por lo que era bastante amplia la gama de alimentos que había tanto en el frigorífico como en la despensa. Por citar un ejemplo ilustrativo de su modo de abastecimiento según las preferencias, me referiré al desayuno. Tenía a mi disposición cuatro tipos diferentes de cereales, no sólo de marcas distintas sino de variedad, quesos, panes, mermeladas, plumcake, dos tipos de café, uno fuerte y otro tipo americano, una curiosa mezcla de tés que cada mañana se preparaba Melissa y los diferentes batidos que tomaba Kate y que también se preparaba diariamente para desayunar, en resumidas cuentas, era un desayuno más propio de un patricio romano que de un pobre transeúnte que pasaba por allí, allá por los noventa.
El baño era tema aparte. Al principio me quedé perplejo cuando me contaron que lo compartían con los inquilinos del apartamento de al lado. Los dos apartamentos – el de las chicas y el de Peter, un entrañable homosexual - tenían acceso directo al cuarto de baño. Eran normales situaciones como entrar a mear y encontrarte a Peter con alguno de sus ocasionales amantes enculándose en la bañera o encontrarte con una de las chicas lavándose el coño o depilándose mientras otra cagaba, meaba o se duchaba. Debo confesar que esta falta de intimidad era una de las cosas que peor llevé al principio ya que, se da la paradoja, que si hay algo que me cuesta hacer en compañía son mis necesidades fisiológicas. A la vista de las circunstancias no tuve más remedio que acostumbrarme a cagar acompañado, después de más de diez días sin poder hacerlo, ya que mis opciones eran cagar públicamente o reventar. Mear, sin embargo, nunca me ha ocasionado ningún trauma por lo que cuando el W.C. estaba ocupado, utilizaba o bien la bañera o bien el lavabo. También estaba solucionada la cuestión de la limpieza de este lugar, al parecer desde el principio Peter acordó con ellas que él se encargaría del asunto, lo cual convertía al cuarto de baño en el habitáculo más limpio de todo el apartamento, estando siempre impoluto. El resto era difícil que pasase los más elementales requisitos de salubridad e higiene.
Conecté con Peter desde el primer momento. Hablaba español con bastante corrección. Según me contó había estado en España en varias ocasiones, concretamente en Sitges, donde le gustaba veranear, así que nos podíamos comunicar perfectamente sin tener que recurrir a intérpretes o pretender que le entendiese en su excelente inglés nativo, del cual no pillaba ni media palabra. Era habitual que Peter me reprochara de vez en cuando que me follara a las chicas y que conviviese con ellas. Según él, no entendía como un tío como yo podía convivir con semejantes guarras ya que aparte de no ser limpias en la casa eran unas auténticas cerdas en el aseo personal. Peter estaba seguro de que no se limpiaban el culo ni cuando cagaban, lo había visto con sus propios ojos. Hay que reconocer que no le faltaban razones a sus malévolos y ladinos comentarios, pues según pude comprobar, además de desordenadas eran auténticamente guarras y sirva como ejemplo que la mayoría de las veces tiraban las braguitas a la basura ante la imposibilidad de eliminar las manchas producidas tras días y días de uso sin cambiárselas. Eso las veces que las usaban, pues lo normal era que no se las pusiesen, por lo que no quiero imaginarme como tendrían los tejanos por dentro. La ropa que usaban –y digo que usaban porque al tener la misma talla las cuatro, más o menos, se la ponían indistintamente—se amontonaba en cualquier rincón del apartamento, sin que ninguna se preocupara de si al ponerse algo estaba más o menos sucio. Sólo de vez en cuando llenaban un gran saco de viaje con la ropa sucia y lo llevaban a la lavandería de un pakistaní que se la devolvía limpia y planchada por unas pocas libras. Por lo demás la convivencia era de lo más agradable. No existía entre ellas ningún tipo de rivalidad ni de mal rollo; tampoco discutían sobre quién ponía más o menos pasta para el mantenimiento de la casa, todo era de todas y todas podían hacer uso de cualquier cosa que hubiera en el apartamento. Para mí era un autentico privilegio compartir mi vida con ellas, era como vivir en el país de la jodienda ya que siempre tenía un coñito a mano dispuesto a recibir un polvete. La más folladora con diferencia era Dana, siempre dispuesta a joder, siendo también la más creativa y osada. Precisamente con Dana follé en los lugares más insólitos de todo Londres, llegando incluso a echar un polvete de pie mientras esperábamos en la cola de un concierto musical para entrar. Gracias a su largo abrigo pudimos echar el polvo ocultos de miradas indiscretas. Me saqué la polla y se la metí por debajo de la mini, que era el único obstáculo para llegar a su apertura vaginal, al no llevar bragas. En otra ocasión me obsequió con una mamada mientras estábamos en la parte superior de un bus, sentados al fondo; por suerte sólo subieron tres o cuatro personas que o bien no se dieron cuenta o bien nos ignoraron, el caso es que no prestararon la menor atención a lo que estábamos haciendo, o mejor dicho, a lo que Dana me estaba haciendo. Quizás la vez más comprometida fue cuando nos descubrió en plena faena la limpiadora de los aseos de los almacenes Harrod´s. Aún al día de hoy me acuerdo de la cara de estupor que puso la pobre señora cuando al abrir la puerta del aseo se encontró a un tío con los pantalones medio bajados enculando a una tía a la que además era difícil catalogar como tal, pues por esa época Dana llevaba el pelo casi tan corto como un chico a punto de entrar en el ejercito. Felizmente no ocurrió ningún percance. La pobre señora se limitó a emitir un grito de sorpresa, cerro rápidamente la puerta y nosotros pudimos acabar tranquilamente de echar el polvete. Al salir nos cruzamos con ella en el pasillo de los aseos y al vernos bajó la mirada y aceleró el paso.
Aparte de a estas lúdicas y hedonísticas diversiones, también dediqué parte de mi estancia en Londres a descubrir rincones insólitos que habitualmente pasan desapercibidos cuando vas simplemente de turista, y como no, a asistir a la amplia variedad de actividades culturales que esta gran ciudad ofrece diariamente, tales como excelentes exposiciones o presentaciones de la índole más diversa, a la vez que fiestas muy parecidas a las habituales que suelen darse en los círculos intelectuales de Nueva York. También asistí a numerosos conciertos y actuaciones musicales de géneros diferentes. Me di cuenta que existe una gran diferencia entre el concepto de música que tienen los ingleses y el que tienen los españoles, sobre todo si tenemos en cuenta las pocas oportunidades que tenemos en España de poder ver y escuchar en directo a las grandes figuras del panorama musical, y lo mal que se organizan los conciertos, de manera que es muy difícil que el público disfrute del espectáculo plenamente. En Londres es una auténtica delicia asistir a un concierto; la primera sorpresa es que la entrada te da derecho a un asiento; la segunda sorpresa, no menos importante que la primera, es el gran respeto que el público tiene hacia el artista, escuchándose la música a la perfección y no con un barullo de voces, como aquí, que habitualmente impide escuchar el concierto. Al día de hoy sigo sin entender como en España se pueden pagar esas cantidades tan exageradas para entrar en un concierto, partiendo del hecho de que el espectador no va a poder, prácticamente, ver ni escuchar el espectáculo, aparte de los malos modos que va a tener que aguantar por parte de los descerebrados que están en las puertas de acceso, pidiendo las entradas. Personalmente creo que deberíamos dejar de asistir a estos conciertos tan mal organizados –merece la pena ahorrar un poco más de dinero y asistir a ellos en cualquier otro país de Europa—y que acudan solamente a ellos los hijos de puta que se forran organizándolos. Otra característica que nos diferencia a los españolitos de los ingleses en este aspecto, es el silencio con el que la gente se toma sus birras o sus cubatas en cualquier pub, mientras actúa el grupo o el cantante de turno. Debo confesar que el ambiente relajado y más bien silencioso que se disfruta en la mayoría de los pubs, cafeterías o restaurantes –a pesar de estar tan abarrotados como lo pueden estar en nuestro país—es uno de los encantos que me cautivan de Londres. Siempre que regreso a Madrid, después de haber estado en cualquier otro país con estas características, me cuesta incorporarme al griterío y la mala educación del nuestro; es una pena pero es así, que le vamos a hacer, he salido del molde un poco rarito y me suele dar por culo tener que aguantar a la cada día más creciente chusma de maleducados, vociferantes e incultos que puebla nuestra geografía, y que conste que me importa una mierda lo políticamente correcto o incorrecto, simplemente me molestan cantidad los emigrantes que huelen mal y no se adaptan a nuestra cultura, ¿o acaso tendremos que adaptarnos nosotros a la suya?. Me gusta en este aspecto, aunque contradiga la forma de pensar que me ha acompañado durante tantos años y que ahora empieza a cambiar gracias a tanto extranjero guarro e incivilizado, el clasismo que aún mantiene en muchos aspectos la sociedad inglesa. Bien como ya me he desahogado y me encuentro mucho, pero que mucho mejor, sigamos con el relato de mis andanzas por el viejo Londres. Y para no parecer anti-español, que no lo soy, mencionaré un aspecto que pude observar, al menos en algunas de las chicas con las que tuve contacto más o menos íntimo, y que no deja en muy buen lugar la higiene de las inglesitas. Un día descubrí por qué la ropa interior allí es tan barata en almacenes tipo Marks and Spencer, la razón es que la ducha diaria es un hábito que aún no ha llegado a instaurarse y por ende raramente se lavan el coño. Cuando finalmente una inspiración divina les recuerda que han de pasar por la ducha, les merece más la pena tirar las bragas a la basura que lavarlas. En el aspecto higiénico – sin ánimo de generalizar - dejan mucho que desear con respecto a las españolas y aún más con respecto a los tan bien cuidados y apetecibles coñitos de las francesas, que no sólo huelen a coño limpio y saludable sino que además saben de puta madre, si matizo ésto es porque últimamente he podido detectar en las mujeres de nuestro país un excesivo uso de jabones íntimos que si bien es cierto que dejan muy limpio el coño, también es cierto que matan el encanto de su genuino olor y sabor. Volviendo a los coñitos ingleses una de dos, o estabas muy desesperado por comerte uno – excesivo tiempo sin catarlo se entiende — o muy colocado. Las veces que me comí uno yo estaba entre los “muy pero que muy colocados” por lo que hasta me parecían impolutos. En cualquier caso, al menos con mis cuatro compañeras de apartamento, tenía garantizado que se lo lavaban antes de follar conmigo. Kate al ser española, aunque había nacido en Australia, era la más limpia y la única que usaba diariamente la ducha – quizás fue esto lo que más me enamoró de ella -. Dana, aunque no era muy partidaria de la ducha diaria, al menos solía lavarse el coño diariamente e incluso pude observar que también se lavaba las axilas para salir a la calle. En cuanto a Polly y Melissa supongo que por su ascendencia irlandesa eran, dentro de lo que cabe, bastante menos guarras que las inglesas y podía comerme con tranquilidad sus coñitos con la garantía de que estaban en buenas condiciones de conservación, al menos se duchaban dos o tres veces a la semana, otra cosa diferente es que se cambiaran de bragas o no.
Quitando los días en los que me dedicaba única y exclusivamente a drogarme a tope y a follar, solía levantarme pronto y salir a primera hora del día a pasear. Cuando visito otros países prefiero conocer sus costumbres, su gente, su ambiente y sus peculiaridades antes que visitar museos, palacetes o monumentos, tan apreciados por los turistas-borregos. Esto me beneficia no sólo en que raramente coincido con este rebaño en mi camino, sino en que además puedo disfrutar sin incordio de espacios y lugares más bien solitarios o simplemente habitados por los lugareños. De esta manera fui descubriendo un Londres menos glamouroso y turístico que el que habitualmente nos suelen mostrar los folletos turísticos. Al recorrer los suburbios me di cuenta de que no hay tantas diferencias con los de Madrid, Berlin o Nueva York; miseria hay en todas partes pero su cara más amarga siempre se oculta en los extrarradios de las grandes ciudades, aunque por otro lado es en estos lugares donde descubres la mejor gente, ya que el centro de las ciudades ha sido tomado, en la mayoría de los casos, por los grandes comercios, las entidades financieras y la gente adinerada gracias a la cual mil ojos nos acechan en forma de cámaras de seguridad, vigilantes privados y cualquier artilugio que sirva para mantenernos alejados de sus propiedades. Cada día entiendo menos los viajes a París, Londres o cualquier otra ciudad semejante con la finalidad de ir de compras a los grandes complejos comerciales. Es incomprensible que la gente vaya a estas ciudades a comprar compulsivamente en tiendas pertenecientes a multinacionales como Calvin Klein, Benetton, Givenchi o tantas otras similares, cuando en su propia ciudad las tienen iguales e incluso con precios más asequibles. Supongo que debe ser algún consejo que los psicólogos y psicoanalistas dan a sus pacientes con el fin de deshacerse de sus neuras.
Aunque parezca contradictorio con lo dicho anteriormente, debo confesar que a veces me dejaba caer por estas zonas o áreas consideradas, comercialmente hablando, como turísticas. Lugares como Oxford Street, Regent Street, Picadilly Circus, Tottenham Court, las callejuelas del Soho y sobre todo Charing Croos Road con sus innumerables librerías eran parte de mi circuito favorito, en el que por supuesto incluyo la zona del Covent Garden y Hyde Park e incluso porque no lo voy a reconocer, la tradicional Trafalgar Square. No pretendo justificarme, pero la razón de mis incursiones por estas zonas era generalmente para adquirir libros, discos e incluso ropa, aparte de poder observar la pintoresca fauna humana que habitualmente transita por allí. Otra razón era la enorme facilidad con la que podías enrollarte con tías que estaban de paso por Londres, sobre todo, norteamericanas en busca de aventuras en el Viejo Continente y españolitas en viaje de fin de curso que con la excusa de la alegría que produce haber terminado un ciclo, se abren a cualquier experiencia que a buen seguro no llevarían a cabo en su lugar de residencia habitual. También podías encontrar con cierta facilidad coñitos sudamericanos, sobre todo brasileños, argentinos y colombianos. En resumen, en esa época no faltaba material por las calles londinenses para echar un polvete.
Las drogas, al igual que el sexo, se conseguían fácilmente. Abundaban, y a diferencia de años posteriores, con una calidad inmejorable, incluso en algunos casos con una pureza de casi un cien por cien. Podías, si tenías buenos contactos, encontrar marihuana colombiana de excelente calidad, cocaína, igualmente colombiana, de una pureza inimaginable al día de hoy, LSD genuino, e incluso una amplísima oferta de anfetas y demás tipos de pastillas. Personalmente me incliné por la marihuana y la coca, tomando en sólo dos o tres ocasiones LSD. Del resto de la oferta pasé olímpicamente. Nunca me han gustado las anfetas ni las demás clases de pastillas que la peña se toma a puñados, tan solo un día probé una de éxtasis para experimentar que coño pasaba. Del suministro de cocaína se encargaba Kate quien estaba realmente enganchada, aunque ella lo negaba insistentemente una y otra vez. Siempre nos soltaba el rollo de que ella podía dejarla cuando le apeteciera, en cualquier caso, era quien nos proporcionaba el material y se encargaba de que no faltase nunca y siempre de la mejor calidad. Para ella el objetivo de la droga no consistía en la evasión, sino en aumentar el placer hasta el límite. En estado normal ya era bastante desinhibida así que bajo los efectos de la coca se desmadraba por completo. Como ejemplo recuerdo un día que estaba puesta hasta las cejas y me pidió que le frotase el clítoris con la coca mientras le introducía la polla por el culo. Se puso tan fuera de sí que se meó y se corrió al mismo tiempo, aparte de cagarse nada más sacarle la picha del culo. Según me contó después, cuando se recuperó del colocón, se le habían distendido todos los músculos del cuerpo, incluidos los del esfínter, de tal manera que le fue imposible controlarlos. Se quedó tan desmadejada, relajada y con un estado tal de laxitud que tuve que meterla en la bañera y lavarla como si se tratara de un bebé. Posteriormente me estuvo agradeciendo, durante bastantes días, que la hubiera tratado con tanta delicadeza.
Dana, por el contrario, no necesitaba ningún tipo de droga para estar cachonda, alegre y feliz. A pesar de ello era la encargada de proveernos de marihuana. Tenía un colega en el Centro de Arte que se la pasaba directamente con una calidad insuperable, así que todos estábamos apuntados en la lista de beneficiarios de tan exquisita planta. Su verdadero vicio era el sexo al que podía, como ya he contado anteriormente, aportar cualquier improvisación o idea disparatada que se le pudiera ocurrir. En este aspecto era una auténtica cabezota y como se le metiera alguna idea delirante en su cerebro, no había nadie capaz de hacerle comprender que materializarla era del todo imposible. Experimenté en carne propia una de esas ideas delirantes que de repente se le ocurrían. Intenté por todos los medios convencerla de la incompatibilidad entre llevar a cabo su ocurrencia y no meternos en un buen lío. No tuve éxito en esta empresa y al final, más por evitar discutir con ella que por que me atrajese la historia, accedí a su petición. Se le había metido en su linda cabecita que teníamos que echar un polvo en uno de los bancos de una iglesia que estaba, para más cachondeo, cercana a nuestra vivienda. El templo estaba completamente vacío y silencioso, así que pensé que al final no sería para tanto. Cuando estábamos en el mejor momento de la follada y a punto de corrernos nos pilló una tipeja, de esas típicas beatas que pululan a todas horas por las iglesias, y se puso a gritar como una auténtica demente, llamando a la policía y al cura. Nos pegamos un susto de tres pares de cojones al oír a la tía histérica. El susto se volvió pánico cuando le vimos el careto que tenía y nos fuimos de allí corriendo como posesos, más que porque nos fuera a trincar la pasma – que casi nos coge – por el acojone de lo fea que era la tía, que parecía salida de una película de terror tipo “El Exorcista”. Una semana después volvimos a la misma iglesia y vertimos en la pileta del agua bendita una botella con orina recién salida de fábrica.
Cuando llevaba en Londres más o menos un par de meses apareció, inesperadamente, Alma procedente de París, donde había estado realizando un reportaje fotográfico para una revista francesa de moda juvenil. Según nos comentó, pasaría unos días con nosotros y después se marcharía a Nueva York para realizar otros trabajos que tenía pendientes desde hacía algún tiempo. Posteriormente supe que la realidad era muy diferente a la historia que nos contó. El motivo de su marcha a Nueva York era huir de un par de tipos a los que debía una gran suma de dinero. Alma y Kate ya se conocían de haber coincidido en algunas ocasiones en Madrid. A pesar de que no tenían nada en común, a excepción de la afición de ambas por la coca, se llevaban bastante bien. El resto de las chicas no la conocían, pero Alma no tardó en sacar toda su artillería de seducción y en poco tiempo las tenía comiendo en la palma de su mano. Tenía una facultad especial para embaucar a cualquier persona, ya fuera hombre o mujer, y hacer con ella lo que se le viniera en gana. Incluso sedujo al bueno de Peter, misógino por excelencia, quien pensó que Alma era una especie de ángel, limpia y ordenada. Cambiaría obligadamente de opinión una semana después, cuando el ángel se convirtió en el demonio que realmente era. En una ocasión vomitó en el fregadero de su cocina después un gran colocón. Posteriormente creyó que le había robado una pitillera de plata y tres relojes antiguos de una colección que con gran esfuerzo económico estaba creando, no volviendo a dirigirle le palabra hasta algunos días después, cuando se descubrió que realmente no fue Alma quien se había llevado estos objetos.
Pasó con nosotros una semana y media que a mí me parecieron meses de auténtico caos. Alma estaba pasando por una mala racha, quizás una de las peores de su vida, y yo tampoco me encontraba en uno de mis mejores momentos, así que nos convertimos en una mezcla explosiva. Desde el momento que apareció por el apartamento no paramos de esnifar y beber. Comíamos lo imprescindible para sobrevivir, y en los pocos y raros momentos en los que yo tenía una erección, follábamos hasta la extenuación como si la vida nos fuera en ello. Al cuarto día de este desmadre le vino la menstruación y se le ocurrió la brillante idea de no ponerse ni bragas ni tampax ni compresas, así que se pasaba el día manchándolo todo de sangre. Afortunadamente las chicas se lo tomaron con la típica flema inglesa y no le dieron demasiada importancia, eso sí, las manchas de sangre cada vez eran más abundantes y corríamos el peligro de coger alguna infección. Al final fue Kate quien tomó el mando de la situación y convenció a Alma para que se duchara con ella. Incluso la convenció para que se pusiera unas braguitas y así evitar que lo pusiera todo perdido de sangre. Cuando salió de la ducha no parecía la misma persona que minutos antes se había estado paseando desnuda por la casa, embadurnada de sangre, esperma y demás sustancias. Su metamorfosis había sido tal, que Dana quedó prendada de ella. Al final terminaron acostándose juntas ya que tanto Dana como Alma eran bisexuales.
Kate, Alma y yo nunca habíamos coincidido juntos en un mismo lugar hasta la visita de Alma al apartamento. Un día Kate, precisamente para celebrar tal coincidencia, decidió invitarnos a Alma y a mí a cenar en un restaurante chino. Para tan magna ocasión decidieron ponerse sus mejores galas. Kate eligió para la ocasión un conjunto de Armani que parecía diseñado expresamente para ella y que consistía en una preciosa falda mini de tipo escocesa que iba a juego con un mini-top que le tapaba sólo parte de los pechos, y eso que Kate no los tenía precisamente grandes. Como complementos llevaba un par de botas altas, casi hasta las rodillas, de color rojo bermellón, y para combatir el frío de la noche, escogió un abrigo largo de piel, igualmente de un rojo intenso. Estaba totalmente arrebatadora. Su pelo corto, teñido de un rubio dorado, y sus intensos ojos verdes contribuían a irradiar una imagen difícilmente separable de la de las habituales modelos que aparecen en revistas como Face, Vogue o Elle.
Alma no le iba a la zaga. Su atuendo estaba compuesto por una super mini color celeste que dejaba ver perfectamente las braguitas que llevaba debajo, una camiseta blanca con el nombre en el pecho de su creador favorito: Calvin Klein, unas deportivas también celestes, marca Reebok, a juego con una especie de anorak corto, igualmente de la firma Calvin Klein. Su corto pelo rojo contrastaba con el amarillo de sus ojos, conseguido gracias a unas lentillas que se había puesto especialmente para la ocasión para que sus ojos verdes no compitieran con los de Kate. Usaba un maquillaje muy suave que le daba un aspecto aniñado a la vez que romántico, parecía más una adolescente que una mujer de treinta y tantos años como realmente era, pudiendo competir con cualquier lolita adolescente.
La cena transcurrió tranquila y sin sobresaltos, sólo interrumpida de vez en cuando por alguna que otra escapada por turnos a los aseos para esnifar una rayita de coca. Tras la cena acudimos a una fiesta particular, que habían organizado unos amigos de Melissa y Kate con el fin de celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Melissa, que fue a la primera que vimos nada más aparecer por la fiesta, llevaba un traje negro muy ajustado y escotado, corto, más bien yo diría super corto, con el complemento insólito de unas botas de tipo militar. Su larga y rizada melena pelirroja complementada con sus innumerables pecas alrededor de la cara delataban sin dudas su origen irlandés; estaba francamente preciosa.
Dana había llegado con bastante anticipación a la fiesta y llevaba ya algún tiempo pululando por allí. Ella se había decidido por su habitual indumentaria de “diario”, y llevaba puesto sus inseparables vaqueros Lee súper ajustados, con una camisola que se había comprado en unas vacaciones en Ibiza. Como calzado se había puesto sus también inseparables deportivas Nike de color rojo. El pelo se lo había recogido en dos coletas, jugando también a dar una imagen inocente y aniñada de adolescente desvalida. Al rato de llegar estábamos plenamente integrados en el sarao y comprobamos que no faltaba absolutamente de nada. Teníamos a nuestra disposición todo tipo de bebidas y drogas, precisamente fue en esta ocasión cuando probé por primera vez auténtico LSD, sin ninguna adulteración. Compartí la experiencia con Kate, teniendo ambos un buen “viaje” durante toda la noche y parte de día siguiente. De pronto terminaban sus efectos psicodélicos, y cuando menos lo esperábamos, volvían a aparecer, de hecho, esta rara sensación se mantuvo en nosotros casi toda la semana sólo que el fenómeno se fue espaciando a medida que pasaba el tiempo. Polly fue la que se encargó de acercarnos a casa, pues al parecer ni Kate, Dana, Melissa ni yo estábamos en condiciones de ir por nuestros propios medios. Alma apareció dos días después de esta movida sin tener nada claro dónde había pasado todo ese tiempo. Sólo se acordaba de que se había puesto hasta el culo de coca y de bourbon y de que se despertó hacía poco tiempo en el apartamento de un tipo llamado Paul Z. que al parecer era el que había estado con ella. Polly descubrió, por las referencias de Alma, que el tal Paul Z. era un conocido presentador de la BBC adicto entre otras cosas al opio, por lo que seguramente lo que habían ingerido ambos era esta sustancia, y por eso Alma estaba tan descolocada sin recordar prácticamente nada de lo que había hecho.
Kate se quedó conmigo dos días en el apartamento, sin salir para nada, para entre otras cosas dejar que se nos fuera definitivamente el efecto del LSD. Durante este tiempo en que permanecimos casi en clausura, nos dedicamos a escuchar música y sobre todo, a hacernos fotos en actitudes erótico-pornográficas. Incluso dejamos que Polly nos dibujase, en varias ocasiones, follando o masturbándonos. Llegó a dibujarme mientras, sentado en la taza del water, intentaba evacuar mi intestino. A Kate la dibujó mientras se introducía por el coño y el ano los objetos más inverosímiles y raros que encontraba por el apartamento. Melissa y Peter –en compañía de George, el nuevo chico de este último- se lo pasaron genial con todas las guarradas que se nos ocurrieron a Kate y a mí durante estos dos largos días de encierro voluntario. Incluso Peter aprovechó el buen rollito que teníamos para conseguir algo que había deseado desde que llegué al apartamento: hacerme una mamada. La mamada que me hizo Peter la inmortalizó Alma con su cámara, quien por cierto, ya se había reconciliado con Peter al descubrir éste que realmente quien le había levantado los objetos que le faltaron en su día fue el chico con el que convivía entonces. Polly también se prestó a dejarse fotografiar por Alma mientras se meaba de pie con las bragas puestas.
Supongo que algo ocurrió en estos dos días entre Kate y yo, porqué a partir de este encierro nos enrollamos como pareja. Hasta Alma, nada más llegar al apartamento, se dio cuenta de inmediato de que había algo especial entre nosotros dos. Según ella estábamos hechos el uno para el otro, así que se dedicó a animarnos a que nos planteáramos incluso el vivir juntos. Afirmaba que terminaríamos casados y con algún hijo adoptado.
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