INTRODUCCION: HENRY MILLER: EL CIRCULO PARISINO (COPY: JAVIER PARRA)
INTRODUCCIÓN
Henry Miller empezó a escribir en su ciudad natal, Nueva York. Hay un par de novelas que corresponden a su etapa inicial o de formación como escritor. Sin embargo sería a partir de su estancia en París donde realmente se configuraría y maduraría el escritor capaz de crear obras tan importantes como “Trópico de Cáncer”, “Trópico de Capricornio”, “Sexus”, “Plexus”, “Nexus” y “El Coloso de Marusi”, así como toda una larga serie de ensayos y otras obras menores conocidas del público pero no por ello menos interesantes.
En este libro he pretendido, cogiendo como hilo conductor su estancia en París, descubrir no solamente al Henry Miller duro, solitario y feliz que tan acertadamente describió su amigo Brassaï en “Henry Miller Rocher Heureux”, sino también al escritor que supo aglutinar en torno a él a todo un grupo de personajes tan variopintos que van desde los psicoanalistas Otto Rank y Rene Allendy, hasta el célebre y conocido autor del Cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell, sin olvidar, por supuesto, a la figura probablemente más trascendental e importante en la carrera literaria de Miller que fue Anaïs Nin.
La Primera Guerra Mundial tuvo una serie de consecuencias en el continente europeo, entre ellas una crisis ideológica que conllevó un replanteamiento de los valores hasta ese momento vigentes, desembocando en una ruptura de las corrientes artísticas con la ortodoxia acostumbrada, apareciendo nuevos movimientos en el ámbito de la filosofía, de la arquitectura, de la escultura, de la pintura y de la literatura. Producto de la crisis social y de los valores morales es la obra “Viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Cèline, en la que el autor muestra al desnudo la naturaleza humana, desde el punto de vista de un hombre que ha padecido en carne propia la barbarie de la Primera Guerra Mundial. A pesar de que Céline no conoció personalmente a Miller sí que influyó en toda su obra y por eso he creído necesario dedicarle un capítulo de este libro. Existe el rumor de que Céline, después de leer el Trópico de Cáncer, le dijo a su editor que no quería conocer a Miller porque su novela le había parecido un burdo plagio de la suya propia – “Viaje al fin de la noche” – la cual había sido publicada tiempo antes. Miller admiraba a Céline profundamente siendo, probablemente, el autor que más influyó en su forma de narrar y en su personalidad como escritor. Considero que la obra de Céline ha de tenerse muy en cuenta si se pretende profundizar en la de Henry Miller ya que ambas se complementan. Mientras que Céline aporta el pesimismo nihilista más desolador, Miller aporta una visión vitalista que deja abierta la puerta a la reconciliación con la humanidad.
Uno de los grandes movimientos artísticos de entreguerras fue el surrealismo, propio de unas minorías en desacuerdo con la realidad que les rodeaba que decidieron expresar su propia visión del mundo. El surrealismo está presente como protagonista principal en toda la obra de Antonín Artaud, hombre polifacético donde los haya, que formó parte del círculo de amigos de Henry Miller, a través de Anaïs Nin. Tanto la obra como el personaje que representaba Artaud fue clave en el posterior desarrollo literario e intelectual de ambos. Si realizamos una detenida lectura de algunos textos de Henry Miller, posteriores a su etapa parisina, descubriremos que Artaud tuvo una gran influencia en él, sobre todo en sus ensayos sobre la cultura norteamericana. Tampoco Nin es ajena a esta influencia, y novelas tales como Corazón Cuarteado o Una Espía en la Casa del Amor dejan entrever el pensamiento surrealista que le aportó este personaje con sus variadas y múltiples personalidades patológicas a veces y esperpénticas otras.
Anaïs Nin es otro de los componentes del círculo de amigos de Henry Miller. Ella fue, aparte de su fiel amiga, la persona que hizo posible que una gran obra como “Trópico de Cáncer” viera la luz. En los peores momentos de Miller, Nin le animó y sacrificó sus propias necesidades con el fin de que éste dispusiese de alojamiento y comida y así pudiera concentrarse en la escritura de sus libros. Estoy convencido que sin el apoyo de Anaïs, no hubiéramos podido disfrutar de gran parte de la obra de Miller. Además de su apoyo incondicional, Anaïs introdujo a Miller en su círculo de amistades. Sería así como Miller conocería a personajes como Antonin Artaud, mencionado anteriormente, y a los psicoanalistas Otto Rank y René Allendy. En esta época la teoría psicoanalítica se encontraba en plena ebullición, producto de su reciente nacimiento. Anaïs quedó fascinada por esta nueva corriente dentro de la Psicología, tanto que incluso ella misma se psicoanalizó varias veces – de ahí que mantuviera amistad tanto con Otto Rank como con René Allendy - y años después analizó, como terapeuta, a otras personas.
Lawrence Durrell ya había escrito y publicado dos o tres novelas cuando “Trópico de Cáncer” cayó en sus manos por casualidad. A partir de entonces Henry Miller se convertiría en uno de sus mejores amigos sin cuya influencia difícilmente hubiese escrito “El libro negro” y menos aún, la obra que le consagraría como uno de los mitos de la literatura del pasado siglo: “El cuarteto de Alejandría”. Asimismo, en el caso de Henry Miller, una obra tan importante como “El Coloso de Marusi” no hubiera sido posible si Durrell no le hubiese abierto las puertas de las maravillas griegas.
Formando parte indisoluble y fundamental con Anaïs, Durrell y Miller está Alfred Perles, personaje que aunque solo fuese recordado como el autor del significativo libro “Mi amigo Henry Miller”, o por las juergas que se corrió en la época que compartió apartamento en Clichy con Miller, ya sería suficiente, pero es que además es el autor de una interesante obra narrativa que, desgraciadamente no ha tenido la suficiente difusión para que ocupe el lugar que se merece en el panorama literario.
Testigo gráfico de este grupo de amigos fue el excelente y reconocido fotógrafo Brassaï, que no sólo compartió la amistad de todos ellos, sino que se encargó de dejar fotografiados multitud de personajes significativos del París de entreguerras, vinculados a la bohemia y al arte, y una época que posiblemente haya sido una de las más esplendorosas de la historia.
Henry Miller creó una gran amistad con Blaise Cendrars, quien si bien no perteneció al grupo de amigos de esta época, si influyó notablemente en el desarrollo y posterior madurez literaria de aquél. Cendrars: excelente escritor, aventurero, incansable curioso y enemigo de la rutina, ha dejado una obra que no sólo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que a medida que éste pasa parece que mejora e incluso rejuvenece. Miller, hasta la muerte de Cendrars, mantuvo una gran amistad con él, siendo, cuando falleció, su albacea testamentario, encargado de controlar su legado literario. Como interés anecdótico recomiendo al lector que tenga a bien seguir la lectura de este libro que preste atención, dentro del capítulo dedicado a Henry Miller, a la reunión que mantuvieron, con el fin de conocerse, Miller, Cendrars y Perls ya que no tiene desperdicio el comportamiento tan peculiar de los tres personajes juntos.
En definitiva, a pesar de la dificultad que supone, en algunos casos, encontrar los libros de los autores comentados en la presente obra, merece la pena buscarlos, pues su lectura nos acerca a un contexto histórico y artístico que difícilmente volverá a repetirse. Parafraseando a Hemingway “París era una fiesta”.
Henry Miller empezó a escribir en su ciudad natal, Nueva York. Hay un par de novelas que corresponden a su etapa inicial o de formación como escritor. Sin embargo sería a partir de su estancia en París donde realmente se configuraría y maduraría el escritor capaz de crear obras tan importantes como “Trópico de Cáncer”, “Trópico de Capricornio”, “Sexus”, “Plexus”, “Nexus” y “El Coloso de Marusi”, así como toda una larga serie de ensayos y otras obras menores conocidas del público pero no por ello menos interesantes.
En este libro he pretendido, cogiendo como hilo conductor su estancia en París, descubrir no solamente al Henry Miller duro, solitario y feliz que tan acertadamente describió su amigo Brassaï en “Henry Miller Rocher Heureux”, sino también al escritor que supo aglutinar en torno a él a todo un grupo de personajes tan variopintos que van desde los psicoanalistas Otto Rank y Rene Allendy, hasta el célebre y conocido autor del Cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell, sin olvidar, por supuesto, a la figura probablemente más trascendental e importante en la carrera literaria de Miller que fue Anaïs Nin.
La Primera Guerra Mundial tuvo una serie de consecuencias en el continente europeo, entre ellas una crisis ideológica que conllevó un replanteamiento de los valores hasta ese momento vigentes, desembocando en una ruptura de las corrientes artísticas con la ortodoxia acostumbrada, apareciendo nuevos movimientos en el ámbito de la filosofía, de la arquitectura, de la escultura, de la pintura y de la literatura. Producto de la crisis social y de los valores morales es la obra “Viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Cèline, en la que el autor muestra al desnudo la naturaleza humana, desde el punto de vista de un hombre que ha padecido en carne propia la barbarie de la Primera Guerra Mundial. A pesar de que Céline no conoció personalmente a Miller sí que influyó en toda su obra y por eso he creído necesario dedicarle un capítulo de este libro. Existe el rumor de que Céline, después de leer el Trópico de Cáncer, le dijo a su editor que no quería conocer a Miller porque su novela le había parecido un burdo plagio de la suya propia – “Viaje al fin de la noche” – la cual había sido publicada tiempo antes. Miller admiraba a Céline profundamente siendo, probablemente, el autor que más influyó en su forma de narrar y en su personalidad como escritor. Considero que la obra de Céline ha de tenerse muy en cuenta si se pretende profundizar en la de Henry Miller ya que ambas se complementan. Mientras que Céline aporta el pesimismo nihilista más desolador, Miller aporta una visión vitalista que deja abierta la puerta a la reconciliación con la humanidad.
Uno de los grandes movimientos artísticos de entreguerras fue el surrealismo, propio de unas minorías en desacuerdo con la realidad que les rodeaba que decidieron expresar su propia visión del mundo. El surrealismo está presente como protagonista principal en toda la obra de Antonín Artaud, hombre polifacético donde los haya, que formó parte del círculo de amigos de Henry Miller, a través de Anaïs Nin. Tanto la obra como el personaje que representaba Artaud fue clave en el posterior desarrollo literario e intelectual de ambos. Si realizamos una detenida lectura de algunos textos de Henry Miller, posteriores a su etapa parisina, descubriremos que Artaud tuvo una gran influencia en él, sobre todo en sus ensayos sobre la cultura norteamericana. Tampoco Nin es ajena a esta influencia, y novelas tales como Corazón Cuarteado o Una Espía en la Casa del Amor dejan entrever el pensamiento surrealista que le aportó este personaje con sus variadas y múltiples personalidades patológicas a veces y esperpénticas otras.
Anaïs Nin es otro de los componentes del círculo de amigos de Henry Miller. Ella fue, aparte de su fiel amiga, la persona que hizo posible que una gran obra como “Trópico de Cáncer” viera la luz. En los peores momentos de Miller, Nin le animó y sacrificó sus propias necesidades con el fin de que éste dispusiese de alojamiento y comida y así pudiera concentrarse en la escritura de sus libros. Estoy convencido que sin el apoyo de Anaïs, no hubiéramos podido disfrutar de gran parte de la obra de Miller. Además de su apoyo incondicional, Anaïs introdujo a Miller en su círculo de amistades. Sería así como Miller conocería a personajes como Antonin Artaud, mencionado anteriormente, y a los psicoanalistas Otto Rank y René Allendy. En esta época la teoría psicoanalítica se encontraba en plena ebullición, producto de su reciente nacimiento. Anaïs quedó fascinada por esta nueva corriente dentro de la Psicología, tanto que incluso ella misma se psicoanalizó varias veces – de ahí que mantuviera amistad tanto con Otto Rank como con René Allendy - y años después analizó, como terapeuta, a otras personas.
Lawrence Durrell ya había escrito y publicado dos o tres novelas cuando “Trópico de Cáncer” cayó en sus manos por casualidad. A partir de entonces Henry Miller se convertiría en uno de sus mejores amigos sin cuya influencia difícilmente hubiese escrito “El libro negro” y menos aún, la obra que le consagraría como uno de los mitos de la literatura del pasado siglo: “El cuarteto de Alejandría”. Asimismo, en el caso de Henry Miller, una obra tan importante como “El Coloso de Marusi” no hubiera sido posible si Durrell no le hubiese abierto las puertas de las maravillas griegas.
Formando parte indisoluble y fundamental con Anaïs, Durrell y Miller está Alfred Perles, personaje que aunque solo fuese recordado como el autor del significativo libro “Mi amigo Henry Miller”, o por las juergas que se corrió en la época que compartió apartamento en Clichy con Miller, ya sería suficiente, pero es que además es el autor de una interesante obra narrativa que, desgraciadamente no ha tenido la suficiente difusión para que ocupe el lugar que se merece en el panorama literario.
Testigo gráfico de este grupo de amigos fue el excelente y reconocido fotógrafo Brassaï, que no sólo compartió la amistad de todos ellos, sino que se encargó de dejar fotografiados multitud de personajes significativos del París de entreguerras, vinculados a la bohemia y al arte, y una época que posiblemente haya sido una de las más esplendorosas de la historia.
Henry Miller creó una gran amistad con Blaise Cendrars, quien si bien no perteneció al grupo de amigos de esta época, si influyó notablemente en el desarrollo y posterior madurez literaria de aquél. Cendrars: excelente escritor, aventurero, incansable curioso y enemigo de la rutina, ha dejado una obra que no sólo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que a medida que éste pasa parece que mejora e incluso rejuvenece. Miller, hasta la muerte de Cendrars, mantuvo una gran amistad con él, siendo, cuando falleció, su albacea testamentario, encargado de controlar su legado literario. Como interés anecdótico recomiendo al lector que tenga a bien seguir la lectura de este libro que preste atención, dentro del capítulo dedicado a Henry Miller, a la reunión que mantuvieron, con el fin de conocerse, Miller, Cendrars y Perls ya que no tiene desperdicio el comportamiento tan peculiar de los tres personajes juntos.
En definitiva, a pesar de la dificultad que supone, en algunos casos, encontrar los libros de los autores comentados en la presente obra, merece la pena buscarlos, pues su lectura nos acerca a un contexto histórico y artístico que difícilmente volverá a repetirse. Parafraseando a Hemingway “París era una fiesta”.
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