HENRY MILLER: EL CIRCULO PARISINO - CAPITULO 1 (COPY: JAVIER PARRA)

HENRY MILLER
(26/12/1891-7/6/1980)





Henry Valentine Miller, hijo de padres norteamericanos de religión luterana y de origen alemán, nació el día 26 de diciembre de 1891 en el barrio de Yorkville, Manhattan, perteneciente a la ciudad de Nueva York. Antes de cumplir un año, sus padres trasladaron el lugar de residencia a la calle Williamsburg, en el distrito 14 de Brooklyn. Cursó sus primeros estudios en la Eastern District High School, donde conoció a Cora Seward, posiblemente su primer amor de adolescencia. En 1909 ingresó en la Universidad Estatal de Nueva York, la cual abandonó al cabo de dos meses por no compartir en absoluto sus métodos educativos, empezando a trabajar de administrativo en la Atlas Portland Cement Company, empresa situada en el distrito financiero de Nueva York. Por esta época Miller inicia un periodo de rigurosa disciplina atlética que practicará al menos durante siete años. Igualmente en este periodo de su vida establece relaciones con Paulina Chouteau, una mujer que por su edad bien podría haber sido su madre.
En el año 1913 viaja por el oeste de los Estados Unidos en un intento de romper con la monotonía de la vida en la ciudad y conocer su país desde otra perspectiva más profunda. En San Diego conoce a Emma Goldman – la célebre anarquista inmortalizada en la película “Rojos” – lo que se convertirá en un hecho decisivo en la vida del joven Miller.
A su regreso a Nueva York, en 1914, empieza a trabajar en la sastrería de su padre, aunque sin ánimo alguno. Su primer acercamiento a la literatura corresponde al momento en que conoce al escritor profesional Frank Harris. En 1917 se casa con Beatrice Sylvas Wickens, una profesora de piano que residía en Brooklyn, con la que en 1919 tiene su primera hija, Bárbara. Después de un periodo de unos cuantos meses trabajando como repartidor para la Western Union, en Nueva York, Miller es nombrado jefe de la sección de repartidores, puesto que ocupará durante un periodo de cuatro años y que finalmente abandonará en 1924 cuando decide dedicarse única y exclusivamente a escribir. Durante el periodo de vacaciones que se toma en 1922 escribe su primer libro que titula “Clipped Wings”, redactado en tres semanas aproximadamente, compuesto por doce cuentos sobre repartidores de telegramas. “…Lo terminé en tres semanas. Era un libro denso. Se trataba de doce repartidores que conocí en la Western Union, individuos muy excéntricos, todos de nacionalidad extranjera – había hindúes, por ejemplo, y también me acuerdo de un muchacho que provenía de Malta. Personajes muy interesantes que denominé como los “Doce Mensajeros” -, porque, en aquel momento, uno de mis autores preferidos era Theodoro Dreiser”.
En 1923 conoce a la mujer que cambiaría definitivamente el rumbo de su vida, influyendo decisivamente en su carrera como escritor: se trata de June Edith Smith, que por aquel entonces trabajaba en una sala de baile, en Broadway. Al año siguiente se divorcia de su primera mujer y se casa con June, dedicándose a partir de entonces sólo a escribir. En una época de grandes penurias económicas – la gran mayoría de los ingresos con los que subsisten provienen del salón de baile en el que June trabaja de bailarina y en el que, ocasionalmente, ejerce la prostitución – deciden vender los poemas en prosa que escribe Henry, Mezzotints, de casa en casa.
En 1927, el matrimonio se aloja en el sótano de un viejo edificio de Brooklyn. El dinero con el que subsisten en esta época proviene en gran medida de Jean, la amante de June, que comparte la vivienda con ellos, situación que le hace sentir a Miller “como un extraño en su propia casa”. Años más tarde Miller describirá este periodo tan dramático en la hermosa trilogía que corresponde a la Crucifixión Rosada: Sexus, Plexus, Nexus. En numerosas ocasiones tuvieron que vender su sangre en los bancos que a tal efecto empezaron a proliferar en esta época tan pobre,  recordada aún con pesimismo en Nueva York, y que fueron los llamados años de la depresión, depresión que arruinó a tantas familias estadounidenses. En este universo de chulos, putas y otros ejemplares de la fauna que pasaba por la casa en la que vivían, Miller encontró la mejor fuente de inspiración para los argumentos y el estilo literario que posteriormente desarrollaría en los Trópicos, durante el periodo parisino. Uno de los numerosos días en los que Miller se ve forzado a vagar durante horas por las calles neoyorquinas, mientras June y su amiga “entretienen” a los clientes que les dan el sustento, se encuentra con Jimmy Pasta, viejo amigo de la infancia, que ante la situación económica de Miller le echa una mano colocándolo de ayudante de enterramientos en el departamento de parques de Queens. Una semana después de este afortunado acontecimiento, al regresar a casa, Miller se encuentra con la sorpresa de que June le ha abandonado y se ha marchado con Jean a París. Al regreso de June, dos meses después, ya sin la presencia de Jean en sus vidas, el matrimonio se instala en Greenwich Village, donde abre una taberna clandestina, mientras Miller trabaja al mismo tiempo en el departamento de parques. La historia termina mal y tienen que cerrar la taberna al ser denunciados por tráfico y venta ilegal de alcohol. En 1929 Miller y June regresan a Nueva York, después de haber estado viajando durante un año entero por Europa con el dinero que le ha facilitado a June un mecenas admirador suyo. El mismo mecenas les facilita los medios para que se instalen en un coqueto apartamento de Clinton Avenue, en Brooklyn, lugar donde Miller escribirá “Moloch o este mundo gentil”, que al igual que la novela “Crazy Cook”, perteneciente a ese mismo período, no serían recuperadas para los lectores hasta el año 1988 y gracias a la labor de investigación que llevó a cabo una de las biógrafas de Miller, Mary V. Dearborn.
“This gentile world” es un libro de ficción autobiográfico que se desarrolla en la época en la que Miller trabajó para la Western Union. El protagonista es Dion Moloch – un alter ego de Henry Miller – un trabajador muy apreciado por los repartidores de la Compañía. Es obvio que este alter ego de Miller tiene más virtudes que defectos, sin embargo y al margen del personaje central, lo que se pone de manifiesto más notoriamente en este libro es el antisemitismo que proyecta lo que le acerca de alguna manera a su admirado Céline. La obsesión de Miller por los judíos será una constante en toda su vida, aunque con peculiaridades muy ambivalentes, pues, como queda evidenciado en Moloch, el protagonista de este libro aplaude a sus amigos Blanche y Stanley por su antisemitismo, al mismo tiempo que en otros aspectos habla con verdadera admiración de los judíos, de su capacidad intelectual e independencia, e incluso de la notoria superioridad que tienen las mujeres judías enfrentadas a las gentiles. Por otro lado, no son solamente los judíos objeto de sus críticas, ya que tampoco salen muy bien parados en esta obra los italianos, los irlandeses, los alemanes e incluso todo lo que huele a católico, sin contar las innumerables referencias en contra de los homosexuales o a favor del racismo. Elementos éstos que si bien aparecerán nuevamente en otras obras de Miller, no lo harán con tanta intensidad. En su defensa hay que decir que, en esta época, Miller estaba muy influido por las corrientes filosóficas y literarias de autores como Nietzsche, Herbert Spencer, Oswald Spengler, Hilaire Belloc, Louis Ferdinand Céline y notoriamente influido también por las imágenes que recordaba de su amado barrio de juventud, Williamsburg, en Brooklyn, invadido, saqueado y ensuciado por los judíos que se habían establecido en él.
“Crazy Cook” surgió como el lamento desgarrado de un hombre que tiene que compartir a la mujer amada, no con otro hombre, sino con otra mujer. June, la Mona de Trópico de Cáncer y la Mara de la Crucifixión Rosada, es en este caso Hildred. El protagonista se queda hundido física y psicológicamente teniendo que regresar al hogar paterno. Historia inspirada en su propia vida ya que Miller tuvo que regresar al hogar paterno como un fracasado de treinta y seis años de edad para redactar precisamente esta dolorosa novela la que, no hay que olvidar, daría lugar al inicio de lo que sería meses después el primer borrador del Trópico de Cáncer.
En 1930 Miller regresa a Europa, esta vez sin la compañía de June que se queda en Nueva York. Primero pasa una temporada en Londres para instalarse posteriormente en París, lugar donde Richard G. Osborn y Alfred Perles le acogen amigablemente. Parte del invierno y la primavera de 1931-32 vive en casa de Osborn, situada en la calle de Auguste Bartholdi. En el invierno de 1931 conoce, durante una cena a la que es invitado en Louveciennes, a Anaïs Nin, la mujer que se convertiría no sólo en uno de sus amores más apasionados sino también en su más ferviente defensora literaria a la vez que casi su agente literario, ya que gracias a la tenacidad de Anaïs, Miller verá al fin publicado en 1934 su primer libro: “Trópico de Cáncer”.
Mientras vagabundea por las calles de París, Miller establece relaciones con los tipos más extravagantes y variopintos que se encuentra en su camino, duerme y come donde puede, y se dedica al mismo tiempo a ir redactando el borrador de Trópico de Cáncer. En 1933 alquila un piso en Clichy con Alfred Perles, con el que trabaja como corrector de pruebas de la edición francesa del “Chicago Tribune”. Durante esta época, Miller impartió clases de inglés, por un breve periodo de tiempo, en el Lycée Carnot de Dijon. Visita Luxemburgo acompañado de Perles y comienza a escribir “Primavera Negra”. Son días de alcohol, sexo y sobre todo mucha alegría como se reflejará en el libro “Días tranquilos en Clichy”, escrito por Miller años después. June decide ir a París con el fin de ver a Henry, donde éste le presentará a Anaïs Nin, con la que llegará a intimar profundamente. Miller y June se van alejando cada vez más el uno del otro, de modo que cuando June vuelve a los Estados Unidos le pide el divorcio. El mismo día que sale a la venta “Trópico de Cáncer”, Miller se instala en Villa Seurat número 18 y obtiene el divorcio de June por poderes en la ciudad de Méjico. Es un año decisivo en su vida pues aparte de los hechos anteriormente mencionados, también conoce a Conrad Moricand, un astrólogo que le iniciará en los secretos de esta ciencia. Asimismo comienza una interesante correspondencia sobre Hamlet con el escritor Michael Fraenkel. En septiembre de este año 1935 aparece la primera edición del libro “Alf letter”.
El transcurso del año 1937 está lleno de gratos encuentros a la vez que de nuevas amistades. En una breve estancia en Londres conoce a W.T. Symons, T.S. Eliot y Dylan Thomas y es visitado en París por primera vez por Lawrence Durrell, autor con el que ya mantenía una cálida correspondencia. Entre 1938 y 1939 aparece editado “Max y los fagocitos blancos”, un libro dónde Miller narra la patética vida de un extraño personaje llamado Max, al que conoció por las calles y al que ayudó en reiteradas ocasiones hasta que un día desapareció de su vida víctima, como otros muchos, de un sistema que no conoce la bondad ni la misericordia con los enfermos mentales o los pobres. Posteriormente publica “Trópico de Capricornio”, obra que ocuparía el tercer puesto en importancia en la producción literaria de Miller, ocupando “Trópico de Cáncer” y “Primavera Negra” el primero y el segundo respectivamente.  Con “Trópico de Capricornio”, las ya mencionadas cartas sobre Hamlet - escritas en colaboración con Michael Fraenkel, editadas unos meses después del Trópico de Capricornio - y el “Coloso de Marusi” – editada en 1941, estando Miller ya viviendo en los Estados Unidos - se cerraría el primer ciclo tanto de la obra como de la vida de Miller. Tras este primer ciclo abandona París y se aleja de muchos amigos, entre los que se encuentran Anaïs Nin, Alfred Perles, Michael Fraenkel, Hans Reichel, David Edgard, Conrad Moricand y Lawrence Durrell. En febrero de 1940, cuando regresa a Nueva York, conoce a Sherwood Anderson y a John Dos Passos. Precisamente sería en la casa que John y Flo Dudley poseían en  Caresse Crosby, en Bowling Green, dónde Miller se albergaría durante una temporada y en la que iniciaría la escritura de “El Coloso de Marusi”, “El mundo del sexo” y el primer tomo de “La Crucifixión Rosada”: “Sexus”, dando inicio de esta forma al segundo ciclo de su vida literaria que coincide con el viaje que realiza acompañado de su amigo Abe Rattner por los Estados Unidos, viaje que posteriormente daría lugar al libro “La pesadilla del aire acondicionado”, comentado páginas más adelante.
Si algo atrae de la obra de Miller desde que se publicó “Trópico de Cáncer” es su desmedida pasión por la vida, que supo transmitir de forma extraordinaria en la narración de todos sus libros y que seguramente es la causa – y no el sexo como se intenta justificar habitualmente – de que durante décadas “Trópico de Cáncer” y “Trópico de Capricornio” hayan sido prohibidas y reducidas incluso al carácter de simples libros pornográficos. Otro aspecto que llama también considerablemente la atención es, como bien cita Norman Mailer en su libro sobre la obra de Miller, que sólo se escriba sobre él para adularle o vilipendiarle, no existiendo punto intermedio. Al día de hoy hay un auténtico vacío crítico y objetivo en torno a Miller y su obra, cuando es un autor que ha influido en escritores como William Burroughs, Jack Kerouac, John Updike e incluso en el propio Norman Mailer. “…Miller posiblemente ha ejercido mayor influencia estilística que cualquier otro autor americano del siglo veinte a excepción de Hemingway. Es lógico preguntarse si libros tan distintos como “Almuerzo Desnudo”, “El lamento de Portnoy”, “Miedo a volar” y “¿Por qué estamos en Vietnam?” hubieran sido tan bien recibidos – o escritos con igual libertad estilística – sin la aportación que Miller ha dado a la literatura americana”, dice muy acertadamente Mailer en el ensayo anteriormente citado. Tampoco debemos obviar la influencia que Miller ha tenido y tiene en generaciones aún más actuales como la denominada generación del realismo sucio, y en la que encontramos escritores de la importancia de Raymond Carver, Richard Ford, Denis Johnson o Paul Auster entre otros muchos. Precisamente sería difícil imaginar la existencia de un libro y una película como “Smoke & Blue in the face” escrito y dirigida respectivamente por Paul Auster y Wayne Wang sin la influencia europeizante que Henry Miller aporta a ambos.
“Este no es un libro – escribe desafiantemente Miller en las primeras páginas de “Trópico de Cáncer” –. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor, a la belleza…A lo que os parezca. Voy a cantar para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero voy a cantar. Cantaré mientras la diñáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver…”. Este fragmento correspondiente a “Trópico de Cáncer”, establece desde el principio las claves literarias con las que Miller construyó este adelantado libro. “…Siento más que la mayor parte de la gente, de una forma exagerada. Todo en mí es exagerado. Mis errores, mis sentimientos, mis ternuras, mi amor, todo se presenta en un grado extremo”. Si complementamos el párrafo de “Trópico de Cáncer” citado anteriormente con este comentario realizado por Miller hablando de sí mismo, tenemos sin duda todas las claves para entender la escritura tan sincera y pasional de Henry Miller. Miller es pura pasión, todo en él se manifiesta de forma desmesurada, por tanto, no tenía por qué ser menos desmesurado a la hora de escribir, y así debemos admitirlo al iniciar cualquier lectura de su obra, sobre todo los “Trópicos” y “La crucifixión rosada”. Es evidente que “Trópico de Cáncer” puede desconcertar al lector no advertido por esta desmesura pero al mismo tiempo se sorprenderá descubriendo a un autor que se desnuda sin ningún tipo de inhibición, que no utiliza en ningún momento y bajo ningún concepto enmascararse bajo la justificación de la ficción para contar, narrar u opinar lo que piensa del amor, del sexo o simplemente de la vida en general, sin esconderse, como la mayoría de los escritores intelectuales, detrás de un personaje inventado. En este aspecto “lo inventado” es su propia vida, la realidad y los hechos que día a día ha ido sufriendo y padeciendo. Sus personajes no son fruto de la imaginación del buen o mal escritor, son personajes reales de la calle, pertenecen a la vida cotidiana. ¿Exagera Miller cuando nos cuenta alguna de las historias que viven estos personajes? Es posible, pero también podría argumentarse que si cualquiera de nosotros trasladásemos a la literatura alguna de nuestras vivencias también podrían parecer exageradas e incluso ficticias, o ¿Acaso no es surrealista contemplar la actitud de algunas personas de las muchas que día a día son protagonistas de los innumerables talk shows televisivos? Si imaginamos a cualquiera de estos personajes trasladado a las páginas de un Trópico, podríamos pensar que nos encontramos ante una historia de realismo fantástico. Es decir, cuando los críticos literarios intentan descalificar a Miller acusándole de fantasioso, creo que no están cayendo en la cuenta de que cualquier historia real de las muchas que ocurren a diario a nuestro alrededor es posiblemente más fantasiosa que cualquiera de las narradas por Miller. Otro aspecto del que se acusa frecuentemente a Miller es el de mostrar excesivamente el lado sexual de la conducta del ser humano, para engrandecer de forma presuntuosa sus relatos. De igual forma deberíamos reflexionar, tanto en su época como en la nuestra, sobre la doble moral en la que nos movemos y tal vez, no sin sorpresa, descubriremos que el sexo es un componente más de nuestras vidas. En el momento en que todos los prejuicios sean desterrados, no tendremos necesidad de ocultar nuestra apetencia sexual sobre personas ajenas a nuestro ámbito afectivo. Esto es precisamente lo que hace Miller tanto en los Trópicos como en la Crucifixión: no ocultar su sexualidad. Deberíamos meditar sobre cómo ambas cuestiones – la sexual y la moral – han impedido y en muchos casos siguen impidiendo cuestionarnos realmente la calidad literaria de los libros de Henry Miller. Por eso es importante tener en cuenta que cuando se inicia por primera vez la lectura de un libro como “Trópico de Cáncer” estamos delante de la valiosa aportación que el escritor hace al mundo literario, y no de una obra “interesante” por el reclamo erótico-pornográfico, más promocional que real. Hay que considerar que no es gratuito este comentario pues, incluso al día de hoy, ocurre que algunas ediciones de los Trópicos o de la Crucifixión son  presentados por las editoriales con la denominación de obras eróticas. Es obvio que, al margen de la incultura de la que hacen gala los denominados jefes de prensa y promoción de las editoriales, nos encontramos con una clara estrategia de doble moral que sigue funcionando a la perfección. No es tampoco extraño que la mayoría de las veces que acudamos una librería a comprar un libro de Miller, Anaïs, Sade e incluso de Juan Manuel de Prada – en este caso porque es autor de un libro titulado “Coños” – tengamos que ir directamente a la sección de libros eróticos. No creo que nadie en su sano juicio se excite por el mero hecho de leer en la portada de un libro la palabra coño, como tampoco creo que los denominados manuales de sexualidad o libros de autoayuda sexual, que también suelen estar en esta sección, sean los más adecuados para masturbarse e incluso para tener ningún pensamiento erótico por mínimo que este pudiera ser. Quiero creer que algún día la hipócrita sociedad en la que nos movemos valorará en su justa medida libros como los Trópicos, Sexus, Nexus, Plexus, Días tranquilos en Clichy o como Lolita de Nabokov, Mujeres de Bukowski, Miedo a volar de Erica Jong, y tantos otros. Posiblemente este fenómeno se solucionará el día que admitamos que el sexo es un elemento tan natural en nuestra vida como comer, beber o cualquier otra función fisiológica. Únicamente dejando los prejuicios a un lado, podremos valorar en su justa medida si Miller es un escritor bueno o malo en el campo de la literatura. En este aspecto nos merece tener muy en cuenta el prefacio que en su día hizo Anaïs Nin a la primera edición de “Trópico de Cáncer”: “He aquí un libro que, si tal cosa fuera posible, podría renovar nuestro apetito por las realidades esenciales. La nota predominante puede parecer la amargura, y hay en él amargura hasta la saciedad. Pero también contiene una salvaje exuberancia, una loca jovialidad, una gran fuerza verbal, un gusto extraordinario y, por momentos, un verdadero delirio. Un continuo vaivén entre los extremos, con desnudos párrafos que saben a descaro y dejan el regusto del vacío. Está más allá del pesimismo o del optimismo. El dolor ya no tiene más escondrijos secretos”.
Otro argumento que aportan los detractores de Henry Miller es la incapacidad de éste para transmitir amor en sus obras, no es posible – dicen – encontrar nada en sus libros que facilite al lector la identificación con el proceso relacional que Miller establece ni con sus amantes ni con sus amigos. Puede ser que Miller sea despiadado e implacable en cuestión de amores, posiblemente pase de un estado de exaltación de su compañera a otro de aparente sometimiento e incluso a postrarse, por el contrario, de la forma más humillante. Tal vez estas formas de interpretar el amor no sean para la inmensa mayoría amor con mayúsculas, pero sí es el amor que resulta de una relación real y adulta, dónde es normal en todos los aspectos que existan estas contradicciones, es más me atrevería a decir que incluso psicológicamente es sano que existan estas contradicciones. Si a alguien amó en su vida fue a June, mujer que al obligarlo a abandonar su empleo en la compañía Western Union y animarlo a viajar a París, le facilitó la libertad que él necesitaba para llegar a ser escritor. Por eso June vivió con Miller una relación de amor profundo, llegando al grado de aceptar ambos compartir él a June con Jean y ella a él con Anaïs. En “Trópico de Capricornio” confiesa Miller su profunda devoción por June: “En esta tumba que es mi memoria veo, ya sepultada, a aquélla a quien amé más que a cualquier otra, más que al mundo, más que a Dios, más que a mi carne, más que a mi sangre”. June fue un ser excepcional en la vida de Miller, y si no la hubiera conocido, es muy posible que hubiese sido simplemente un fracasado agarrado a las faldas de su primera mujer y apoltronado en la silla de la Western Union esperando una cómoda y tranquila jubilación. Sólo ella fue capaz de proporcionarle el tema principal de “Trópico de Capricornio”, “Sexus”, “Plexus” y “Nexus”. ¿Existirían estos libros sin June? Sinceramente creo que la respuesta es no. Miller escribe de forma genial, pero June le aportó la pasión y los argumentos que necesitaba para llenar esos folios blancos. Anaïs los complementó con su sensibilidad, ternura, bondad y por qué no decirlo también con su desbordante pasión.
Antes de continuar la cronología correspondiente a lo que se ha dado en denominar segundo ciclo o periodo de regreso a los Estados Unidos, creo que es interesante explicar las diferencias que existen entre los trópicos y “Primavera Negra” – libro intermedio entre ambos –. Este libro, que en apariencia no tiene nada que ver con el desarrollo de los dos trópicos, es en realidad el nexo de unión o puente que los une. Escrito entre los años 1934-35 fue considerado al editarse como un libro de relatos debido a su estructura en capítulos, a diferencia de los Trópicos desarrollados en línea continua. El mismo Miller contribuyó a esta teoría publicando algunos capítulos como parte de otros libros de ensayo posteriores. Sin embargo, cuando completamos la lectura de Primavera Negra nos damos cuenta que en realidad estamos ante un libro con una completa unidad novelística. Miller utiliza la fragmentación del discurso narrativo, al que lleva a una independencia total de las partes, estableciendo luego un acertado montaje de las mismas, lo que produce en el lector la impresión de pequeñas parcelas a la vez que de un todo.
 “Primavera Negra” contiene diez relatos que esencialmente desarrollan recuerdos de la infancia de Miller, entretejidos con otros más centrados en los amigos, las anécdotas de los personajes que aparecían por la sastrería de su padre y otros que se encontraba en las calles. También aparece en este libro el inicio de alguno de los ensayos que posteriormente desarrollará en otros libros sobre el fenómeno de la creación artística, tanto en literatura como en pintura – otra de las grandes aficiones de Miller además de la música -, describiendo profundamente el proceso por el que es capaz de crear una acuarela o “inventarse” un libro, para ello da claves de cual es su forma de trabajar, crear, o desarrollar una acuarela o un libro.
Entre 1943-44 Miller trabaja en una amplia producción de acuarelas, llegando a pintar en este periodo de tiempo entre doscientas y trescientas. Expone con notable éxito en la American Contemporary Gallery, de Beverly Glend, Hollywood, también expone en el Santa Bárbara Museum of Art, y posteriormente expondrá en Londres. Llega incluso a que le seleccionen unas veinte acuarelas para ser editadas en pequeñas tiradas para el mercado inglés y americano. Es por tanto un año muy satisfactorio para Miller, lleno de realizaciones y proyectos. Vuelve a casarse, en este caso, con Janina M. Lepska, en Denver, Colorado, trasladándose a vivir al que por fin va a ser su primer hogar en América, Big Sur. Durante el año 1945, en el estado de gracia en el que se encuentra tras su matrimonio, Miller termina “Sexus”, primer volumen de la Crucifixión Rosada, y el 19 de noviembre nace su hija Valentine. A principios del siguiente año se traslada a una cabaña en Anderson Creek, donde trabaja en la composición de una edición de lujo y en tirada limitada de su ensayo aparecido anteriormente en “Primavera Negra”, “Into the night life”, con ilustraciones de Bezabel Schatz, realizado sobre la reproducción manuscrita del texto original que en su momento hizo Miller. Escribe también “El tiempo de los asesinos”, un libro sobre el poeta Rimbaud, que desarrollará en dos partes añadiendo al final una coda. La primera parte corresponde a los apartados: analogías, afinidades, correspondencia y repercusiones, introduciendo en la segunda parte un interrogante: ¿Cuándo dejan los ángeles de parecerse a sí mismos?, finalizando como decíamos con una coda. En este libro Miller evoca a un Rimbaud viajero, creador audaz de su tiempo y sobre todo nos muestra la faceta de un poeta renovador del lenguaje que ha servido como base para que se miren en él sucesivas generaciones de poetas y escritores. También nos muestra facetas de la personalidad de Rimbaud muy desconocidas a la vez que, posiblemente por la influencia que Miller tiene del psicoanálisis, un complejo estudio psicológico de Rimbaud. Este año de 1944 termina para Miller con una igualmente agradable noticia, por primera vez dispone de la increíble suma de 40.000 dólares, que están a su disposición en París y que son los derechos de autor que se han acumulado durante los años de la Guerra y que no había podido cobrar hasta este momento.
En 1948 vuelve a sentir la felicidad de ser padre, el 28 de agosto nace su primer hijo varón Tony, a finales de este mismo año acaba “Plexus” – segundo libro de la trilogía -, y comienza a escribir “The books in my life” un libro dedicado íntegramente a mostrar al lector los autores que más han influido en su formación como escritor, a la vez que también nos deleita con los títulos de los libros con los que más ha disfrutado. Curiosamente sólo en la edición española, se publica como anexo una lista con los cien mejores libros que él ha leído, aparte de otro apéndice con los libros, que en la época en la que se edita el libro que estamos comentando, le faltaban aún por leer. Es un libro muy interesante para cualquier lector que quiera ampliar su conocimiento sobre autores que o bien han pasado lamentablemente al olvido, o bien no han sido tratados muy favorablemente por los editores, como es el caso de Blaise Cendrars, siendo las más de las veces encerrados en un círculo intelectual muy reducido.
El año 1951 termina para Miller con un nuevo divorcio, en este caso se separa de Janina, la madre de sus dos últimos hijos, quedándose solo otra vez ya que ella se marcha a vivir a Los Ángeles con los dos niños. Esta vez, quizá por su experiencia anterior en rupturas sentimentales, se repone pronto de esta amarga situación de soledad, tan pronto que a principios del nuevo año 1952, concretamente en abril, Eve McClure se marcha a vivir con él. Eve había sido la niñera de sus hijos, en las estancias legales que éstos pasaban en el hogar de Miller. Comienza “Nexus” - tercera parte de la trilogía –, libro que cierra la Crucifixión Rosada. Antes de finalizar este año consigue el esperado divorcio de Janina, y la custodia legal de los niños, y se marcha con Eve de viaje por Europa con el fin de mostrar a ésta los recuerdos de su época en la ciudad de la luz.
En palabras del propio Miller, 1953 “es un gran año, el mejor desde los tiempos de Clichy”. Maurice Nadeau, antiguo editor de “Combat” y coordinador de la organización que defiende el derecho a que se editen los libros de Miller sin censurar, les invita a hospedarse en su casa durante el tiempo que permanecen en Francia. Visitan la casa de Rabelais, en las afueras de Chinon, marchando posteriormente a Wells, Inglaterra, para reunirse con su viejo amigo Alfred Perles y su esposa. Acompañados del matrimonio Schatzes, visitan la casa de William Shakespeare, en el condado de Stratford-on-Avon. Tras una pequeña y breve estancia en París, hacia finales de agosto, Miller y Eve regresan a Big Sur. En diciembre se casan en Carmel, Highlands. A finales del año 1954 acude a su casa de Big Sur Alfred Perles, con la intención de entrevistarle durante varios días y poder terminar un libro que está escribiendo sobre él titulado “My Friend Henry Miller”, libro que se editará al año siguiente por la editorial londinense Neville Spearman, y que aparecerá prologado por el propio Miller. A través de sus páginas, Perles evoca los viejos tiempos que pasaron juntos en Clichy a la vez que hace un recorrido por los diferentes lugares en los que transcurrió la vida de Miller en su periodo parisino. Además se complementa con un interesante capítulo que Perles dedica al encuentro que ambos amigos tuvieron veinte años después en la ciudad de Barcelona y que, precisamente, dio lugar a otro libro que publicó Miller relatando la crónica de este encuentro, libro que editó Scorpion Press, de Northwood, Gran Bretaña, en 1959 con el subtítulo de “Carta a Alfred Perles”.
En 1955 Barbara Sandford, la hija que Miller había tenido en su primer matrimonio, acudió a visitarle de forma espontánea con el deseo de restablecer y normalizar su relación. Miller no había visto a Barbara desde 1925. En enero del año siguiente, acompañado de su mujer, tiene que trasladarse urgentemente a Brooklyn, Nueva York, para cuidar su madre que se encuentra agonizando. Durante su estancia en Nueva York  aprovecha el poco tiempo libre de que dispone para grabar para la NBC una serie de entrevistas que le realiza el conocido entrevistador Ben Graver y que da lugar al documental “Henry Miller recalls and reflects”. Poco después de la muerte de su madre, el matrimonio regresa nuevamente a Big Sur, donde Miller se concentra en terminar el libro “Big Sur and the oranges of Hieronymus Bosch”. En este libro Miller narra su tormentoso matrimonio con Janina, el profundo contacto que llega a tener con la naturaleza en Big Sur y su gran malestar al tener que prescindir durante un tiempo de sus hijos. Es un libro atípico en la producción literaria de Miller, a pesar de mantener la línea argumental de otras obras anteriores. En cierto sentido es un libro de interioridad, de misticismo y por qué no decirlo, de cierta religiosidad, quizás debido a que Miller durante esta época se relaciona con varias comunidades religiosas que se encontraban en el entorno de influencia de Big Sur. Según comentó Miller en su momento “Big Sur and the oranges of Hieronymus Bosch”, es un libro de paz, a pesar de que coincidan en esa etapa sus experiencias más amargas en referencia a su relación matrimonial, aunque también confiesa que vivió momentos de gran intensidad. “Big Sur”, es un libro de serenidad, porque en él sólo describí un poco los momentos amargos que pasé con mi mujer. De hecho, me había casado con ella y, desde el comienzo, fue un fracaso. Una verdadera pelea, desde el desayuno. Estaba tan lleno de amargura, que hubiera podido matarla. Me iba a mi estudio, un pequeño cuarto, un lugar minúsculo, para trabajar…y allí, continuaba escribiendo, y reía más fuerte que la máquina de escribir. Olvidaba todas las broncas, toda la amargura y, cosa extraña, allí arriba, dentro de aquella célula pequeña, conseguí crear muchos textos de los más divertidos de mi carrera”.
Henry Miller recibe por primera vez un título, es elegido miembro del National Institute of Arts and Sciences. También por esta época rescribe la que sería la versión definitiva de “Días tranquilos en Clichy”, a raíz de haber recuperado el manuscrito que había perdido quince años atrás. Rescribe también “El mundo del sexo” para su reedición por la editorial Olimpia Press, de París. En esta pequeña obra Miller reflexiona sobre los libros que ha escrito anteriormente, sobre todo los Trópicos, y realiza un intento por clarificar su metodología de trabajo durante los veintitantos años que lleva más o menos escribiendo de una forma seria.
En abril de 1959 regresa con Eve y los dos niños a Europa, alquilando un estudio por dos meses en la calle Campagne-Première, en París. Durante esta estancia en Europa visita a su editor danés en Copenhague y conoce a Antonio Bibalo, el compositor que más adelante en 1965 estrenará en Hamburgo la ópera basada en “La sonrisa al pie de la escala”, libro que ya publicó anteriormente Miller en 1948 en Nueva York, con ilustraciones originales de Picasso, Chagal, Klee, Roualt entre otros. En español existe una edición mucho más modesta que corrió a cargo de Bruguera en 1980, con ilustraciones de Luis Ignacio de Horna, al que acompaña un excelente prólogo de Ana María Moix, siendo en la actualidad una pequeña joya de coleccionismo por su dificultad en poderlo encontrar. La historia que narra es la de Augusto, un payaso famoso, al que sin embargo, le falla la risa, porque es una risa triste, a la que siempre le falta algo.  A Augusto no le sirven ni los aplausos del público, ni su violín maravilloso, ni el espléndido caballo blanco que posee, algo le falta y le perturba. Por eso busca incansablemente en todas partes, sin saber que lo que busca no está en el mundo sino en sí mismo, sin saber que lo que busca es en realidad, a él mismo. Sin lugar a dudas,  y como el propio Miller reconoce, es el cuento más extraño que escribió en toda su vida, y quizás por ello, es uno de los más originales y bellos de toda su obra.
A mediados de agosto de este mismo año Miller y familia retornan a Big Sur, dónde escribe “Art and Outrage. A Correspondence”, libro que recoge parte de la correspondencia entre Henry Miller, Lawrence Durrell y Alfred Perlès, y que se edita en Londres en 1959 por la editorial Putnan. Existe una traducción al español editada en Buenos Aires por La Pléyade, pero que no solamente es una pésima traducción, sino que además recoge sólo una pequeña parte de la obra original, motivo éste por el que no es recomendable en absoluto.
El día 4 de abril de 1960 Miller viaja nuevamente a Europa sólo que esta vez no le acompañan ni Eve ni los niños; al parecer el matrimonio empezaba a naufragar. Miller acude a Europa para intervenir como miembro del jurado en el Festival Cinematográfico de Cannes. “¡Buenas noticias! Estaré en París el 8 de abril sólo por 3 días. Me han elegido miembro del jurado del Festival de Cannes – del 4 de mayo al 21 -. Hay que ir a Alemania, Dinamarca, Bélgica y varios lugares de Francia antes de que me presente en Cannes…y a cien por hora. Por favor, no le contéis a nadie este “Business” de Cannes. Warm greetings to Gilberte. Henry. P.S. ¡Esta vez viajo solo! – este párrafo corresponde a una carta dirigida a Brassaï con fecha 5 de marzo de 1960 donde Miller le comenta a su amigo su llegada a Europa -. No caben dudas de que a pesar de tener 70 años Miller seguía manteniéndose en plena forma a la vista del calendario que le esperaba en esta nueva visita al viejo continente. Curiosamente, no solamente cumplirá a rajatabla el calendario sino que además le añadirá una amplia gama de actividades complementarias. Al terminar su estancia en Cannes se marcha a La Ciotat, acompañado de Michel Simon, para a continuación visitar a Lawrence Durrell en Nimes, pasando una semana en su compañía. Después viaja a Italia para conocer personalmente a Feltrinelli, quien iba a editar por primera vez en italiano el “Trópico de Cáncer”. Regresa a Big Sur a principios del verano dando por concluida su relación con Eve quien, provisionalmente, se queda a vivir en Big Sur en compañía de un escultor del que se ha enamorado. Miller se traslada a vivir a Los Ángeles donde, tras un pequeño periodo de reflexión, decide emprender nuevamente un viaje por Europa, que con pequeños intervalos en los que regresará a los Estados Unidos durará casi hasta 1962. Acompañado esta vez de un secretario llamado Vincent Birke que ha contratado para que le lleve sus asuntos, Miller recupera un viejo Fiat de 1953 que tenía aparcado en Die, departamento del Drôme, y pone rumbo a “Épalinges” la lujosa residencia suiza que posee Georges Simenon. “He conocido a Charlie Chaplin en casa de Simenon donde he pasado unos días encantadores” le escribe a Brassaï. Visita Viena acompañado de su viejo amigo Emile White, austríaco de origen, quien llevaba cuarenta años sin volver a su país. Después de esta estancia en Viena se traslada a Hamburgo donde había quedado citado con Renata Gerhardt, a la que había conocido en su anterior viaje trabajando en la editorial Rowhlt, de su propiedad. Con ella se marcha a pasar una semana a Berlín pasadas las navidades. El 3 de febrero de 1962 aún seguía en Reinbeck con Renata. Finalmente viaja a Italia, después de cruzar Suiza que no le gusta nada, para llegar a Milán, dónde el famoso escultor Marino Marini le esperaba para realizar su busto. También viaja a Verona para visitar la tumba de Julieta, a Rávena para visitar la de Dante, a Forte Dei Marmi para ver la curiosa casa de d’Annunzio y, a las cercanías de Milán, para conocer el pueblo natal de Eleonora Duce. Tras una breve estancia en Venecia regresa a Francia, parando en Niza para conocer la colección de manuscritos de Rimbaud que posee en esa ciudad el marchante de autógrafos Henri Matarasso. Reside unas semanas en Montpellier, desde donde parte a visitar el País Vasco. “…no me gusta el País Vasco, ni Ainhoa, ni Biarritz, Hendaya, etc…todo el País Vasco me desagrada. ¡Y los vascos no me interesan nada de nada! Son iguales que los suizos hasta en la arquitectura…”. – le escribe a Brassaï el 9 de junio de 1961 -. Regresa a Montpellier para de inmediato viajar nuevamente, en este caso a Portugal, pues según F.J. Temple – su echadora de cartas alemana – Miller tenía que visitar este país. En julio se reúne con su nuevo amor, Renata, en Hamburgo, donde pasa unos días con ella. A finales de este mes se marcha a Copenhague para ver a su editor. Viaja a Londres donde se reúne con Alfred Pèrles. Con él y su mujer parte con destino a Irlanda. En Dublín visitan la casa donde se alojó en su día Oscar Wilde. Regresa tras este viaje por Irlanda a Big Sur, lugar que abandonará definitivamente en septiembre para instalarse en su nuevo hogar de Los Ángeles. Pasa una temporada bastante deprimido durante la cual cae enfermo, teniendo que guardar cama durante varias semanas. Días después de su restablecimiento, Miller acepta ser miembro del jurado del “Prix Formentor” y le pide a su amiga Renata que le acompañe en su viaje a Mallorca en abril. Después de esta estancia en la isla mallorquina vuelve con Renata a Berlín donde permanecerá hasta finales del mes de mayo. El 31 de este mes regresa a los Estados Unidos justo a tiempo para enterarse de que el King’s Country Court de Brooklyn le ha condenado a causa de la publicación del Trópico de Cáncer y que incluso corre el riesgo de que lo detengan y lo encarcelen. En junio recibe la sentencia de su divorcio de Eve. A mediados de julio vuelve a Europa para asistir a la Conferencia de Escritores, donde se encuentra con Lawrence Durrell y su amigo el Dr. Raymond Mills. Ambos graban una extensa entrevista para la BBC realizada por el conocido periodista Geoffrey Bridson. Posteriormente Durrell y Miller se trasladan a París, donde realizan grabaciones de sus libros para “La Voix de L’Auteur”. Aparecen publicados tanto Trópico de Cáncer como Trópico de Capricornio en italiano y Trópico de Cáncer en versión finlandesa, siendo precisamente esta ultima traducción prohibida al poco tiempo de ponerse a la venta. Hacia finales de noviembre Miller regresa a una nueva casa en Pacific Palisades, dando fin a una de las épocas más agitadas e inestables de su vida.
El año siguiente, 1963, comienza con la publicación de Trópico de Cáncer en Inglaterra, siendo recibido con gran éxito de crítica y ventas. También se edita la correspondencia con Lawrence Durrell, “A Private Correspondence”, por parte de la editorial Dutton de Nueva York, libro del que existe una traducción a nuestro idioma por parte de la editorial Sudamericana de Buenos Aires, aparecida en 1964 y que contiene las mismas pegas ya comentadas sobre estas traducciones argentinas, por lo que no es un libro recomendable. Sí es recomendable, por el contrario, el correspondiente a “The Durrell-Miller Letters 1935-80” en edición comentada por Ian S.MacNiven, aparecida en nuestro país editada por Edhasa, en 1991, con una excelente traducción a cargo de María Faidella y que corresponde al título de “Cartas Miller-Durrell 1935-1980”. En este libro, mucho más extenso en volumen de correspondencia que el anteriormente citado, queda reflejada la excelente amistad que ambos escritores mantuvieron durante toda su vida. También nos muestran estas cartas, aparte de multitud de vivencias de ambos escritores, la singularidad con la que enfocaban sus nuevos trabajos, proyectos y las dudas que ambos tenían al terminarlos. Igualmente interesantes son las discrepancias que surgen cuando alguno de ellos analiza y critica la obra del otro, y encuentra que no está de acuerdo con el trabajo de su amigo. Valga como ejemplo la feroz crítica que Durrell realiza de Sexus, al leerlo por primera vez, en una carta dirigida a Miller: “…Debo confesar que me siento amargamente decepcionado, a pesar de que contiene algunos de los mejores fragmentos que has escrito hasta ahora. Pero mi querido Henry, la vulgaridad moral de gran parte de la obra es artísticamente penosa, esas escenas necias, absurdas, sin ninguna raison d’être, sin humor, que son simples explosiones infantiles de obscenidad…qué pena, qué pena tan terrible que un gran artista no tenga el sentido crítico suficiente para manejar con prudencia sus energías, para dirigir su talento hacia el objetivo que persigue. ¿Qué diablos te ocurrió para que dejaras pasar tantas tonterías?…uno pone cara de asco y se da la vuelta. ¿Qué demonios te ha hecho retroceder tanto en materia de gusto, de gusto artístico?…”. Antes de entrar a considerar la respuesta de Miller a la carta de Durrell, es interesante conocer que este último pasaba por estas fechas una gran crisis creativa, es decir, estaba en el dique seco no pasando precisamente por uno de sus mejores momentos, por lo que es de suponer que aparte de no estar de acuerdo con el enfoque que Miller dio a Sexus, es posible que hubiera una cierta envidia por parte de Durrell ante la buena racha creativa que atravesaba Henry Miller. En cualquier caso, es más interesante conocer la respuesta de Miller: “Querido Larry: Hoy he recibido tu carta hablándome de Sexus…sé que te sentirás mejor si me enfadara contigo, pero no puedo. Me río y agito la cabeza aturdido. Eso es todo. Naturalmente, no puedo considerar mi obra objetiva e imparcialmente. Si pudiese, tal vez comprendiera que es lo que pretendes decir. Es imposible juzgar la propia obra. Quizás tengas razón y yo esté acabado. Pero yo no lo considero así, aunque el mundo entero condene este libro. El otro día terminé el segundo volumen, que ahora estoy corrigiendo. Tiene aproximadamente la misma extensión que el primero. No hay mucho sexo. – Obsérvese la fina ironía de Miller respecto al tema del sexo -. Pero seguramente tendrá otros defectos en tu opinión. Lo que quiero decirte es lo siguiente, ya lo he dicho antes y lo repito solemnemente: estoy escribiendo ni más ni menos lo que quiero escribir y de la manera que quiero. Tal vez sea una estupidez, o tal vez no. El hecho de que lo saque todo a la luz del sol puede deberse, como tú crees, a que he perdido todo sentido de los valores. O, de nuevo, tal vez no. Trato de reproducir en palabras una etapa de mi vida que para mí tiene muchísima importancia, cada minuto de ella. ¡No por que esté loco por mi propio ego! Tú deberías ser capaz de darte cuenta de que sólo un hombre sin ego puede escribir de este modo acerca de sí mismo (o de lo contrario estoy completamente loco, en cuyo caso reza por mí). Llevo el material de este libro dentro de mí desde 1927. ¿Crees que podría haber tenido un aborto tras semejante período de gestación? Tal vez esté dando a luz a un monstruo. Pero no me importa, en realidad. Lo primordial para mí es expulsarlo de mi sistema y, al hacerlo, revelar lo que era y lo que soy. He realizado un esfuerzo hercúleo para representarme como era entonces. La única habilidad que me he esforzado en utilizar ha sido la de captar mi otro yo, el de aquellos días. He sido lo más sincero que he podido, quizás demasiado sincero, porque ciertamente no es un retrato agradable el que he presentado de mí mismo. No obstante, en justicia, creo que tú, tú particularmente, deberías ser capaz de leer entre líneas, de conciliar el buscador de la verdad con el artista, el mentiroso, el play boy o lo que sea…quiero que este libro contenga “rastros de la vida”. Que sea de buen gusto, moral o inmoral, literatura o documento, creación o fiasco, no tiene importancia…”. La reproducción de este fragmento tiene como objetivo poder apreciar la bondad con la que Miller responde a Durrell, intentando en todo momento que sus palabras no desestabilicen la amistad que los une, también podemos apreciar en la carta una auténtica declaración de principios sobre los que Miller ha intentado, como bien le explica a Durrell, construir a lo largo de los años toda su obra, sin cambiar en ningún momento, ni siquiera por criterios comerciales, el concepto que tiene de sí mismo y de lo que quiere contar. Dice Miller que desde 1927 esta Crucifixión estaba de alguna manera en su mente, hecho que ya de por sí nos da una pista muy clara y elocuente sobre la solidez con la que Miller construye sus libros y sobre todo la sinceridad con la que se desnuda, al narrar los episodios de su propia vida. Es muy habitual que la crítica tache a Miller de una absoluta falta de pudor y de ofrecer al lector un yo egocéntrico y narcisista, también es habitual que las feministas lo califiquen como machista, cuando lo cierto es, que hay que ser bastante pudoroso para exponer tan sinceramente los sentimientos íntimos tal como Miller los refleja en la Crucifixión, a la vez que tener muy consolidado y estructurado el yo para no caer en la tentación– como es habitual en la mayoría de los que escriben sobre sí mismos – de resaltar sólo los aspectos positivos y dar una imagen inmaculada de uno mismo. Miller, en ninguno de los tres libros que componen la Crucifixión Rosada, intenta justificar sus acciones. Es simplemente un ser humano con sus debilidades, su fuerza, sus defectos y sus virtudes al descubierto. Es obvio que también aparecen completamente al desnudo los sentimientos y las miserias de June, y de otros muchos seres que configuraron el mundo de Henry Miller, ¿Pero es que acaso, no somos parte de un todo? ¿Es que al escribir sobre uno mismo tenemos acaso que, por pudor o por un extraño respeto al otro, censurar que existen o han existido a nuestro alrededor? En cualquier caso, la honestidad con la que Miller nos explica sus más íntimos sentimientos, a través de sus libros, no puede ser censurable. Algunos pasajes de las novelas de Miller pueden ser considerados como obscenos pero, ¿Acaso tenemos que desechar la obscenidad de nuestros pensamientos? ¿Vamos a negar que una cosa es lo que pensamos y otra lo que hacemos?, Pues si admitimos algo tan evidente, no tendremos entonces por menos que admitir que el pensamiento obsceno forma parte de la vida de cualquier ser humano, pensamiento que muchas veces es llevado a la práctica en la intimidad, si la persona es lo suficientemente madura para controlar adecuadamente los impulsos de su inconsciente, sin ser por ello ni narcisista ni egocéntrica, sino simplemente un ser humano con conciencia real de sus impulsos. ¿Podemos entonces, si admitimos estos principios básicos del funcionamiento de nuestra mente, censurar que un escritor narre con toda sinceridad lo más íntimo de su yo? En mi opinión y, posiblemente en desacuerdo con Durrell – aún justificándolo por el mal momento que pasaba cuando escribió la crítica de Sexus –, en absoluto, es más me atrevo a opinar que hay que ser precisamente muy honesto y equilibrado y al mismo tiempo tener un yo muy fuerte para escribir con la naturalidad con que lo hacía Miller – a pesar de que fantasee, adorne e incluso a veces falsee ciertas verdades – sobre la intimidad de uno mismo. Reflexionando sobre la actitud tan agresiva con la que responden la mayoría de escritores cuando se les pregunta si hay algo de autobiográfico en su obra, llegamos a la conclusión de que existe un terrible miedo a exponer ante los demás el interior de uno mismo, a desnudarse y dejar al descubierto la intimidad. Posiblemente este temor a que salgan a la luz “los trapos sucios”, a exponer la intimidad a juicio de los demás, es el que promueve que a Miller se le critique tan despiadadamente como persona y que, al mismo tiempo, existan tan pocos estudios serios dedicados a analizar su obra literaria, es decir, existen muchos estudios dedicados a descalificar sus libros, pero ninguno realmente serio que opine sobre si Miller escribía bien o mal. Todo está enfocado, desgraciadamente, a resaltar negativamente el supuesto aspecto obsceno de su obra.
Entre marzo y finales de junio de 1963 Miller, aparte de pintar más de ciento quince acuarelas, publica su primera y única obra de teatro “Just Wild about Harry”, difundida en su versión original por la editorial norteamericana New Directions, y que sería representada por primera vez en este mismo año en las ciudades de Spoletto y Edimburgo con cierta indiferencia tanto de público como de crítica. La versión española la editó Carlos Barral en 1971 dentro de la colección denominada “Colección de Bolsillo”, siendo hoy un libro prácticamente imposible de localizar.
En 1965 fallece Eve, su cuarta mujer. En abril se estrena en Hamburgo, Alemania, la ópera “The Smile at the Foot of the Ladder”, con gran éxito de público y crítica. Aparece la primera edición de “Letters to Anaïs Nin”, libro que recoge la correspondencia entre ambos amigos durante un periodo de quince años, desde 1931 hasta 1946, probablemente los más importantes en la vida de Miller, los más fructíferos en su evolución como escritor y seguramente los más decisivos en su evolución y madurez como persona.
La relación entre Miller y Anaïs – a primera vista – parecía que no iba a tener mucho futuro. Sus temperamentos, sus actitudes ante la vida, sus mundos en definitiva eran muy diferentes. Como artistas tampoco parecía que tuviesen muchas afinidades. Anaïs estaba comprometida con lo que llamaba “el descubrimiento del espacio interior”, mientras que Miller por la misma época vivía sólo para el mundo exterior, el mundo de las calles, de las putas, las gentes vulgares, para posteriormente transformarlo en sentimientos, escupirlo en su escritura revitalizada y renacida, referida al momento concreto que estaba viviendo, a diferencia de lo que hacían la mayoría de escritores de su tiempo si exceptuamos a Cendrars y sobre todo a Céline con su “Viaje al fin de la noche”. De forma similar a como Picasso se dedicaba a transformar el viejo manillar de una bicicleta en la cabeza de un animal sufriente, Miller se arrastraba por la desértica llanura de París para transformar en imágenes literarias las casas de putas, la cojera de una de ellas, los letreros de las calles, el fragmento de una conversación escuchada a medias, el urinario al aire libre, e incluso la “poesía de un cubo de basura” con el que se encontraba en su deambular callejero. Por el contrario Anaïs buscaba ávidamente experimentar la realidad que subyace bajo la superficie de la careta del ser humano, la realidad de los sueños y, las innumerables facetas de la personalidad humana. Quizás, en apariencia, lo único en lo que había una cierta afinidad entre ambos era el sexo, los dos, cada uno a su manera, buscaban algo diferente a la vez que excitante. Sin embargo, al margen de las diferencias, había profundas afinidades. Ambos eran autodidactos, - Miller había abandonado el City College, después de una breve estancia y Nin había estudiado al margen de la disciplina oficial de un colegio o academia – curiosos en demasía, inquietos e insatisfechos con los medios convencionales de expresión buscaban nuevas formas de comunicar con la escritura la realidad de su tiempo. Los dos compartían la búsqueda del yo a través del viaje autobiográfico, - Miller con su forma directa de narrar su propia vida, Nin con sus Diarios claramente autobiográficos – aunque defirieran en la dirección y el método. Los dos se negaban a comprometerse con las llamadas ideologías superficiales, la política y cualquier dogma o secta que interfiriera en la libertad personal para pensar y actuar por sí mismos. Otra característica común en los dos era la falta de pertenencia a una escuela o movimiento literario que les patrocinara o apoyara. Por último, es muy posible que Nin viera en Miller la materialización de todos los rasgos positivos de América que cualquier europeo espera ver de un norteamericano, mientras que Nin representaba para Miller la imagen quizás también idealizada de una vieja Europa romántica y bohemia. En cualquier caso, como bien se puede apreciar por la lectura de estas cartas, su amistad fue providencial y vital para que ambos encontraran su camino. Henry Miller sin Anaïs Nin difícilmente hubiera llegado a escribir o publicar su primer Trópico, al igual que Anaïs Nin sin Henry Miller difícilmente hubiera elegido el camino de editar algún día sus Diarios personales. Incluso es posible, aunque poco probable, que ambos sin necesidad de conocerse hubieran llegado por otros caminos a lo que son al día de hoy, pero en este caso, no habríamos tenido la oportunidad de disfrutar la lectura de una correspondencia tan interesante y hermosa como la que contienen estas “Letters to Anaïs Nin”. La traducción de este libro corresponde a la editorial Bruguera que lo publicó en 1981 en su colección “Libro amigo” con el título “Henry Miller, cartas a Anaïs Nin” traducido al español por Ana Goldar muy aceptablemente, por lo que sí es recomendable para aquellos lectores que no puedan acceder a la versión original inglesa. La única pega es la dificultad que entraña su localización al estar sólo disponible en el circuito de librerías de viejo.
Mucho más recomendable y además con el interés añadido de estar editado sin censuras de ningún tipo, como veremos más adelante, es el tomo de correspondencia entre Nin y Miller editado en 1987 con introducción y notas de Gunther Stuhlman, representante y agente literario al que se le debe la edición anterior del primer tomo de correspondencia, al igual que la edición de los siete volúmenes del diario de Anaïs Nin, siendo igualmente responsable desde 1983 de la edición del Anual Anaïs: An International Journal, además de los diferentes tomos expurgados de los Diarios comentados en el capítulo dedicado en esta misma obra a Anaïs Nin. “Una pasión literaria, correspondencia de Anaïs Nin y Henry Miller 1932-1953”, tiene como diferencia con el anterior tomo que hemos comentado no sólo la extensión de tiempo que abarca – recordemos que el anterior finalizaba en 1946 – sino que además nos arroja nueva luz sobre aspectos más íntimos de la relación de ambos, que en el primer tomo de correspondencia no se habían incluido por expresa voluntad de Nin, mientras estuviera vivo Hugh Guiler, su marido en la época que abarca la mayoría de estas cartas. Desde febrero de 1932, fecha que marca el nacimiento de la apasionante amistad que iniciaron ambos escritores, hasta octubre de 1953, momento en el que la distancia les permitiría una visión más objetiva, es el periodo que comprenden las cartas que aparecen en este tomo. Este apasionado intercambio epistolar da fe de una relación cautivadora que, en palabras de la propia Nin, es “un pacto diabólico entre dos escritores que comprenden sus mutuas vidas literarias y humanas, y sus conflictos”. Por las páginas reproducidas de  esta correspondencia podemos conocer al Henry Miller más apasionado, sensible e intimista, lejos del escritor extrovertido que se puede imaginar cualquier lector que accede a la lectura de los Trópicos, a la vez, que también descubrimos a una Anaïs Nin muy lejos de la aparente frivolidad con la que se presenta a veces no sólo en su obra de ficción, sino incluso, en algunos pasajes de los Diarios. En estas páginas también descubriremos las satisfacciones y miserias de los comienzos literarios que ambos tuvieron en un París inolvidable e irrepetible por las circunstancias que se dieron en aquella época, y que posiblemente hoy en día serían impensables. Las cartas muestran los secretos y resortes más íntimos de la personalidad que ambos escritores tenían para compartir por encima de todo la necesidad de llegar a ser escritores, en definitiva de hacerse a sí mismos a través de la escritura. También se puede apreciar el apoyo y la admiración mutua que ambos se profesaban al advertir el constante estímulo creativo que suponían el uno para el otro. El libro viene precedido no sólo por una excelente traducción de Juan Antonio Molina Foix, sino que además le acompaña una introducción – como indicaba anteriormente – de Gunther Stuhlmann, en la que explica con gran profusión de datos la situación en la que se escribieron la mayoría de las cartas, aparte de aportar las pistas necesarias para darnos las claves de las situaciones y los personajes de la época. El tomo incluye igualmente un apéndice con notas biográficas de los personajes que tienen más protagonismo en la correspondencia, y un índice analítico. La edición española que acabamos de comentar corresponde a la editorial Siruela, Madrid 1991.
En 1967, se estrena en la cuidad francesa de Marsella, la versión en francés, de la ópera “The Smile at the Foot of the Ledder”. Robert Snyder comienza la grabación del documental “The Henry Miller Odyssey”, mientras Miller se dedica a estudiar japonés ayudado por su amiga Michiyo Watanabe. La razón fundamental de este interés por estudiar la lengua japonesa estriba en que Miller se casaría el diez de septiembre con Hoki Tokuda, en Beverly Hills. Emprenden viaje de luna de miel a París, que es aprovechado por Miller para inaugurar una exposición de sus acuarelas en la Daniel Gervis Gallery, de París. Tras una breve estancia en Europa, ambos retornan a la casa de Pacific Palisades. A finales del año se inaugura una nueva exposición de acuarelas en Upsala, Suecia, y también en el mes de diciembre se estrena la versión italiana de “The Smile at the Foot of the Ledder” en Trieste, Italia.
En marzo de 1968, Lawrence Durrell acude por primera vez a los Estados Unidos y se aloja en la casa de Miller en Pacific Palisades. Hoki y su prima llevan a Larry a Disneylandia, que le entusiasma. Asiste a algunos de los disturbios raciales que por esa época estaban ocurriendo en Norteamérica, y fundamentalmente descubre junto a su viejo amigo que los Estados Unidos le gustan más de lo que pensaba, siendo así que antes de abandonar el acogedor hogar de los Miller deja apalabrado el regreso para intervenir en diferentes actividades culturales y universitarias. En abril Hoki se traslada sola a Japón para inaugurar una exposición itinerante de acuarelas de Miller, que son acogidas con un notable éxito. Mientras, la Universidad de Virginia publica “Collector’s Quest”, la correspondencia de Henry Miller con J. Rives Childs. Henry comienza a escribir “My life and times”, un libro que editaría Playboy Press, Chicago, en 1974 y que contiene una amplia y profusa serie de fotografías e ilustraciones seleccionadas por el propio Miller. En 1969 se estrena “The Henry Miller Odyssey” en el Roice Hall, Ucla. En junio regresa a Europa para asistir en directo al rodaje de algunas escenas de la película Trópico de Cáncer. Graba un programa especial para la televisión titulado “Henry Miller: reflexiones sobre la escritura”, realizado por Bob Snyder’s para presentarlo en el Net Festival. Durante el año 1970 se estrenan en Estados Unidos las dos películas: “Trópico de Cáncer” y “Días Tranquilos en Clichy”, ninguna de las dos logran atraer la atención salvo la de los incondicionales de Miller. Sin embargo ambas películas rodadas en blanco y negro, logran a pesar de las dificultades que siempre entraña llevar a la pantalla un libro, transmitir el caótico, irónico, bohemio y peculiar universo que Miller describe en sus libros. Por esta época aparece también una edición de las entrevistas realizadas en septiembre de 1969 para las emisiones de la O.R.T.F., realizadas por Georges Belmont, editadas por Stock, París 1970. Estas conversaciones son una selección de las originales que se hicieron por un lado para France Cultura y la radio, bajo la dirección de Pierre Sipriot, y por otra parte para el programa de televisión de Michel Polac, “Literatura de Bolsillo”. Posteriormente George Belmont considerando que constituían un documento excepcional y único en imagen y sonido en la lengua francesa sobre Miller, los recuperó realizando esta interesante selección para la edición en libro. A lo largo de estas conversaciones queda reflejada la profunda humanidad de un Miller en desacuerdo con toda forma de representación abstracta o intelectual de representar el amor, igualmente desvinculado del sexo por el sexo. También deja clara la opinión que tiene sobre esa zona tan difícil de investigar donde el hombre es lo que realmente – según él – es : “un ser humano cuya ética accional nunca puede darse sino en términos de humanidad”. Lejos de los tópicos sobre el sexo, Miller, conversa sobre arte y explica irónicamente lo curioso que resulta que ningún crítico haya pensado nunca en la influencia que hay en su obra y en su estilo de Knut Hamsun, y sí, por el contrario, que lo asemejen en influencias a Petronio y a la obra de éste “El Satiricón”. Existe una traducción a nuestro idioma editada por Monte Ávila Editores de Caracas, Venezuela, en 1972, realizada por Gabriel Rodríguez, que a pesar de las peculiaridades que venimos indicando sobre la mala calidad de estas ediciones sudamericanas – mal papel, mala impresión, etc… - es recomendable para el lector interesado al no existir en nuestro idioma ninguna otra disponible. Este año acaba con la impresión y distribución, por parte de First Impressions, de San Francisco, de dos litografías en color con acuarelas de Miller. Igualmente otras tres son impresas y distribuidas en Japón por el editor y galerista S. Kubo. En Nápoles le conceden el premio “Libro del Año” por su ensayo “Come il colibrí” - Stand Still Like the Hummingbird -. Es el primer y único premio que le fue otorgado en vida a él o a su obra literaria.
En París a principios de 1971 se estrena “Just Wild About Harry”. En Barcelona, Ediciones Proa difunde una versión en catalán de la obra “The Smile at the Foot of the Ledder” traducida por Joan Oliver, con la cubierta de un dibujo especial para esta edición de Joan Miró, una auténtica joya de colección para los pocos privilegiados que pudieron comprarla, ya que la tirada fue muy limitada, siendo prácticamente hoy imposible el conseguir un ejemplar. Aparece publicada por Playboy Press la esperada autobiografía “My Life and Time”, que sería traducida y editada en nuestro idioma un año después, es decir, en 1972 en el que aparece publicada por la editorial Ayma, de Barcelona, en excelente traducción de Francisco Gironella, el libro editado con un excelente papel y una tipografía muy agradable a la vista por su tamaño, aporta además una amplia selección de fotografías inéditas en muchos casos, además de varias reproducciones de acuarelas realizadas por Miller. Por lo que se refiere al contenido de los textos éste está estructurado en capítulos monográficos que abarcan las etapas más significativas de las actividades y la vida de Miller como son: la infancia, París, pintura, Big Sur, escritura y el presente que representaba su ahora en el momento al que corresponde la redacción del libro. En el prólogo escrito por Bradley Smith, responsable de las conversaciones de las que se saca la estructura y el contenido del libro, explica como surgió la idea y la forma de realizarlo, al igual de por qué se eligió la fórmula de crear una historia ilustrada o autobiografía visual como finalmente terminaron llamándola. El propio Miller también justifica esta biografía aclarando las diferencias que el lector se va a encontrar respecto a su propia obra autobiográfica: “- dado que en mis libros he hablado tan extensamente de mí mismo, es posible que los lectores se pregunten por qué me tomo la molestia de recomponer de nuevo la saga de mi vida de este modo. No estoy muy seguro de poder dar una respuesta convincente, a no ser que diga que, a través de conversaciones, o de lo que los franceses denominan más acertadamente entretiens, a menudo se enfoca un tema o un sujeto desde un ángulo diferente. Desprovistos de pretensiones literarias y de florituras, los hechos y los acontecimientos de la propia vida se manifiestan con mayor crudeza y, por consiguiente, de forma más inteligible, más comprensible para muchos lectores –”. Miller explica también cómo han sido elegidas y seleccionadas las fotografías y, el esfuerzo que en algunos casos ha supuesto encontrar el material adecuado: “con las fotografías ha ocurrido lo mismo que con los diálogos. Tanto Bradley como yo queríamos incluir unas cuantas acuarelas más en color, y por eso las ha fotografiado. También me seguía por toda la casa con una cámara en una mano y una ginebra con tónica en la otra, tomando fotografías, muchas de las cuales aportan sal y novedad al texto. A veces pienso que me reflejan mucho mejor que mis propias palabras. Además de las fotos que me hizo Bradley, obtuvimos muchas de amigos, de otros fotógrafos, de archivos de biblioteca, de álbumes de familia, y Dios sabe de cuántos sitios más. Cuando reflexiono sobre todos estos esfuerzos, sobre toda esta actividad, cada vez me asombra más pensar que no puede haber nunca una edición completa, definitiva, de la propia vida – aunque sea a través de conversaciones, textos, fotografías o de sondeos analíticos -. Todo se reduce a aproximaciones, exploraciones, construcciones caleidoscópicas hechas en un momento determinado, en un clima psicológico, en un estado de humor que varía mucho de un día a otro”. Aún compartiendo plenamente la opinión que vierte Miller sobre la dificultad de poder realizar una biografía auténtica y completa que refleje en su totalidad la complejidad del personaje, no es menos cierto, como también manifiesta Miller que por lo menos en este libro de “Mi vida y mi tiempo” hay las suficientes pistas para conocer parte de lo que había vivido durante “el breve tiempo de setenta y nueve años”. Si se quiere conocer aun más profundamente a Miller y se dispone del conocimiento de poder leer en inglés, es muy recomendable, a la vez que complementario al libro “Mi vida y mi tiempo”, el titulado “This is Henry, Henry Miller from Brooklyn”, subtitulado “Conversations with the author from the Henry Miller Odyssey” de Robert Snyder, editado por Nash Publishing, Los Ángeles, en 1974. Es un libro que nació básicamente de las conversaciones que Miller mantuvo con Robert Snyder mientras éste realizaba el documental “The Henry Miller Odyssey”. Por sus páginas Miller opina sobre el significado que supuso para su carrera de escritor conocer a gente como Durrell, Nin, Pèrles o Cendrars entre otros, a la vez que también agradece haber podido contar con la amistad de todos ellos durante el resto de su vida. Al igual que en el anterior libro que comentábamos, en éste también aparecen gran cantidad de fotografías y documentos curiosos, tales como reproducciones de algunas páginas manuscritas de Los Trópicos, en las que podemos apreciar las innumerables correcciones que Miller realizaba una y otra vez hasta considerar más o menos aceptable el original. Ambos libros, aunque son difíciles de encontrar en las librerías, son merecedores de una incansable búsqueda en el mercado de viejos o usados con el fin de hacerse con ellos.
En 1972 Miller entrega para su publicación “Reflections on the death of Mishima” editado por Capra Press, Santa Bárbara, California. Escrito originariamente en el año 1971 y publicado por primera vez en Japón, este texto es un ensayo muy acertado sobre las ambigüedades y contradicciones que tiene la cultura japonesa, claves para entender la causa que llevó a Mishima a suicidarse a través del rito seppuku, es decir, destriparse en público. En 1970 el famoso escritor japonés entró con algunos de sus seguidores en un cuartel del ejército imperial, secuestró a un general, intentó leer una arenga a los soldados en la que proclamaba que el honor de Japón y de su ejército había sido humillado por la democracia y, finalmente, ante la imposibilidad de hacerse oír y la por otro lado manifiesta indiferencia de los soldados, se retiró a un cuarto y se hundió una espada en el plexo solar, al estilo de los antiguos samuráis. Posteriormente, su delfín a la vez que ayudante intentó completar la ceremonia con la decapitación de rigor, pero el pulso y el estado de ánimo no le acompañaron en el intento, de tal forma que tuvo que ser un tercer miembro del paramilitar ejército creado por Mishima, los tanetokai, quien tuvo que ocuparse de la decapitación de Mishima y del propio Morita que también al igual que su maestro había elegido el suicidio como salida gloriosa a la paranoia de ambos. Miller reflexiona sobre las diferentes hipótesis bajo las que podría entenderse la actitud de Mishima, e incluso tiene en consideración analizar el fenómeno de la guerra de Vietnam, vinculándolo directamente con el suicidio de Mishima en un intento de encontrar alguna explicación razonable al hecho. Miller intenta demostrar con este ensayo que su actitud es sensiblemente antimilitarista y deja muy clara su opinión lúcida e intransigente sobre la apuesta mayoritaria que los norteamericanos tienen sobre la guerra. La traducción a nuestro idioma de éste excelente ensayo corresponde al editor Mario Muchnik, al que corresponde igualmente la responsabilidad de haberla editado en el Taller de Mario Muchnik, en Madrid, 1999. Esta edición contiene además otro ensayo titulado “El caso Maurizius”, el cual Miller escribió en 1946 al poco tiempo de concluir la Segunda Guerra Mundial, y en un momento en el que ya parecía que todo el mundo pensaba que ya no volvería a haber más guerras, sobre todo, después del horror que se había padecido y el dramático documento que ofrecían las imágenes de los campos de exterminio nazis. Miller probablemente más cauto y sobre todo más pesimista que el resto de sus contemporáneos redactó este ensayo que leído hoy sorprende por la clarividencia que demuestra sobre el comportamiento humano, siendo capaz como lo fue de prever con más de medio siglo de antelación la siniestra y oscura estela de guerras que asola nuestra época dejando tras de sí un trágico río de sangre. Es un pequeño libro en cantidad, pero un par de grandes ensayos en calidad.
Durante el año 1973 Miller tiene que someterse en dos ocasiones a una intervención quirúrgica con el objeto de que le implanten una segunda arteria artificial, similar a la que anteriormente le habían implantado. En este año sufre también la pérdida de visión de su ojo derecho, como consecuencia de un coágulo de sangre aparecido cerca del nervio óptico. No obstante, sus energías permanecen intactas para seguir escribiendo e incluso, por qué no, para volver a enamorarse como veremos más adelante. A finales de año Tony Miller funda las Empresas Henry Miller para controlar la edición, reimpresión y ediciones limitadas de las acuarelas y de las tiradas gráficas, mientras su padre comienza a escribir “El libro de mis amigos”, primera parte de un ambicioso proyecto que Miller diseñó en tres tomos. Empezó con Stanley Borowski (Stasiu), amigo al que Miller conoció a la temprana edad de cinco años. “…El pasado es como un libro abierto, o más bien como un espectáculo de cinerama. Nunca se pierde nada ¿No crees? Tengo una lista de unos treinta amigos. Espero poder terminarlo antes de irme al otro barrio”. Este comentario corresponde a un fragmento de la carta con fecha 1 de marzo de 1973 que Miller envió a Durrell dando fe del inicio de este primer libro que finalmente – para deleite de sus lectores – Miller terminaría concluyéndolo como “El libro de mis amigos” entre los años 1975 a 1979, y que comentaremos ampliamente más adelante. El año 1975 es menos amable aún con la salud física de Miller que los anteriores, prácticamente ha perdido la visión de su ojo derecho y el izquierdo le da continuos problemas, motivo que le lleva a tener que dictar sus escritos y dejar igualmente que otros lean por él. Tampoco es buen año para su vieja amiga Anaïs, las cosas no marchan bien tampoco para ella, tiene que ser intervenida urgentemente al objeto de intentar controlar el proceso canceroso que sufre.
 Aparece publicado por Editions Gallimard, París, Francia, 1975, “Henry Miller grandeur nature”, de su amigo el renombrado fotógrafo Brassaï. Al parecer por la crítica que vierte en la carta que le envía a Durrell con fecha 20 de diciembre de 1975, a Miller no le gusta absolutamente nada esta biografía o semblanza que Brassaï hace de él: “Me sorprende que el libro de Brassaï te haya parecido tan bueno. En mi opinión está lleno de errores de hecho, lleno de suposiciones, rumores, documentos que ha rateado y que son en gran parte falsos o que dan una falsa impresión. Tiene el defecto de todas las biografías: tiene demasiada paja. Estos jodidos biógrafos son como sanguijuelas. Inventan, imaginan, suponen, “no dudan”, etc…, ad infinitum. Además, él es de una locuacidad poco sincera y un poco demasiado “socarrona”. Fred y yo solíamos rehuirle porque nos aburría. Es buen fotógrafo, eso sí, excelente. Pero como escritor es un pedante. Perdona si te parece que soy un poco duro con él. Nadie podría hacerme una biografía que me dejara satisfecho”. No sería lógico que entremos en polémica sobre si es recomendable leer o no leer el trabajo de Brassaï, lo oportuno es que cualquier lector interesado en este libro juzgue por sí mismo. La edición a nuestro idioma corresponde a Ediciones del Cotal, Barcelona, 1978, traducida con el título “Henry Miller, tamaño natural”. Durante el año 1975 el gobierno francés concede a Miller la orden de Gran Caballero de la Legión de Honor. Precisamente como consecuencia de la concesión de ésta Legión de Honor hay una anécdota que refiere Durrell en una de sus cartas de respuesta a otra de Miller, donde le informa de la airada reacción que han tenido un grupo de prostitutas francesas al enterarse de la concesión que su gobierno ha otorgado a Miller. “Según parece, la asociación de prostitutas que se toman muy en serio a ellas mismas, se sintieron muy ofendidas cuando se anunció la noticia de tu condecoración, pues consideran que las tratas con demasiada ligereza en tus libros, de manera que mandaron una numerosa delegación de filles de joie para que hicieran un piquete en los Elysées y expresaran su disconformidad a Giscard. ¿Te imaginas? La rueda ha dado una vuelta completa de verdad….Las mujeres están en pie de guerra, pobrecitas amazonas desorientadas. Les deseo buena suerte y un mejor polvo, pero eso es tirar demasiado de la cuerda del sentido común biológico. Es una situación muy cómica”. La carta está fechada el 28 de febrero de 1976, y sirve para mostrarnos al auténtico Durrell que, como se puede apreciar, muestra su lado más machista y antisensible a la condición femenina, dejando al descubierto un tipo de actitud que es precisamente la que ha perjudicado durante mucho tiempo a la obra de Miller, probablemente sin ser éste muy consciente de ello, pues si analizamos los comentarios que Miller realizó en sus libros sobre las putas en ningún momento es ofensivo, sino más bien de una clara sensibilidad comunicativa y maternal – al margen obviamente del sexo -. Incluso es indiscutible encontrarnos innumerables referencias en los Trópicos, La Crucifixión o Días Tranquilos en Clichy con gran dosis de ternura al tener que describir el submundo en el que se movían las putas que frecuentaba.
El 14 de enero de 1977, fallece Anaïs al no poder superar el cáncer que la venía consumiendo. Miller ante la noticia sufre un profundo choque emocional a pesar de que la venía esperando desde hacía bastante tiempo. Durrell que también es informado rápidamente del óbito acusa el duro golpe como se puede apreciar por los comentarios y la tristeza que manifiesta a Miller por la pérdida de Anaïs: “Me entristeció mucho la muerte de Anaïs, aunque ya hacía tiempo que más o menos la esperaba, su fuerza de voluntad fue extraordinaria, y su dignidad romana para enfrentarse a la muerte…supongo que se va a armar una buena ahora, mientras tratan de encontrar a la mujer auténtica entre las cuatro o cinco máscaras que dejó a su alrededor como pistas falsas de cada una de ellas. Su “biógrafo oficial” ya se ha puesto en contacto conmigo, mientras el notario M. Martin sigue con sus historias tormentosas y probablemente verdaderas. Resulta bastante humillante haber sido amigo de Anaïs y sin embargo no ser capaz de arbitrar la batalla, en verdad era tan reservada y púdica que no sé nada acerca de ella y sería incapaz de contestar a la pregunta biográfica más simple. En cierto sentido es mejor así, que no tener que olvidar secretos molestos y decir verdades a medias para proteger a Hugo. Tal como están las cosas, la imagen oficial de Anaïs será forjada por los dos hombres que la conocieron mejor, Rupert Pole y Hugo, y así es como debe ser”. Aunque Durrell no estaba del todo equivocado, sólo sería Rupert Pole el encargado de sacar a la luz los Diarios censurados de Anaïs, pero eso sí, a la muerte de Hugo e incluso del propio Miller. A finales de junio Miller termina la segunda parte de “El libro de mis amigos”, con el título “My Bike and other Friends” que se edita en 1978. Antes de finalizar el año se divorcia nuevamente, en este caso, de Hoki con la que ya no convivía desde hacía bastante tiempo. Esta ruptura había dejado a Miller con la autoconfianza tan maltrecha como su propia salud. Para el lector interesado por conocer más profundamente esta etapa tan conflictiva de la vida amorosa de Miller existe un emotivo relato de estas vivencias que él mismo escribió en el ensayo “Insomnia: or the Devil at Large”, lamentablemente solo disponible para el lector que pueda leerlo en su edición original en inglés. Es propuesto para el premio Nobel de 1979, aunque él es muy consciente de que nunca se lo van a conceder, como demuestra con la opinión que le escribe en una carta a Durrell: “Por supuesto, como tú insinúas, es posible que no me lo den, y qué tal vez se lo lleve Norman Mailer. ¡Respetable! ¡Qué mierda! Exactamente lo que son estos suecos de la academia”. Miller se estaba refiriendo con ¡Respetable! A que Durrell meses atrás le había comentado que hacía algunos años al conocer a un miembro del comité de la Academia ante la pregunta de por qué no tenían el valor de concederle el premio Nobel de literatura a Miller, éste le había respondido algo parecido a : “Hay que esperar a que Miller se vuelva respetable”. De ahí la ironía con la que Miller se refiere en su carta a los miembros de la academia sueca. No obstante, retomando nuevamente el tema del premio, le comenta a Durrell que no le importaría que se lo concedieran, sobre todo teniendo en cuenta la dotación económica que suponía complementariamente la obtención de este premio: “Larry, yo no quiero el premio Nobel para ser famoso o célebre. Mierda, tengo más que suficiente de todo eso. Lo quiero para dárselo a mis hijos, pues a mi muerte no habrá que pagar impuestos de herencia sobre este capital, me han dicho. (Por supuesto no lo hago público. Puede que sea difícil de creer, pero es la verdad). Por otro lado, con Júpiter favorable, ¿Quién sabe? Tal vez caiga en mis manos una fuerte suma de dinero antes de morir. Pienso mucho en la muerte últimamente. Mantengo buenas relaciones con ella (como San Francisco de Asís, si se me permite la petulancia)”. Como se puede apreciar y a pesar de estar cercano a cumplir los ochenta y siete años, Miller sigue conservando su buen humor y su fina ironía, incluso a pesar de sus dolencias físicas ya muy abundantes por estos años. Otro aspecto a resaltar de su vida correspondiente a estos últimos años es su incansable actitud ante el amor. Desde 1976 mantenía correspondencia con Brenda Venus, una joven actriz que había debutado en la película “Eiger Station” interpretada y dirigida por Clint Eastwood en 1976, con la que terminaría viviendo su última historia de amor: “Querido Larry: mañana cumpliré ochenta y siete. Aunque me he pasado el año diciendo que ya los tenía…de momento parece que estoy bien, en cuanto a salud (pero quien sabe cuántos gérmenes y virus acechando bajo la cáscara les han pasado inadvertido a los médicos). Ante todo me siento bien, probablemente porque sigo locamente enamorado – y correspondido – de mi Brenda Venus. Tendré que mandarte una foto especial de los dos cualquier día de estos. Tiene un carácter y un temperamento que encajan perfectamente con los míos. Es Escorpio, de nuevo. Pero una Escorpio diferente, esta vez”. La carta corresponde a las navidades de 1978 y nos muestra ampliamente la actitud vitalista con la que Miller enfocaba el inexorable paso del tiempo y la decrepitud física – hecho éste que veremos más adelante cuando comentemos los dos últimos años que le quedaban por vivir -. En junio de 1979 terminó la tercera parte de “El libro de mis amigos”, titulado en esta ocasión “Joey” y que como su propio nombre indica se refiere a su viejo amigo Alfred Perles, aunque también incluye diez pequeñas historias sobre algunas mujeres que han tenido cierta importancia en su vida, cerrando esta tercera parte un epílogo para contar lo muy injustamente que Anaïs se había portado con Perles. La edición final que en su momento incluyó los tres tomos, se editó en 1987 por Ediciones Capra Press de Santa Bárbara, California, editorial que ya había ido publicando anteriormente los tres ejemplares separados de esta obra. En nuestro país también apareció primeramente una edición que sólo incluía la primera parte, editándose posteriormente en 1989 una nueva con los tres tomos. Esta edición final fue realizada por Ediciones Grijalbo de Barcelona, en traducción de Rafael Andrés para el primer tomo y de Gracia Rodríguez para los dos restantes, actualmente es una edición difícil de encontrar puesto que no ha vuelto a reeditarse desde entonces.
La primera parte titulada “El libro de mis amigos”, contiene siete apartados dedicados cada uno de ellos a un amigo. El primero es “Stasiu” y según empieza Miller en su narración es su primer amigo de verdad, un amigo al que conoció en la calle, en el Distrito Catorce al que tantas veces encontrará el lector a lo largo de las obras de Miller. Con Stanley – nombre con el que trataba a Stasiu – Miller mantuvo amistad hasta la época de su matrimonio con June. Precisamente sería en compañía de June cuando se despediría de Stanley de forma no precisamente muy amistosa, de hecho para no volver a verlo nunca más. Joey y Tony aparecieron en la vida de Miller cuando éste tenía entre siete y doce años, es decir, en la época, según las propias palabras de Miller, más añorada. “Infortunado aquel que no haya conocido tales días de esplendor juvenil”. Días que sin duda resplandecen para Miller como aquellos en los que confiesa ingenuamente las primeras visiones del coño de una jovencita. “…Junto a nuestra cama dormía Minnie, la hermana mayor, - de Joey y Tony – que nos llevaba varios años de diferencia. Cuando la suponíamos dormida, yo me deslizaba del lecho, apartaba las ropas que la cubrían y levantaba el camisón para verle el chumino”. Tony acabó siendo sacerdote y Joey llegó a ser el director de una Delegación de Correos. Con menos glamour acaba la historia que narra Miller sobre las andanzas de su primo Henry, al que se volvió a encontrar años después en una situación precaria. Más alegre en el contenido narrativo y en el desenlace de la historia es la de su amigo Jimmy Pasta, según Miller su único rival en la escuela primaria. Tan despierto como él mismo, e incluso con la ambición de llegar algún día a ser presidente de los Estados Unidos. Obviamente, no llegó a presidente de la nación, pero sí fue uno de los pocos amigos de la infancia que supo echarle una mano cuando la necesitó. Joe O’Reagan es posiblemente uno de los amigos de infancia con más similitudes de personalidad y carácter a Miller, incluso podría pensarse según el relato que hace de él, que es uno de sus rivales – al menos en lo que a mujeres se refiere -. Hasta su muerte – vivió más de setenta años – presumía, según Miller, de que aún podía follar como un semental, echarse al gaznate toda la bebida que se le antojara y algunas otras cosas por el estilo. Murió de un ataque cardíaco….en un bar de la Tercera Avenida. A Max Winthrop lo conoció en la escuela de enseñanza media, y al igual que Miller sólo tenía una idea en la cabeza: la jodienda. No es extraño por tanto que acabara siendo ginecólogo, aunque a decir verdad según cuenta Miller no tardó mucho en desilusionarse de ver tantos coños profesionalmente. “Chico, no hay nada más fastidioso que pasarse el día examinando coños, y no poder ni siquiera acercarse a oler el tufillo de alguno de ellos”. Alec Considini cierra esta primera parte. A Alec lo conoció Miller precisamente a través de Max, que vivía en el mismo barrio que él. Alec de forma similar a su otro amigo Jimmy Pasta también tenía grandes aspiraciones por llegar algún día a ser alguien importante, de hecho llegó a ser un conocido y renombrado arquitecto que dio a Nueva York algunos importantes edificios. Tenía como Max la obsesión de la jodienda, llegando a extremos casi patológicos según los comentarios que hace Miller de las andanzas de ambos. Es memorable la narración que hace Miller sobre una amiga común a la que se follaron ambos y que por el tono humorístico en el que está contada merece ser incluida como cierre a esta primera parte que estamos comentando: “…Recuerdo a una que solía llevar el rosario en la mano, y mientras follaba como una loca conmigo exclamaba: “¡Oh, madre de Dios: Oh, virgen bendita, perdóname!”, y acto seguido me agarraba la picha un rato, la acariciaba, la besaba y finalmente se la metía otra vez en el coño, susurrando con voz sofocada: “un poco más, Henry, me da tanto gusto. ¡Follame, follame, y que la virgen santa me perdone y me proteja!””. Cuarenta años después, Alec acudió a Pacific Palisades, iba camino de Reno para contraer un nuevo matrimonio…con su primera mujer, aprovechando para visitar a Miller y comentarle: “Hen, no tienes ni idea de lo mucho que me alegra ver que lo has conseguido. Desde el primer momento adiviné lo que llevabas dentro, sabía que algún día serías famoso”.
“Mi bici y otros amigos”corresponde a la segunda parte de “El libro de mis amigos” y está compuesto de ocho apartados dedicados, igualmente, de forma monográfica a algunos de los amigos más influyentes en su vida. El primero narra la historia de Harolde Ross, un tipo al que conoció a través de su primera mujer. Era pianista, profesor de música e incluso llegaría a ser director de orquesta. Según Miller fue una de las mejores influencias que tuvo en su vida en cuanto a cultura musical se refiere. El siguiente es Bezalel Schatz al que todo el mundo llamaba Lilik, y que en realidad se trataba del hermano de la que fue la cuarta mujer de Miller: Eve. Lilik fue durante un periodo de tiempo su ayudante, su secretario e incluso el manitas capaz de resolver cualquier problema doméstico que surgiera. Hombre dotado de un gran bagaje cultural e intelectual había conocido entre otros a Marc Chagall, Diego Rivera, y Albert Einstein. A los diez años leía a clásicos como Dostoyevski, André Gide, Thomas Mann o Anatole France, por lo que no es raro que Miller sintonizara rápidamente con tan peculiar personaje. Acompañado de Lilik y su esposa Louise, hermana de Eve, recorrieron en viaje turístico gran parte de la Península Ibérica, visitando ciudades como Córdoba, Granada y otros varios lugares de Andalucía de los que Miller quedó profundamente prendado como demuestra la descripción que hizo de aquel memorable viaje: “…esa maravilla que es la ciudad de Córdoba, con su mezquita, que tiene, lo crean o no, una iglesia cristiana en su interior; una auténtica difamación. De nuevo volví a tener la sensación, como en Amsterdam y Brujas, de que era un lugar para poetas…Córdoba y Granada fueron los dos grandes descubrimientos del viaje pero hubo también otra ciudad, Segovia, no muy lejos de Madrid, que estaba atravesada por un antiguo Acueducto. Allí conocimos a un aprendiz de torero que se adiestraba en el arte de matar toros montado en bicicleta. En cuanto a los españoles, uno se queda corto al hablar de ellos. Aunque su país es pobre, conservan aquel aire de pasada grandeza, hospitalidad, generosidad y encanto que los hace inolvidables”. De la amistad con Lilik surgió también un hermoso libro titulado “Nigh life”, escrito conjuntamente e ilustrado en su mayor parte por Lilik.
El siguiente amigo que aparece es Vincent Birge, un antiguo trabajador de la TWA al que Miller conoció en Big Sur. A partir de entonces siempre que Miller se desplazaba fuera del país de vacaciones, llevaba a Vincent de secretario, chófer y hombre de confianza. Siempre mantuvo con él una gran amistad. De él comenta que es ese rara avis tan difícil de encontrar en nuestra sociedad: “un hombre honrado, el hombre que Diógenes buscaba. Posee sabiduría, amplitud de miras, pero orilla todo lo que huele a misticismo. Es un hombre para el que cuentan lo hechos, no las teorías, ni los sueños, ni las ideas erráticas”. Sobre Emil White existen otras muchas referencias en diferentes libros de Miller, sin embargo, en el capítulo que le dedica en éste, es donde podremos disfrutar y conocer al auténtico personaje que en realidad era Emil. “En Emil se da una curiosa mezcla de audacia y respeto. Uno llega con su esposa, su amante o la mujer con la que uno espera acostarse. No importa. En el lapso de muy pocos minutos Emil ya la ha apartado hacia el rincón o la ha invitado a admirar sus petunias o lo que sea, y ya está besándola y abrazándola ante tus propias narices”. Según cuenta Miller, Emil era uno de esos peculiares individuos capaces de sobrevivir con lo justo para ir tirando. Por supuesto no tenía vicios, jamás bebía en exceso, fumaba sólo tres o cuatros cigarrillos al día, y no necesitaba radio ni televisión. Las mujeres eran su auténtico y único vicio, pero a él no sólo no le costaban ni un céntimo sino que más frecuentemente era él el que recibía regalos de ellas. Efraim Doner era un pintor judío al que Miller conoció en Big Sur y con el que compartió no sólo exquisitas y excelentes comidas, sino además disfrutó acompañado de licores de profundas y amenas charlas. “Siempre sabía dar con la respuesta adecuada que ahuyentara la ira”.
Jack Garfein vivió sus primeros años de vida en un campo de concentración alemán. Según cuenta Miller es muy posible que fuese allí dónde aprendió el arte de discernir y la gran capacidad que tenía para adquirir conocimientos. Sus dos grandes pasiones eran el teatro – su profesión fue la de director – y las mujeres. A estas últimas las amaba y las cuidaba como un jardinero ama y cuida sus flores. “Ver a Jack Garfein rodear con sus brazos a una mujer y besarla es una dicha de carácter muy especial. Si era lujuria lo que inspiraba ese comportamiento, entonces es que hay que contemplar la lujuria como una de sus virtudes”. Joe Gray era otro extraño personaje al que Miller tenía en alta estima por su sinceridad y honradez. Nunca mentía sobre lo que pensaba de las gentes o de los hechos que veía, de ahí, que fuera muy apreciado y odiado al mismo tiempo. Su dedicación al mundo del cine era simplemente de supervivencia económica, conformándose con ser un eterno especialista, doble o figurante de cualquier estrella rutilante del celuloide – frecuentemente era el doble de Dean Martin -. Su verdadera pasión la encontraba en la lectura, sobre todo, en Céline, escritor al que admiraba y veneraba casi como a un Dios. “Joe escribió un buen número de cosas en las paredes de mi estudio. Una era de Céline y decía lo siguiente: “me meo en todo desde una altura considerable”. Joe adoraba a Céline, lo mismo que yo. Un día se sorprendió mucho cuando le dije que los franceses consideraban a Céline un antisemita: - y qué si no le gustaban los judíos – dijo Joe muy enfadado. Era un gran escritor. Mil veces Céline antes que alguno de esos judíos podridos que no hacen más que repartirnos un montón de mierda”. Éste era Joe: sincero y siempre directo, sin sentirse obligado a elegir entre lo políticamente correcto o lo incorrecto. El último apartado que configura la segunda parte de este libro está dedicado a quien, según palabras escritas por el propio Miller, fue sin lugar a dudas, su mejor amigo: su bicicleta.
El libro tercero que completa “el libro de mis amigos” está dividido en dos partes muy diferenciadas entre sí. La más interesante – al menos desde el aspecto biográfico – se refiere a su amigo Alfred Perles, recordando nostálgicamente los viejos tiempos parisinos. Dividido en dos capítulos, el primero explica como se conocieron y la forma en la que fue desarrollándose una amistad tan profunda como para conservarla hasta el fin de ambos. La segunda está más centrada en resaltar anécdotas posteriores a la época del apartamento que compartían en el barrio de Clichy. Un epílogo dedicado a analizar la relación entre Anaïs y Pèrles cierra este apartado, muy emotivo para Miller y que lo termina indicando que tiene la sensación de que algún día volverán a encontrarse en el otro mundo cuando y donde sea. La segunda parte titulada “otras mujeres en mi vida”, es el retrato breve de trece mujeres que según Miller le sirven sobre todo para evocar el aura de los tiempos en que vivieron. “No pretendo dar la historia de sus vidas, sino tan sólo la esencia de su fragancia tal como yo la sentí en aquel momento. Tampoco voy a pretender que me acosté con todas ellas…aunque en mi obra anterior me he explayado ampliamente en el aspecto sexual de mis relaciones con las mujeres, ahora en cambio me veo obligado a declarar que había otros muchos aspectos interesantes en todas las mujeres que he conocido aparte de aquellos sobre los que decidí escribir. La mujer, como tema, es inagotable…”. La última que aparece en esta relación es Brenda Venus, mujer con la que compartió sus últimos años de vida y a la que dedicaremos un apartado más extenso cuando comentemos la amplia correspondencia que Miller le envió y que se ha publicado tras la muerte de éste. En cualquier caso, no quiero terminar el comentario a este libro sin dejar de aconsejárselo a todo aquel lector que esté interesado por la obra de Miller, ya que posiblemente sea uno de los pocos libros de este autor que reúne un poco de todas sus diferentes etapas o estilos como escritor, es decir, un poco del inicio de sus famosos Trópicos, pasando por lo mejor de su etapa como ensayista, sin dejar de lado la autobiografía irónica y burlona sobre el mundo que le tocó vivir.
Prácticamente ciego y con los notables impedimentos físicos para llevar una vida con cierta normalidad, Miller afronta el año 1980 con sólo un proyecto: su relación con Brenda Venus. Dado que por sí mismo, debido a su enfermedad, no podía prácticamente escribir, se acogió a la generosidad de su amigo Bill Pickerill quien le ayudó en la ardua tarea que entrañaba contestar su amplia correspondencia, actividad ésta que Miller llevó a afecto incluso hasta pocos días antes de su muerte. De hecho, con fecha 15 de mayo de 1980, le escribía por medio de Bill una curiosa premonición a Durrell sobre su eminente muerte, como así ocurrió días después, el 7 de junio: “Larry, muchacho, esta es la contestación a una carta anterior que debí de pasar por alto. Resulta apropiada porque ahora me estoy muriendo de verdad o por lo menos eso es lo que creo…”.
Antes de que entremos a valorar la parte de la obra que existe traducida a nuestro idioma por parte de editoriales sudamericanas , creo que es interesante que comentemos más detenidamente algunas otras obras que se han editado en nuestro país y que a pesar de no haber sido reeditadas últimamente sí merece la pena el intento por localizarlas y disfrutar con su lectura. En unos casos, por tratarse de libros tan importantes en el conjunto de la obra milleriana como los propios Trópicos o la Crucifixión y en otros por ser precisamente libros singulares en el conjunto de su obra, tal podría ser el caso de “Reunión en Barcelona” que es una carta escrita a Pèrles y que apareció editada en nuestro país dentro de un pequeño libro de la editorial Tusquets que incluye un surrealista semblante de Miller y su obra por el autor argentino Alejandro Vignati. Miller escribió esta carta en mayo de 1954, evocando en ella el reencuentro que tuvo con su viejo y querido amigo en Barcelona, tras un largo periodo de quince años en los que por diversas circunstancias no habían podido verse. Asimismo reflexiona sobre su adaptación a la cultura americana, tras su larga permanencia en el viejo continente. El pequeño libro también incluye una lista de obras publicadas por Miller hasta ese momento y que sin ser completa se aproximaba bastante a todo lo que había editado.
En una etapa en la que la editorial Alfaguara mantenía otra línea editorial y comercial muy diferente a la actual, acometió el impagable proyecto de ir editando la mayoría de las obras de Miller. En una primera entrega aparecieron las excelentes traducciones realizadas por Carlos Manzano de ambos Trópicos y de la Crucifixión Rosada en tres tomos: “Sexus, Plexus, Nexus”, todas ellas ya comentadas anteriormente y en cualquier caso libros ampliamente conocidos para que no sea necesario el extendernos más en su contenido. En entregas posteriores apareció en la misma editorial una traducción de Carlos Bauer y Julián Marcos de “Primavera Negra”, “El mundo del sexo y Max y los fagocitos blancos” y “Días tranquilos en Clichy”, quedando en el olvido algunas otras ediciones que se anunciaron en su momento y que posiblemente debido a los cambios empresariales de la editorial debieron quedar archivados en el baúl de los recuerdos. En cualquier caso, para bien, las diferentes reediciones que se han ido realizando de los Trópicos, La Crucifixión y Primavera Negra se han hecho sobre estas traducciones.
“Primavera Negra” fue el segundo libro que Miller escribió entre ambos Trópicos, siendo, de alguna forma, el nexo de unión que les da coherencia y unidad. A diferencia de los Trópicos, estructuró Primavera Negra en forma de relatos independientes, dedicando cada uno de los diez que componen el libro a un tema diferenciado del anterior, por lo que en apariencia podría decirse que poco o nada tiene que ver esta obra con “Trópico de Cáncer” – su primera obra –, ni con la tercera “Trópico de Capricornio”, sin embargo, después de completar la lectura de Primavera Negra podemos estar seguros de que no sólo es el nexo de unión entre ambos Trópicos sino que además es en realidad un relato continuo, a pesar de su aparente independencia entre las historias narradas. Y es que Miller utilizó la técnica de fragmentar el discurso narrativo hasta sus últimas consecuencias para establecer posteriormente y de forma casi mágica un hábil montaje de los diferentes relatos en un todo, es decir, casi un ejemplo perfecto de la psicología gestáltica dónde el fondo y la figura son a veces difíciles de diferenciar. En “Primavera Negra” repasa por vez primera sus recuerdos de infancia, la sastrería de su padre y los excéntricos y poco convencionales individuos que desfilaban por ella, y que son el eje central de algunos de estos recuerdos de infancia, que por otro lado sirven no sólo para conocer la época sino también las claves sobre las que se cimienta el Miller adulto y sobre todo el singular mundo milleriano que posteriormente reflejará el conjunto de su extensa obra. También aparece en este libro el embrión del ensayista que analiza sin complejos su labor como artista capaz de crear de igual forma un libro que una acuarela. El fenómeno de la creación artística es para Miller una continua obsesión a lo largo de su obra, a la que intentará dar una respuesta que al menos explique a sus lectores la manera de crear y trabajar que él tiene. La importancia que Miller daba a este libro está reflejada en la opinión que él mismo dio, cuando alguien le preguntó sobre ello: “ Creo que “Primavera Negra” es el libro en el que conseguí llegar más cerca de mí mismo, más que en cualquier otro libro de los que he escrito antes o después”.
“El mundo del sexo y Max y los fagocitos blancos”, son dos relatos que en apariencia no tienen nada en común, de hecho, corresponden a dos periodos de creación completamente diferentes, “Max y los fagocitos blancos” se editó originariamente en el año 1938 y daba título a un libro en el que se incluían bastantes más ensayos, “El mundo del sexo” se editó en 1940 en una edición privada que posteriormente Miller revisaría en 1957, para la edición definitiva que hoy conocemos. Ignoro por qué ediciones Alfaguara eligió en su día editar estos dos relatos conjuntamente y no en su forma original, es decir, Max con el conjunto de los demás relatos que en la versión inglesa configura el libro completo, y respetando a su vez la individualidad en la que apareció “El mundo del sexo”. Supongo que la corta extensión de este último sería la causa por la que se eligió esta fórmula de edición conjunta de los dos relatos. En cualquier caso, lo interesante es que hemos podido disponer de ellos y disfrutar de su lectura. “El mundo del sexo” es un extraordinario ensayo sobre lo que Miller pensaba en el momento de redactarlo del resto de su obra y de la vinculación que ésta tenía con el sexo: “¿Parece impropio que el autor de Trópico de Cáncer exprese tales opiniones? ¡No, si uno penetra bajo la superficie! Por ello muy vinculada con lo sexual que estuviese aquella obra, la preocupación de su autor no era el sexo ni la religión, sino el problema de la autoliberación. En Trópico de Capricornio, la utilización de lo obsceno es más estudiada y deliberada, quizás porque existía una conciencia más elevada de las exigentes demandas del medio. El interludio titulado “La tierra del joder” es para mí un punto máximo en la fusión del símbolo, el mito y la metáfora”. Este fragmento de “El mundo del sexo” nos da una idea de cómo Miller muy a diferencia de la mayoría de escritores, no sólo se cuestionaba el oficio de escribir, sino que hasta hacía de crítico de su propia obra, algo así, como si se estuviera analizando a sí mismo, pues no podemos obviar el marcado carácter autobiográfico que tienen la mayoría de sus libros.
Por el contrario en “Max y los fagocitos blancos” estamos ante un relato donde Miller deja de ser el protagonista de la narración para describirnos las vicisitudes y peripecias de otro. En este caso se trata de un personaje judío que bien podría ser el genuino representante de todos los males y desgracias que pueden darse en un ser humano. Max es en un momento del relato enfrentado a su réplica tangencial, de la mano de Boris, otro personaje judío también al que Miller contrapone. Max representa un tipo de miseria humana que fascina a Miller y de la cual habla constantemente en su obra extrayéndola de su propia experiencia, pero que al exponerla como obsesión aparece como la caricatura de un mundo o unos personajes casi rozando lo surreal, no sin perder por ello la carga dramática de lo que representan realmente en la realidad no fabulada.
“Días tranquilos en Clichy” fue escrito por Miller en una primera versión en 1940 pasando a rescribirlo completamente en 1956 de donde procede la primera edición en francés de la que posteriormente se harían las ediciones restantes, incluida la aparecida en nuestro idioma. El libro está dividido en dos episodios: el primero bajo la denominación que da título al libro, y el segundo con el nombre de “Mara-Marignan”, un juego de palabras para enmascarar a Eliane – Mara – y Marignan, un café situado en los Champs-Elysèes. Mara evoca en Miller el recuerdo de muchas mujeres que han pasado en algún momento por su vida. Es como una metáfora de amor por las mujeres, las putas y en particular las más sórdidas e incluso ridículas, pero siempre estimables para él porque son personas y más concretamente mujeres. “Días tranquilos en Clichy” es un relato divertido e incluso hilarante a veces. En él aparece magistralmente narrada la crónica de un viaje que Miller realiza en compañía de Perles – Carl en el libro – a través de un aburrido y apático Luxemburgo, en el que sólo encuentran atractiva la comida: “No me encontraba nada a gusto. Era mejor morir como un piojo en París que vivir aquí con la tripa llena, pensé. – volvamos y cojamos unas buenas purgaciones – dije, despertando a Carl de un estado casi de adormecimiento…Luxemburgo es como Brooklyn, sólo que más encantador y más venenoso. Volvamos a Clichy y organicemos una juerga. Quiero quitarme de la boca el sabor de todo esto”. Cuando el lector accede al relato de esta crónica viajera, entiende que Miller estuviese harto de Luxemburgo, sobre todo, si anteriormente ha tenido la oportunidad de disfrutar con las aventuras y juergas que se habían corrido Miller y Pèrles en Clichy. Por cierto, a este respecto es memorable la historia que Pèrles se monta con una menor, a la que incluso se lleva a vivir con ellos durante un tiempo al apartamento de Clichy. El desenlace de la historia no tiene precio, en suma, se trata de las páginas más divertidas y alocadas que posiblemente haya escrito Miller en el conjunto de toda su obra.
“El coloso de Marusi” es un libro singular en el conjunto de la obra de Miller, y digo singular porque aparte de no recordar en absoluto para nada sus libros anteriores, es un libro de viajes sin ser tampoco precisamente eso. Sin embargo, no creo que haya muchos lectores que después de haberlo leído no se sientan embargados por el espíritu helénico y no les apetezca realizar un recorrido por los maravillosos parajes descritos por Miller en esta obra. El libro surgió a partir de las reflexiones que Miller realizó tras su viaje a Grecia en 1940, con motivo de tener que regresar nuevamente a los Estados Unidos por la eminencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Es posible que este estado de ánimo sea el que hace que Miller escriba un libro de una sensualidad fuera de lo corriente, lejos incluso del lirismo erótico de D.H. Lawrence, aunque pueda parecer a veces que está escrito con un cierto fondo moral. Por otro lado, es la manifestación más rotunda del rechazo que Miller siente por la vida moderna representada entre otros por los Estados Unidos, descubriéndonos la Grecia más anclada en la vieja y hermosa civilización de lo “antiguo” y “clásico”. Es el polo opuesto a la vida moderna que representa la deshumanización y la destrucción de los instintos vitales, lo que Miller descubre en este viaje por la vieja cultura griega. Miller termina este hermoso libro con un apéndice en el que reproduce una parte de la carta que Durrell le envió el 10 de agosto de 1940, y que complementa el retrato de Katsimbalis – su Coloso de Marusi –. “…Aulló de una manera histérica, y su auditorio del valle siguió creciendo hasta que de un extremo a otro de Atenas, gallo tras gallo lanzaron su canto contestándole. Finalmente, entre risas e histeria tuvimos que pedirle que se detuviera. La noche estaba llena de cantos de gallos, y toda Atenas, toda el Ática, toda Grecia y hasta llegué a imaginar que te despertabas del sueño que habías echado en tu despacho neoyorquino al oír aquel aterrador clarinetazo argentino: el canto del gallo katsimbaliano que resonaba en el Ática. Fue algo épico: un momento grandioso y del más puro Katsimbalis. ¡Si hubieras podido oír a esos gallos, el frenético salterío de los gallos de Ática! Soñé con ello durante dos noches seguidas…”. Por suerte, Seix Barral suele reeditar periódicamente esta maravilla de la literatura milleriana, quizás la única pega sería que es necesario realizar una revisión de la traducción que hizo en su día Ramón Gil Novales – excelente por otro lado – actualizándola.
“Los libros en mi vida” es el proyecto que en su momento acometió Miller de realizar una obra programada en varios volúmenes, al objeto de poner al alcance de sus lectores no sólo la lectura de los libros que más habían influido en su obra, sino amplios ensayos sobre los autores y las circunstancias en las que había conocido a algunos de ellos, tal es el caso de su admirado Blaise Cendrars. También pretendía con este proyecto aclarar sus dudas sobre la necesidad o no de leer gran cantidad de libros como vía de crecimiento intelectual, o si por el contrario era más productivo leer menos y sentir más la vida en el exterior, es decir, callejear en busca de aventuras. De hecho en el prefacio uno de los planteamientos que Miller le propone al lector es intentar responder a esta complicada situación: “Sea conocimiento o sabiduría lo que busca, conviene dirigirse directamente a la fuente de origen. Y esa fuente no es el catedrático, ni el filósofo, ni el preceptor, el santo o el maestro, sino la vida misma: la experiencia directa de la vida…Todo lo que está en los libros, todo lo que parece terriblemente vital e importante, no es sino un ápice de aquello que le ha dado origen y que está dentro del alcance de todos aprovechar”. Miller no se deja atrapar sólo por el conocimiento intelectual que le deparan los libros – esenciales y vitales para su formación – sino que además hace parte integrante de su mundo vital a los árboles, las estrellas, el estiércol y sobre todo a las calles, y los personajes que deambulan por ellas. Para él es esencial que el escritor, el artista, esté en contacto con la realidad que le circunda, no es partidario de la “novela inventada” o supuestamente imaginada por la  mente del autor. De ahí que sus favoritos en el mundo literario los encontremos fundamentalmente en los textos de escritores como Céline, Cendrars o Hamsum entre otros, a los que evoca y reivindica como fuentes de inspiración en este primer tomo de memorias literarias. El libro apareció publicado en 1952, en Estados Unidos, pasando prácticamente desapercibido – de hecho, fue uno de los libros que peor funcionó comercialmente – incluso para sus fieles y devotos seguidores. Peor acogida incluso le deparó la crítica especializada que casi no le prestó el más mínimo interés. Posiblemente estas circunstancias influyeron en que Miller se olvidara del primitivo proyecto de realizar varios tomos y no volviera  a plantearse ninguno más, dando por finalizado con este primer volumen el ambicioso proyecto. De hecho su próximo libro fue la tercera parte de la Crucifixión: “Nexus”, siguiendo a partir de éste otros títulos que nada tienen que ver con el proyecto mencionado anteriormente. En nuestro país apareció editado en 1988 por  Mondadori, en traducción de José Martínez Pozo, y que de alguna forma sustituía en el mercado a la edición que hasta ese momento existía disponible en nuestro idioma que había sido editada en Argentina por Siglo Veinte en 1965, edición menos cuidada y con infinidad de erratas en su impresión. Sería absurdo negar la evidencia de que tampoco la edición española de este libro funcionó bien, de hecho, la editorial Mondadori terminó en su día saldando parte de la edición en las habituales rebajas de los grandes almacenes, por lo que resulta difícil encontrarlo con facilidad en la actualidad. No obstante, a pesar de las peculiaridades que han rodeado a este libro desde su edición y que incluso podrían hacer pensar al lector que se trata de un libro poco atrayente, es todo lo contrario, ya que cuando el lector se adentra en su lectura se encuentra no sólo con un amplio catálogo de escritores y lecturas por descubrir, sino que además conecta con el Miller más puro irónico y reflexivo que nos podemos imaginar. Valga como referencia de lo comentado el ejemplo del capítulo que dedica a “La lectura en el retrete”, o el no menos memorable estudio que realiza sobre el teatro en el capítulo del mismo título. En definitiva, es el tipo de libro que echamos en falta en la bibliografía de muchos autores de los que nos gustaría conocer cuales han sido sus lecturas preferidas y las influencias en las que se han inspirado. Honrosa excepción, que recientemente ha llevado a cabo Mario Vargas Llosa con la edición de un libro de similares características al que estamos comentando, en el que precisamente, dicho sea de paso, no sale muy bien parado Henry Miller según los comentarios reflexivos que realiza Vargas Llosa a la obra milleriana.
Extraviada desde 1929 “Crazy Cock” – traducida a nuestro idioma como “Polla loca” – fue recuperada en los años ochenta y finalmente editada en 1991 en los Estados Unidos. En nuestro país aparecería un año después – 1992 – por Emecé Editores en traducción de Jordi Mustieles. Presentada como novela de inicio o juventud, la verdad es que no suscitó mucho interés ni en los lectores ni en la crítica a pesar de que en su lanzamiento se insistió en el manido tópico de presentarla como una obra de contenido erótico. Es obvio que no estamos precisamente ante ninguna obra maestra de la literatura, ni siquiera podríamos decir que nos encontramos ante la obra de un incipiente escritor al que posteriormente conoceríamos como el autor de los “Trópicos”. Sin embargo, sí tiene esta novela el interés de mostrarnos la tragedia que Miller padeció en la época en la que June se marchó a París con Jean Kronski, dejándole deprimido y abandonado en Nueva York. Aunque Miller reflejaría más detalladamente este episodio dramático de su vida en obras más elaboradas, es innegable que en esta primitiva versión nos encontramos con la ingenuidad del aún inmaduro escritor. También es fascinante, como indica Erica Jong en el prólogo a esta novela, la forma en la que Henry Miller nos narra el crudo paisaje de un Nueva York duro y cruel para una persona sensible. Haciéndose manifiesta la necesidad de Miller de escapar no sólo de la inhóspita ciudad sino incluso de sus propios fantasmas, que de alguna manera le impedían crecer como escritor y encontrarse a sí mismo como individuo. Es también un ejemplo para aquellos escritores incipientes que piensan que escribir es uno de los oficios más sencillos y fáciles de llevar a cabo. La prueba al error de este pensamiento la encontraríamos en que ser escritor – o artista como mejor le gustaba a Miller que se definiera al escritor – no estaría simplemente en publicar malas o buenas novelas, e incluso en recibir el favor del público, sino que estaría como nos muestra Miller con este libro que llegar a escritor es algo mucho más importante, que requiere incluso, todo un largo y tortuoso proceso de crecimiento tanto en el terreno intelectual como en el vivencial. Siendo este camino en definitiva el que permite a un buen escritor manejar el placer y el displacer con conocimiento de causa. Sobre todo, si es capaz como posteriormente llevó a cabo Miller, de desnudar su interior y su exterior en obras tan vivenciales como los Trópicos o la Crucifixión entre otros. Obra en definitiva recomendable como referencia para conocer el origen de la obra milleriana. De forma muy semejante a “Los libros en mi vida”, “Crazy Cock” no tuvo mejor suerte y ha terminado saldada igualmente en las rebajas de los grandes almacenes, por lo que también resulta difícil su localización.
De la prolífica correspondencia milleriana han aparecido editados varios libros, algunos de ellos con más interés comercial que el deseo de aportar mejor conocimiento del autor y su destinatario. Por suerte para los lectores españoles, de las obras que podemos clasificar en este apartado de interesantes, se han traducido a nuestro idioma las tres más importantes, es decir, la correspondencia con Lawrence Durrell, la de Anaïs Nin y las cartas que ya anciano se dedicó a escribirle a su último amor: Brenda Venus. Sobre la correspondencia que mantuvo con Durrell no creo interesante que debamos entrar a comentarla en profundidad, ya que en este capítulo dedicado a Miller al igual que el que dedicamos a Durrell existen innumerables referencias y citas extractadas de esta interesante correspondencia. Si acaso, insistir en el interés que tienen estas cartas para conocer el pensamiento que ambos amigos tenían sobre su tiempo, otros amigos y personajes con los que compartieron parte de su vida. La edición en español corresponde a Edhasa, Barcelona 1991, y aunque no ha sido reeditada existen ejemplares que la editorial tiene a disposición tanto de los libreros como de los lectores interesados en adquirirla.
Más fácil de encontrar para el lector milleriano es la correspondencia que mantuvo con Anaïs Nin, ya que existe actualmente una edición a la venta de la editorial Siruela. Esta edición, que está traducida impecablemente por Juan Antonio Molina Foix, recoge prácticamente la totalidad de la correspondencia que en su día editó la desaparecida editorial Bruguera en 1981, y que la editorial Siruela en 1991 incluyó como parte de la de Anaïs Nin. No obstante para el lector que aspire a tener toda la correspondencia en su totalidad es muy recomendable que intente conseguir la edición anteriormente citada de Bruguera, que a pesar de no estar a la venta, no es difícil de encontrar en el circuito de libro de viejo. Tampoco es necesario extendernos en demasía en comentar esta correspondencia, porque de igual forma a lo que indicábamos sobre la de Lawrence Durrell, aparecen numerosas referencias en los capítulos que dedicamos a ambos autores. En todo caso vuelvo a reiterarme sobre el interés que ambas ediciones, tanto la de Bruguera como la de Siruela, tienen para que podamos entender los años más decisivos en la vida de ambos autores durante la estancia en el París de entreguerras y que sirvió de trampolín – sobre todo a Miller – para adentrarse definitivamente en el mundo profesional de la escritura.
Apartado más detenido merece la obra “Querida Brenda. Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus”, editadas por Seix Barral en Barcelona en 1986, sobre todo, porque se tratan no solamente de las últimas cartas que se conocen de Miller, sino porque además corresponden a su última etapa amorosa. Referencia ésta, ya de por sí atrayente, que además nos sirve para situarnos en el estado de ánimo en el que se encontraba Miller ante su eminente deterioro físico. Ya Lawrence Durrell nos da por otro lado una visión muy aproximada sobre la importancia que tuvo la aparición de Brenda Venus en la vida del anciano Miller, sobre todo por el optimismo que insufló en un viejo tocado en su autoconfianza tras la desgraciada experiencia matrimonial con Hoki – su última esposa –, optimismo que además logró que Miller transmitiera, como podemos apreciar por la lectura de estas cartas, en las que se refleja una imagen física que nada tenía que ver – como cita Lawrence Durrel – con la realidad.
Iniciar la lectura de estas cartas dedicadas a Brenda, es asistir a los últimos años de la vida de Henry Miller, pero al mismo tiempo, deleitarse con la gran vitalidad que desprenden en cada línea. Miller nos da una auténtica lección de coherencia y madurez al aceptar las limitaciones que la edad y el deterioro físico le van imponiendo: “Hasta que te conocí no parecía posible para un hombre y una mujer amarse sin el elemento sexual…Para mí el sexo ha sido siempre una práctica natural y simple. He llevado una vida sexualmente completa. Y ahora, en mi senectud, me encuentro considerado como un amable gurú y ermitaño…¿A dónde quiero llegar? Sencillamente a que no espero de ti que dejes follárteme ( en cualquier caso dudo de que pudiera satisfacer a una criatura tan sexual como eres tú )”. No obstante, Miller, aún aceptando sus limitaciones para poder echar un buen polvo con Brenda, no ve inconveniente alguno en mantener algún otro tipo de sexo con ella, y así se lo indica reiteradamente y sin ningún tipo de complejos: “…Pienso que deberíamos familiarizarnos más, que deberías concederme – ya que no otro – el privilegio de tocar tus partes íntimas, o en otras palabras, de sobarte. Y tal vez viceversa. Dicho de otra manera, deberíamos permitirnos a nosotros mismos actuar natural e instintivamente”. Según la carta siguiente a ésta de la que hemos extractado algunas citas, Brenda indica que jamás llegaron a algo más que al contacto amistoso entre dos adultos. Pese a la negativa reiterada de Brenda y al comentario anterior, Miller siguió insistiendo en diferentes y múltiples ocasiones sobre el mismo tema, logrando al menos que un día – también según la versión de Brenda Venus – ésta se desnudase delante de él en su majestuosa plenitud: “…Fui a su casa después de la clase de ballet. Fui vestida con un traje griego blanco. Entré en su dormitorio y dije: “Henry, acerca de tu petición…” Él estaba sentado en la cama y yo dejé que el traje me cayese desde los hombros al suelo. No dije una palabra. Volví a ponerme el traje. Él sonrió, yo sonreí y me fui…”.
Otro aspecto muy interesante sobre estas cartas, son las confidencias íntimas que Miller le va notificando a Brenda sobre situaciones afectivas y emocionales que él aún consideraba no tener suficientemente superadas, como sería el caso de su relación con su madre, a pesar de las numerosas veces en las que se había referido a esta relación en sus escritos anteriores, según le comenta a Brenda siempre condicionado por la propia situación del momento. Tan condicionado como para que en los sueños le siguieran apareciendo recuerdos muy amargos de esta relación materna, e incluso para que siguiera refiriéndose en sus cartas sobre ellos tal como hace en el esbozo de un proyecto sobre una pequeña obra teatral que le envía a Brenda con el título: “ Guión: Recuerdos de mi niñez”, en dónde se puede apreciar con toda intensidad dramática el rechazo que Miller sentía que su madre tenía hacia él: “La escena culminante, y más bien fuerte, tiene lugar en la funeraria donde permanece en cuerpo presente para que sus amigos y parientes se despidan de ella. Está allí alrededor de una semana antes de ser enterrada. Visito el lugar de vez en cuando, no todos los días. Cada vez que voy y me inclino sobre el ataúd, se le abre uno de los ojos, como para mirarme. Tengo la sensación de que me reprueba incluso muerta. Lo cual me da escalofríos”.
La carta última que aparece en este libro lleva fecha de 29 de septiembre de 1980, es decir, casi cuatro meses después de que Miller hubiera fallecido, ignoro el porqué de este desfase en las fechas y quiero entender que simplemente nos encontramos ante un error editorial, pues en cualquier caso, no creo que a pesar de su indudable vitalidad, Miller haya enviado esta carta desde el más allá. Anécdotas aparte, la lectura de esta correspondencia es ineludible para conocer la última etapa de la vida de Miller y descubrir a un anciano sereno, reposado y fundamentalmente entregado al amor aunque sea de forma espiritual, aunque ocasionalmente aparecieran fotografías donde se le veía sobando o metiéndole mano a alguna de las muchas modelos y seguidoras que diariamente solían acudir a su casa. En cualquier caso, hay que tener muy en cuenta que pocos escritores tienen una vida propia tan vinculada y paralela a la literaria. Basta con leer cualquiera de sus libros o incluso parte de su correspondencia para apreciar que siempre existió una estrecha y profunda relación entre cualquier acontecimiento de los que vivía y lo que iba apareciendo en sus escritos.
No es tarea fácil – incluso en ediciones originales – encontrar algunas de las obras de Miller, si exceptuamos los Trópicos y la Crucifixión. Por ello no es nada extraño que en nuestro país nos encontremos con este problema, y si además le añadimos el poco interés que Miller ha suscitado y suscita fuera del atractivo erótico que evocan los libros antes mencionados, podremos entender que la mayoría de sus obras no estén traducidas a nuestro idioma, salvo las comentadas hasta ahora. No obstante, se han hecho algunas traducciones más a nuestro idioma, son las que en su día realizaron editoriales sudamericanas, y que curiosamente corresponden a los años negros de nuestra dictadura, y que precisamente al amparo de esta circunstancia circularon y se vendieron de forma clandestina, hecho éste que aún aumento más el morbo de lo prohibido. Es obvio que bastantes problemas tenía el lector milleriano para encontrar algún libro de Miller, como para preocuparse de si la traducción o la edición que al final lograba conseguir era buena o mala. La realidad es que pocas de estas ediciones pasarían al día de hoy la más mínima prueba de calidad en ninguno de los aspectos mencionados, aparte de la dificultad que hoy existe para encontrar alguna de ellas. En cualquier caso, como tampoco se han hecho ni nuevas ni viejas reediciones, ni las editoriales de nuestro país al parecer tienen interés al respecto, únicamente podemos disponer de las que en su día hicieron estas editoriales del otro lado del océano, por lo que aún a nuestro pesar, seguidamente las comentaremos para que el lector interesado tenga al menos una referencia sobre ellas. Aunque seguiré insistiendo en la pésima calidad de traducción y edición.
Traducida directamente de la edición original francesa existe una interesante edición mejicana de “Flash Back”, a cargo de Gedisa Mexicana en 1983 y que se vende en nuestro país por derechos cedidos a la editorial Granica de Barcelona. Se trata de una larga entrevista realizada por Christian de Bartillat a Miller en su casa de Pacific Palisade. En ella se abordan varios temas que van desde la infancia, los libros escritos, las mujeres y lo que el entrevistador denomina el mensaje milleriano, que son en definitiva, las opiniones que éste tiene sobre la filosofía de la vida. Cierra el libro una ordenada cronología con los datos más esenciales sobre la vida y la obra del autor. La traducción corresponde a Alberto Szpumberg, y a diferencia de las que iremos comentando más adelante, está bastante cuidada al igual que la propia edición del libro.
También de conversaciones trata el pequeño libro editado por Monte Ávila Editores de Caracas, Venezuela, en 1972. En este caso son fragmentos de una entrevista que Miller concedió a George Belmont de la O.R.T.F. por un lado y a Michel Polac por otro para su programa de televisión “Literatura de bolsillo”. La versión a nuestro idioma la realizó Gabriel Rodríguez y tampoco, aunque en este caso está menos cuidada que la anterior, podemos decir que se aleje del original. Quizás la peor parte se la lleva la edición, que es pésima en papel, impresión y encuadernación, aunque en cualquier caso es recomendable.
“Pornografía  y obscenidad”, corresponde a un ensayo que Miller redactó con la finalidad de analizar y explicar al lector qué se esconde tras la palabra obscenidad: “Discurrir sobre la naturaleza y el significado de la obscenidad es casi tan difícil como hablar de Dios”, con estas palabras introduce Miller este ensayo. Según va desarrollando el tema va quedando claro para el lector que la palabra obscenidad a semejanza de otras definiciones similares como libidinoso, lascivo o indecente, son simples argumentos que utilizan los legisladores, los jueces, los moralistas y los políticos como arma idónea para controlar y manipular a las masas según les apetezca o les convenga para sus propios intereses. Otra acertada observación es la que hace al referirse a la reeducación de los funcionarios, policías y en general a todos los encargados de aplicar las leyes sobre que es o no pornográfico u obsceno en arte; citando a este respecto a Huntington, autor de un lúcido artículo sobre la libertad de expresión en la literatura en el que expresa lo siguiente: “en general, afirma Huntington refiriéndose a los funcionarios, son individuos que poco o nada tienen que ver con la ciencia o el arte, que no tienen la menor idea de la tácita libertad de expresión concedida a los hombres de letras desde los comienzos de la literatura inglesa, y que han demostrado, según la opinión de los expertos, absoluta incompetencia en su tarea. Los que en primer término deben ser reeducados son los funcionarios administrativos y la policía judicial encargada de estos menesteres y no la masa de población, que en su mayoría no tiene ningún contacto apreciable con el arte”. A priori podría parecer banal e incluso demasiado rebuscado y demagógico el argumento, pero si nos paramos a reflexionar aunque sea un instante sobre el asunto, nos daremos rápidamente cuenta de que no es como para tomárnoslo a broma. Bastaría simplemente con pensar que los encargados – por ejemplo – de incriminar a una persona sobre un delito contra la libertad sexual – entre otros de características similares – son simples funcionarios de policía que a duras penas han terminado la enseñanza secundaria. Esto por no mencionar y cuestionar qué capacidad científica o intelectual tienen estos policías para juzgar qué es arte o pornografía. Como vemos, ni Miller ni Huntington, estaban denunciando algo descabellado, lo increíble es que esto se escribía en 1958 y al día de hoy – por lo menos en nuestro país – son los mismos individuos iletrados los encargados por la administración de justicia de incriminar y aportar las pruebas que acusen a una persona sobre el uso de la pornografía o el erotismo como delito. ¡Sin comentarios! Más adelante en su ensayo Miller cita, a mi juicio, una de las reflexiones más sensatas que existen sobre obscenidad y que se debe a Schroeder quien a su vez la cita de un clérigo anónimo y la reproduce en su obra “Desafío a los censores morales”: “la obscenidad existe tan solo en la mente de quien la descubre y acusa de ella a los otros”. Havelock Ellis, el notable sexólogo inglés, autor entre otros libros del prestigioso tratado sobre las perversiones sexuales, también aportó datos muy esclarecedores sobre este tipo de individuos que ve obscenidad en lo que simplemente es arte: “Se trata de hombres que dominados por atracciones secretas hacia diversas tentaciones, se esfuerzan por alejar dichas tentaciones de otras gentes; en verdad, se están defendiendo a sí mismo con la excusa de defender a los otros, porque íntimamente tienen temor de la propia debilidad”. Como bien dice Miller, sería muy interesante que este comentario entrara en los libros de texto que forman a los jueces y a la policía encargada de definir el arte.
La edición que hizo en su día la editorial Nueva Visión de Buenos Aires sobre este ensayo de Miller, apareció complementada con otro ensayo de Aldo Pellegrini en el que vincula lo erótico con lo sagrado, y otro del escritor D.H. Lawrence – tan perseguido en su momento tanto o más que el propio Miller – sobre la obscenidad y la pornografía. Al no existir otra edición diferente a ésta mejor traducida a nuestro idioma, recomendamos ésta a pesar de su baja calidad, por el indudable interés que tiene el tema y la forma en la que fue tratado por los autores que hemos mencionado.
“Recordar para Recordar” está editado en español por Losada de Buenos Aires en una edición que pertenece al año 1966, fue traducido por Luis Echevarri y pertenece a la obra original “Remember to Remember” editada originariamente en inglés y publicada por New Directions Book, en Norfolk, Connecticut (Estados Unidos), en 1947. La edición en español conserva en esta traducción que vamos a comentar todos los ensayos que aparecen en la versión original norteamericana, y si bien está plagada de erratas e incluso nos vamos a encontrar que en algunas páginas existen saltos de líneas, es la única versión que podemos encontrar traducida. Recordar para Recordar, comienza con un prólogo escrito por el propio Miller, justificando en su conjunto la edición de esta obra y explicando al mismo tiempo que con estos ensayos lo que pretende es acercar al lector el retrato de diferentes personajes, que por una causa u otra ha ido conociendo en diferentes etapas de su vida comprendidas en un periodo de unos seis años, “con unas pocas excepciones las entrevistas fueron casuales. Con esto quiero decir que el destino situó a estas personas en mi camino”. Creo que esta cita del prólogo define a la perfección lo que el lector de esta obra se va a ir encontrando en los ensayos que configuran este libro, pues salvo algún que otro nombre de su etapa parisina la gran mayoría de personajes que aparecen en estas páginas son artistas completamente desconocidos – al menos fuera del circuito de seguidores o iniciados -, al día de hoy.
Varda, el maestro de obras, es el primero de estos atrayentes retratos a los que Miller disecciona. Varda es un pintor afincado en Monterrey que se dedica principalmente a crear collagés a partir de cualquier objeto que encuentra en su camino. De esta forma botones, trapos, papeles, cuerdas, botellas e incluso la propia basura forman parte de su “mundo artístico”. Si curioso resulta el personaje de Varda, más sorprendente aún nos va a resultar Beauford DeLaney, protagonista del segundo ensayo, en este caso un excelente pintor que se aloja en una cochambrosa vivienda y que expone sus obras fuera del circuito convencional, utilizando la calle como galería, al mismo tiempo que dedica el poco dinero que obtiene vendiendo alguna de sus pinturas en ayudar a cualquiera que necesite de él. El sostén de la vida es el tercer ensayo y comienza de esta forma: “pan: símbolo principal. Tratad de encontrar una buena hogaza. Podéis viajar cincuenta mil kilómetros por los Estados Unidos sin probar un pedazo de buen pan. A los norteamericanos no les interesa el buen pan…siguen comiendo pan sin sabor, pan sin vitaminas, pan sin vida…¿Por qué?…” Es posible que al empezar este ensayo el lector se sienta desconcertado e incluso se pregunte qué interés puede tener que alguien se plantee si el pan que se consume en los Estados Unidos es de buena o mala calidad e incluso si es el adecuado para alimentarse, sin embargo, en la medida que avanzamos la lectura de este ensayo descubriremos que detrás de algo tan aparentemente insustancial o banal hay una curiosísima visión crítica al consumo generalizado de productos sin identidad que han ido imponiéndose incluso sobre las diferentes peculiaridades culturales que configura la riqueza étnica de los Estados Unidos.
“Un artista bodhisattva” es un ensayo a la vez que humano y psicológico del pintor Abe Rattner, al que Miller conoce durante su estancia europea en París y con el que años después recorrerá a bordo de un desvencijado Ford T los Estados Unidos para recabar información y posteriormente escribir el libro titulado “Pesadilla del Aire Acondicionado”. En este ensayo sobre Rattner descubrimos las claves que utiliza el artista en las fases previas al boceto que dará lugar al trabajo final, e incluso Miller nos hará ver a través de los ojos del artista lo que éste percibe en diferencia a lo que percibimos los profanos sobre el arte. Otra curiosidad de este ensayo es descubrir la incidencia que este artista tuvo en el aprendizaje y evolución de la técnica que Miller aplicaría a sus propias acuarelas. Probablemente no resulta menos curioso para el lector descubrir las comparaciones que Miller establece entre materialismo y nihilismo para definir las claves morales en las que según él discurre la vida de Rattner, y que da lugar a ese profundo impulso hacia Dios al que parece elevarse la obra del artista. “Se halla en un estado de gracia perpetuo, por decirlo así, y utiliza los colores de la misma manera que un monje devoto canta sus plegarias”.
En “Jasper Deeter y el teatro del seto vivo”, Miller nos adentra en la historia de una pequeña comunidad autónoma que entiende el teatro como un vehículo de comunicación entre actores y público, como un organismo vivo que ejecuta un vínculo de acercamiento entre sus diferentes arterias para dar lugar a un único órgano. “No se ve como un cuerpo ejecutante, sino como una colección de organismos…imaginaos lo que sucedería si en una persona el corazón, el hígado, el estómago, el bazo y los riñones funcionaran en constante guerra los unos con los otros.” De esta filosofía opina Miller que se nutre fundamentalmente Jasper Deeter para lograr de sus actores un factor vital de comunicación con el público que asiste a las representaciones teatrales de su grupo de actores.
“Asesinar al asesino”, es una extensa carta dirigida, según aparece debajo del título, al soldado raso Fred Perles. La parte I,  escrita en 1941, nunca enviada por su autor al destinatario. La parte II de la carta aparece fechada el 25 de junio de 1944 y Miller la titula igual que la primera, es decir, “Asesinar al asesino”. Estoy seguro que todos los ensayos que aparecen en “Recordar para Recordar” justifican cumplidamente por su interés y calidad la edición de este libro, pero de no ser así estoy convencido que “Asesinar al asesino” lo justificaría plenamente. En estas dos cartas nos encontramos al Miller más lúcido y posiblemente visionario de toda su extensa obra. En ningún otro ensayo concurren las circunstancias tan determinantes y dramáticas que se dan cuando Miller escribió la primera de estas cartas, que es tener que acudir a Nueva York para asistir a la eminente muerte de su padre. “ Querido Fred, escribo esto en Nueva York, llamado a mi hogar por un telegrama anunciando la muerte inminente de mi padre. El mensaje me llegó en Natchez, Missisipi, con fondos insuficientes, como de costumbre. Llegué  a Nueva York dos horas tarde. Mi padre murió solo en un hospital judío…Pocas horas después de su muerte estaba ya embalsamado y yacía en la sala de nuestra casa envuelto en una sábana…fue mientras el empresario de pompas fúnebres vestía al cadáver de mi padre cuando eché la primera mirada a tu carta…era un momento extraño para abrir la carta…debo confesar que la leí superficialmente…en medio de la lectura me interrumpieron dos veces, una el empresario de pompas fúnebres quien deseaba saber si habíamos encontrado el juego inferior de la dentadura postiza de mi padre; y la otra mi madre, quien insistía en que corriera a la lavandería china e hiciera lavar la camisa blanca de mi padre…” El fragmento inicial de esta carta nos da una idea muy clara del clima y el estado de ánimo en el que Miller se encontraba al contestar la carta recibida de Alfred Perles, en la cual hacía una serie de comentarios sobre la decisión de Henry de no tomar partido ante la situación de caos y guerra en que se encontraba la vieja Europa y el haber optado por huir de París para dedicarse a viajar primero por Grecia y posteriormente por los Estados Unidos con al parecer el único objetivo de escribir un libro. Miller no intenta justificarse en ningún caso ya que había planeado de antemano estos viajes aproximadamente unos tres años antes, por lo que consideraba irrelevante que fuese o no el momento más conveniente para hacerlos, sobre todo si se tiene en cuenta que Miller siempre había sostenido la idea de que si no se puede obtener la libertad en tiempo de paz es poco probable que se la pueda obtener en tiempo de guerra. Miller considera la libertad como un bien que uno gana más que como algo que le concede al ciudadano el gobierno o el gobernante de turno, por ello considera que no tiene ningún sentido tener que dar explicaciones a nadie sobre el ejercicio de la propia  libertad para estar a favor o en contra de algo tan poco frívolo como es una guerra. De igual forma recrimina a Perles que a pesar de indicarle en su carta que estaba en contra de la guerra, ahora simplemente porque la opinión mayoritaria está a favor de ella, él se incline a seguir a esa mayoría que para estar a favor argumenta verse amenazada en su libertad por los que llama monstruos asesinos, definiendo a Hitler y Mussolini con estos calificativos. “¿Acaso no es lícito discrepar – dice Miller - , y en cualquier caso no es un hecho que a lo largo de la breve historia de la especie humana, sólo ha habido pequeños periodos de paz?”. Ahondando en su rechazo total a las guerras, para Miller está muy claro que los hombres nunca desean realmente la paz absoluta. En el resto de la carta igualmente sigue exponiendo con una coherencia diáfana y visionaria la gran cantidad de contradicciones por las que navega la política y la sociedad occidental, tales como el propio hecho de estar hablando de lucha por la libertad, mientras que naciones como Inglaterra mantienen sometidos a más de 300 millones de hindúes, a los que, paradójicamente, les niega la libertad que ellos están reclamando para sí mismos. “…Todo se reduce en la práctica a que, con razón o sin ella, nos hemos decidido a defender nuestro sistema de vida. ¿Cómo?, venciendo a los que están en desacuerdo con nosotros…Hitler, o cualquiera que busca el poder, constituye una fuerza sólo mientras haya oposición. Déjesele hacer el papel de Dios y se derrumbará. Imagínate el mundo entero sometido a la voluntad de ese hombrecito; imagínate que le plantean los problemas de todo el mundo y le conceden el derecho a resolverlos. ¡El hombre no tardaría en morir de fiebre cerebral!… Hablemos sensatamente ¿Qué llevó a Hitler al poder? La humillación y la injusticia de que hizo víctima al pueblo alemán el Tratado de Versalles. ¿Quién era responsable de esa imbecilidad? ¿Tú y yo, o los millones que lucharon con objeto de salvar al mundo para la democracia? Difícilmente. Hasta cierto punto sí, todos somos culpables, pues aunque el error fuera de unos pocos políticos faltos de perspicacia, hubo tiempo de sobra antes de la ascensión de Hitler para reparar los errores de los dirigentes del tiempo de guerra. Mucho se ha dicho acerca de la inútil política de apaciguamiento, acerca de la insaciabilidad de Hitler, pero se debería recordar que el deseo de hacer concesiones por parte de los aliados llegó demasiado tarde, que fueron hechas por temor y no por generosidad”. Como podemos apreciar en el fragmento de esta larga carta no solamente aparece el Miller irónico y mordaz cercano a su admirado Céline, sino que también nos muestra al lúcido ensayista que discrepa con argumentos históricos y sociales de una realidad que es la que a fin de cuentas había llevado a Europa a enfrentarse a una guerra absurda e incoherente, y de la que como siempre sólo saldrán unos beneficiados, los politiquejos. Con la misma visión de futuro, Miller se pregunta por el papel que jugará Rusia después de la contienda, cuando Hitler y Mussolini sean vencidos: “ ¿Cuál es el juego de Rusia?…Como Hitler y Mussolini, también los Rusos han estado hablando…Lo que se proponen hacer, pero como no es agradable lo que dicen pretendemos no escucharlos. No podemos ni queremos comprender por qué se niegan a jugar el juego democrático…No queremos admitir que en el futuro Stalin establecerá muros entre Oriente y Occidente, prohibiendo incluso la libre circulación de los ciudadanos…”. Al día de hoy es muy fácil comprender lo acertado que estaba el vaticinio que Miller continuaba exponiendo sobre el papel que jugaría la U.R.S.S. después de la Segunda Guerra Mundial, teniendo en cuenta el drama que intuía sobre la división que se iba a dar en Europa. El muro de Berlín, por citar sólo un símbolo emblemático ya planeaba en el cerebro de Miller como proyección de las ideas de Stalin en el futuro de una férrea dictadura comunista sobre los países de influencia soviética, influencia que ha durado paradójicamente hasta hace muy pocos años con la caída del Muro de Berlín. La carta finaliza recordándole a Perles el relato de Blaise Cendrars titulado La Vie Dangéreuse, dónde éste cuenta la dramática situación que vive un soldado francés al que un médico cura sus heridas pese a la oposición del herido, que es consciente de las diferentes mutilaciones que sufre, y que irremediablemente no tienen cura, sólo para que posteriormente se luzca el prestigioso cirujano de guerra abriendo nuevamente las heridas delante de sus colegas y mostrando la destreza que tiene en realizar las curas. Huelga decir que el soldado muere horas después de haber sido manipulado por el cirujano, quedando de forma clara que a éste le importaba muy poco que el soldado viviese o muriese.
La segunda carta corresponde al año 1944, y en ella Miller vuelve a exponerle a Perles su opinión sobre el futuro que él ve para la humanidad cuando finalice la contienda. Nuevamente Miller acierta en casi todos los pronósticos que realiza, ironizando sobre la sociedad y la cultura que más tarde o más temprano volverá a repetir los mismos errores que justifiquen una nueva guerra.
Fricasé Astrológico, es el relato de su encuentro con Gerald, un astrólogo que se dedica a predecir el futuro de actores, intelectuales de medio pelo, escritores y demás personajes de la clase triunfante Hollywoodiense. De forma hilarante Miller narra las peripecias que él vive en una fiesta que el astrólogo da en su casa, con un final insospechado que debe el lector descubrir para regocijo.
“La obscenidad y la ley del reflejo” es el siguiente ensayo, en este caso muy breve, sobre la utilización en la literatura de las palabras obscenas. Desde Platón pasando por H. Ellis, Aristóteles, Cátulo, Ovidio y por supuesto D.H. Lawrence, sin olvidar al mismo Shakespeare, todos ellos han sido, según su opinión, el blanco de quienes buscan lo impuro, lo indecente y lo inmoral. Incluso hasta la Biblia ha sido objeto de las iras de los moralistas. El problema según Miller es que D.H. Lawrence tenía razón, cuando dijo que “…Nadie sabe lo que significa la palabra obsceno”.
Recordar para Recordar es el ensayo que da título al libro y que probablemente es junto con las cartas dirigidas a Perles lo mejor de esta colección de ensayos que en su día Miller entregó a los editores. En este trabajo rememora la etapa de su estancia en el París bohemio de entreguerras, apareciendo por sus páginas la mayoría de los amigos, conocidos o no, que fueron parte del mundo milleriano de esa época. Nada se sustrae a la memoria que evoca nombres míticos para su recuerdo tales como Gavarnie, Perpignan, Arcachon, Troyes o Chamonix entre otras ciudades o pueblos de la geografía francesa que Miller devora con sus hambrientos ojos. “… Francia es pequeña, pero está llena de maravillas… De que Francia se había convertido en mi madre, mi querida, mi patria y mi musa no me di cuenta durante largo tiempo. Estaba desesperadamente ansioso no sólo de calor humano físico y sensual y de comprensión sino también de inspiración e iluminación. Durante los años negros en París todas esas necesidades fueron satisfechas. Nunca estuve solo, por miserable que fuera mi  situación. Ser un prisionero de las calles, como lo fui yo durante largo tiempo, era un recreo permanente. No necesitaba un domicilio mientras pudiera recorrer libremente las calles. Apenas hay calles en París que yo no conocí”. No es extraño que en este frenético deambular de Miller por las calles parisinas conociese a los más variopintos personajes, probablemente uno de los más conocidos para los lectores millerianos sería Max el de los fagocitos blancos, aparte de los que configurarían su círculo íntimo como Perles, Brassaï, Nin o Cendrars entre otros muchos. Otra parte de este ensayo está dedicado a resaltar las cualidades de la hospitalidad de los franceses, al mismo tiempo que establece las diferencias que existían entre el propietario de un pequeño restaurante – dónde al poco tiempo el cliente pasaba a ser parte de la familia – y la de un propietario de restaurante americano. “…Después de comer regularmente durante unas semanas en un modesto restaurante de la Rue des Canettes, pregunté un día a la patrona si me otorgaría crédito si alguna vez lo necesitaba. “Seguramente, monsieur, con mucho gusto”, me contestó. “¡Qué país!” – pensé -. Apenas me conocen y ya puedo comer a crédito. Traté de recordar a algún dueño de restaurante de Nueva York que hubiese hecho lo mismo por mí, pero sólo pude recordar a los que hablaban de lavar platos a cambio”. Miller no dejaba de sorprenderse del agradable trato que le dispensaban los franceses. Todavía le sorprendía más el concepto que en Europa se tenía del retrete. Acostumbrado a los grandes espacios que en Norteamérica dedican a los aseos, Miller quedó prácticamente extasiado ante las posibilidades tan sorprendentes que tenían los pequeños habitáculos que existían en Europa, y concretamente en Francia, para estos menesteres, no siendo raro por ello que dedique parte de su ensayo en loar las cualidades de un retrete que estaba situado en la tercera planta de un pequeño hotel. Las andanzas de su estancia compartida con Alfred Perles en Villa Seurat y la de la Avenida Anatole France, igualmente con Perles, son recordadas con cierta nostalgia en este trabajo en el que, entre otras aportaciones, nos da las claves de cómo construyó libros tan importantes como el de Días tranquilos en Clichy, inspirado en estos alegres días dónde imperaba de forma manifiesta el sexo y las borracheras. “…hacía falta mucho valor  ( y por supuesto un poco de alcohol ) para asomarse a la puerta abierta de una comisaría y gritar con toda la fuerza de los pulmones: “Merde à vous tous, espèces de cons!”…doblaba como un loco la esquina de la calle corriendo a todo gas…”. El autor de la gamberrada era el inefable Perles, mientras Miller se partía de risa dos o tres esquinas adelante. “Nuestra jovialidad era el resultado de la profunda convicción de que el mundo no tenía arreglo. Al menos no lo tenía para nosotros. Íbamos a vivir al margen, engordando con las migajas que caían de la mesa del rico. Tratábamos de acostumbrarnos a prescindir de las necesidades que tienen entrampados a la mayoría de ciudadanos corrientes. No deseábamos bienes, ni títulos, ni promesas de una situación mejor en el futuro. “Día a día” era nuestro lema”. Con esta filosofía, compartida con Alfred Perles, no es extraño que Miller quedase sorprendido cuando al estallar la guerra recibió la noticia de que Alfred Perles se había incorporado como soldado voluntario en el ejército británico. Probablemente por ello Miller es por lo que se despachó contestándole con la amarga carta que mencionábamos anteriormente. Si analizamos detenidamente las conversaciones que Miller y Perles mantuvieron antes de la contienda, y que son evocadas por Miller en este Recordar para Recordar, entenderemos que termine este ensayo con la siguiente frase: “La misión del hombre en la Tierra es recordar”.
“Bufano, el curioso hombre de los materiales duros” explica la trayectoria de un escultor norteamericano que se dedica fundamentalmente a transformar grandes bloques de materia prima en gigantescas esculturas. “Las limitaciones de las piedras y los metales duros desafían a la imaginación”, le comenta Bufano a Miller. El empleo de grandes bloques de granito, aceros y otros metales duros le ha cincelado a sí mismo igual que modela estas materias, dice Miller refiriéndose a la singular personalidad de Bufano, que no obstante y pese a todo sigue manteniendo a la vez una personalidad tierna y con una atusada sencillez. Todo lo que posee para sus propias necesidades es igualmente sencillo, todos sus bienes materiales podrían caber en una pequeña bolsa de las que se utilizan para los alimentos que se compran en un supermercado. Bufano es un escultor que lucha para conseguir que el arte se considere como tal y no como una simple mercancía más.
“Artista y público” es la reflexión que Miller realiza sobre la disertación de su amigo Rattner sobre las plusvalías que generan en el tiempo artistas como Van Gogh, Gauguin o Modigliani, mientras en vida de éstos apenas tenían medios económicos para ir subsistiendo. “De acuerdo con las normas vigentes cuanto peor es el artista tanto más recibe por su trabajo. Un buen artista, solo cuando se acerca a la muerte – si tiene esa suerte – comienza a recibir una cantidad económica justa por su obra”. De nuevo Miller se nos muestra con una extraordinaria visión del futuro que amenazaba al arte y es capaz de intuir lo que será la norma habitual en la década de los setenta, dónde el artista será relegado mientras su obra se revaloriza día a día en el mercado de la especulación. “El más Bello objeto Inanimado Existente” cierra con un fragmento Recordar para Recordar, y corresponde a un extracto de otro capítulo que apareció en el libro “La Pesadilla del Aire Acondicionado”. En él Miller utiliza la figura del aventurero y explorador Vazquez De Coronado, individuo que al parecer buscaba las Siete Ciudades de Cibola para intentar demostrar a modo de metáfora la inexistencia de Dios. Este es como indicábamos el final de Recordar para Recordar, libro en el que aparte de insistir en su indudable calidad aparecen algunas fotografías tomadas durante la estancia de Miller en París, y que reflejan notablemente la época que describe en el ensayo que da título al libro.
“Sunday after the war”, apareció traducido a nuestro idioma con el título de “Un Domingo después de la Guerra”, traducción realizada del inglés por Mario A. Marino y editado en Buenos Aires, Argentina, en 1965 por la editorial Santiago Rueda. Es una edición completamente fiel al original inglés que apareció editado en 1944, siendo hasta el día de hoy la única traducción que existe a nuestro idioma. Contiene los mismos defectos habituales que son característicos en estas ediciones argentinas, mal papel, mala encuadernación y una precaria traducción plagada la más de los casos de erratas propias del idioma y de caracteres de imprenta. No obstante, al ser la única disponible, es recomendable pese a la dificultad de poderla encontrar incluso en el mercado de libro usado.
El libro comienza con el ensayo “¡Buenas noticias! ¡Dios es amor!”, en el que Miller reflexiona sobre la calidad de vida norteamericana. Con su habitual ironía analiza y disecciona todos los elementos que en apariencia hacen más fácil la vida a sus compatriotas, demostrando finalmente que la felicidad no se encuentra precisamente en poseer un coche, una lavadora o un frigorífico, sino más bien en encontrar el sentido a una vida que cada día se presenta más banal y carente de valores. “…Lo más terrible de Norteamérica es que no hay manera de escapar a la noria que nosotros mismos hemos creado. No hay una sola compañía cinematográfica dedicada al arte y no a las ganancias. No tenemos un teatro digno de ese nombre, y lo que tenemos de teatro está prácticamente concentrado en una sola ciudad; no tenemos una música que valga la pena comentar, excepto la que nos ha dado el negro, y apenas un puñado de escritores que podrían considerarse talentosos. Tenemos murales que decoran nuestros edificios públicos y que están al nivel del desarrollo estético de estudiantes secundarios, y a veces por debajo de ese nivel en cuanto a concepción y ejecución. Tenemos museos de arte que están en su mayoría atiborrados de chatarra inerte…”. Miller continua su ensayo en este tono crítico desgranando todas las cosas que, en apariencia, detesta de la cultura norteamericana –y digo en apariencia porque en la realidad muchas de las cosas que decía detestar, realmente las adoraba como buen norteamericano que en el fondo era- , de forma similar como hoy las critica y las cuestiona Paul Auster –por citar también a un autor norteamericano europeizado de nuestro tiempo- .
En el prefacio original de “Alucinación de Hollywood”, un ensayo solicitado por Parker Tyler, como introducción a su libro, pero que finalmente fue rechazado por los editores de este autor, Miller nos ofrece su opinión sobre Hollywood y las miserias que rodeaban a la denominada meca del cine. Como es habitual en él, se documenta concienzudamente y no sólo escribe dando su opinión sobre el excelente trabajo de Tyler y la influencia del cine en la cultura y la sociedad norteamericana, sino que aporta citas y comentarios de Claude Houghton sobre el cambio que estaba experimentando la humanidad con la influencia del cine y los medios de comunicación. “La cinematografía es el arte democrático del siglo veinte”, dice Will Hays en nombre de los productores y distribuidores de películas cinematográficas de Norteamérica”. Para apreciar la magnitud de estas afirmaciones, Miller expone los datos económicos que ya en ese tiempo movía la industria cinematográfica, y la gran cantidad de puestos de trabajo que dependían, igualmente, de esta industria, para explicar la ironía de la afirmación de Hays sobre democracia en la industria cinematográfica. “Nunca hubo una sincronización más perfecta de oferta y demanda que en estos dominios del “arte democrático”. Superproducciones, de corto metraje o lo que fuere, todo es un consistente y deletéreo ectoplasma. Si fuésemos capaces de protestar, el Pato Donald habría sido asesinado con la misma rapidez que Hitler”. Miller también es consciente de las diferencias que existen entre una película realizada por un director europeo, donde el contenido tiene un elemento de arte en mayúscula, sin olvidarse del contenido humano, y los bodrios que habitualmente produce o producía Hollywood. En definitiva, es una mirada crítica sobre una industria que, al día de hoy, no mantiene grandes diferencias con la opinión que Miller exponía décadas atrás.
En “El gigantesco Amanecer” Miller retoma sus habituales retratos o semblanzas sociológicas de sus amigos dedicados al arte, en este caso es Manghelo Sikelianos, un poeta y escritor griego del que resalta su capacidad de ir más allá que la mayoría de los poetas de su tiempo y entorno a una poesía de iniciación y de ordenación.
“Reunión en Brooklyn”, es la crónica de su regreso a Nueva York después de su larga estancia en su amado París. “Casi las primeras palabras que salieron de boca de mi madre, una vez que nos hubimos saludado, fueron: “¿No puedes escribir algo como “Lo que el viento se llevó” y ganar un poco de dinero?”. Había llegado al muelle de la ciudad tal como lo había abandonado años atrás, sin un céntimo. A partir de ahí y a lo largo de las páginas siguientes Miller sin dramatismo pero con una gran dosis de amargura nos describe el reencuentro con su familia y la pobreza mental en la que éstos vivían, teniendo además desgraciadamente que depender en esos momentos de ellos por su carencia de recursos económicos. Posiblemente este ensayo es uno de los mejores de este libro, por no decir incluso uno de los mejores de toda su obra, ya que refleja fielmente el perfil más humano a la vez que literario de Henry Miller, y por ello muy próximo a los Trópicos y a la Trilogía de la Crucifixión Rosada, lejos del intelectual frío y profesional de otros trabajos no por ello malos pero menos sinceros que éste, además de aportarnos unos excelentes datos autobiográficos.
“Hoy, ayer y mañana” es un pequeño ensayo sobre Grecia y su cultura, surgido a partir de unas reflexiones que Miller realiza sobre su estancia en Grecia a finales de los años treinta, es decir, bocetos de los que saldría el extraordinario libro El Coloso de Marusi. Sigue a continuación un primer y largo fragmento perteneciente a la Crucifixión Rosada, al que se le añaden dos más entre medias, un artículo sobre arte y futuro y una carta que intitula “Carta mortal a Emil”. Sobre los tres fragmentos de la Crucifixión pasaremos de largo ya que en su momento el lector interesado en esta obra encontrará una amplia información pormenorizada y comentada sobre este libro en su conjunto. De “Arte y el futuro” indicar como curiosidad que se trata simplemente de un breve ensayo realizado por Miller para Cyril Connolly, autor del libro “La tumba sin sosiego”, en el que le expone, después de analizar y reflexionar sobre la guerra que en esos momentos asolaba a Europa, el futuro que él percibe que va a tener el arte después de que finalice esta contienda. “La carta mortal a Emil” es una de la larga correspondencia que sostuvo con Emil Schnellock, viejo amigo de su infancia. En ella Miller le expone las diferentes opiniones que tiene sobre la literatura y una crónica del viaje que realizó en su día por algunas ciudades del Marne, acompañado de su otro viejo amigo Alfred Perles.
“Sombría monomanía” corresponde a varias notas escritas entre 1933 y 1934 sobre D.H. Lawrence, en las que Miller nos va descubriendo las diferentes claves con las que ha construido, en su opinión, D.H. Lawrence sus obras. Al mismo tiempo estudia la tormentosa personalidad de este autor, mostrándonos el lado humano y sensible que según él escondía, y que al parecer se manifiesta claramente en cada uno de los personajes de sus libros. A este estudio de D.H. Lawrence le siguen un par de cartas, también con un eminente contenido literario, la primera dirigida a William A. Bradley, agente literario, y que es una dura respuesta que Miller da a este agente tras el rechazo que éste ha hecho a la publicación de los Diarios de Anaïs Nin. Esta carta corresponde a la época en la que Miller luchaba denodadamente por conseguir que algún editor se interesara por los Diarios de Nin, y es obvio, por el contenido de la carta, que Miller no recibía con agrado las respuestas negativas al respecto, y menos aún las críticas que intentaban separar o dividir el Diario entre literatura y vida. “Las dos cuestiones son indivisibles, están soldadas”, escribe Miller dejando muy claro el aspecto literario y vivencial que tienen los Diarios, al mismo tiempo que también deja muy claro que tarde o temprano de forma similar a como sucedió con Marcel Proust, algún editor se daría cuenta de la grandiosidad que representan los Diarios de Nin editándolos sin más como se editó “Por el camino de Swan”. La segunda carta va dirigida a la propia Nin, y en ella Miller le responde con sorpresa ante el retrato que ésta había realizado de Mona –June-, su todavía esposa. Según Miller nadie en tan poco tiempo habría captado tan hábilmente la patología y la seductora personalidad de Mona.
El libro finaliza con un pequeño fragmento que corresponde a otro libro titulado “Pesadilla de aire acondicionado” y que Miller titula como “El objeto inanimado más amoroso que existe”, y que no comentaremos al estar ya analizado en el otro libro titulado “Recordar para Recordar”.
“The air-conditioned nightmare” corresponde en su edición al español al título “Pesadilla de aire acondicionado”, editado en Buenos Aires en 1968 y sin edición tampoco hasta el día de hoy en nuestro país. Este libro es la crónica completa del viaje que Miller realizó por los Estados Unidos a su vuelta de Europa, encontrándose un país deprimido e inhóspito. Recorre el país de punta a punta en un viejo automóvil, y lo que ve y observa le desmoraliza y entristece aún más, pues simplemente le sirve para confirmar sus lúgubres augurios de la cultura norteamericana. Tampoco salen bien parados en estas páginas sus compatriotas, pues Miller solo ve en ellos a los miembros de un pueblo codicioso, grosero e inculto que se deja sugestionar y agitar por demagogos y charlatanes. “Desde el punto de vista topográfico”, indica Miller, “el país es magnífico y aterrador, pero en ninguna parte del mundo resulta tan total el divorcio entre el hombre y la naturaleza. En ninguna parte del mundo he encontrado una sustancia de vida tan monótona e inerte…”. Quiero insistir nuevamente en que a pesar de la actitud tan crítica que muestra Henry Miller con la cultura norteamericana y sus conciudadanos, en el fondo nunca dejará de sentirse parte integrante de esta cultura, llegando a una reconciliación completa a raíz de su asentamiento definitivo en Big Sur y sus cercanías, lugares que se convertirían al final de sus años en su mejor punto de referencia.
El libro comienza con un largo prefacio para exponer las razones del viaje y el proyecto de narrarlo en un libro. Según parece, la iniciativa de este viaje partió de un lejano día en el que heredó un viejo libro de esos que se utilizan para llevar las cuentas, y que había pertenecido a Walter Lowenfels y que éste le regaló en vísperas de su partida a Francia. Miller recuerda que al volver a casa solía pararse junto a la mesa en la que tenía el libro de cuentas, anotando los innumerables detalles que según él suelen anotar los escritores de lo que ven, sueñan o recuerdan para los relatos que algún día escribirán, así como títulos de libros, nombres y direcciones de posibles mecenas, frases geniales, editores a visitar para venderles los futuros libros, y por supuesto, los lugares a los que se piensa viajar para posteriormente escribir extraordinarios libros de viaje. De esta forma, según Miller, surgió en él la idea día iniciar este viaje por los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde que Miller regresó a los Estados Unidos, empezó a visitar con cierta asiduidad a su amigo Abe Rattner, pintor-acuarelista con el que procuraba  mejorar y consolidar su conocimiento de la técnica de la acuarela. Un día le comentó a Rattner el proyecto del viaje que quería llevar a cabo y para gran sorpresa de Miller este le expresó su deseo de acompañarle. Poco a poco, con más ganas que recursos, el proyecto fue tomando cuerpo y así empezó el viaje. En principio contaban con una pequeña aportación que un editor le había adelantado a Miller a cuenta del futuro libro. “De todos modos, al salir de Nueva York, estábamos bien dispuestos. Un poco nerviosos, hay que reconocerlo, porque no habíamos recibido nada más que una media docena de lecciones de conducción automovilística en una escuela. Yo sabía arrancar, cambiar velocidades y frenar, ¿Es necesario algo más?. Como digo, en el momento de emerger del Holland Tunnel estábamos de muy buen ánimo. Salimos un sábado a medio día. Yo nunca había estado en ese maldito agujero antes, salvo una vez, en un taxi. Era una pesadilla. El comienzo de una interminable pesadilla, debería decir”. Así de esta forma empezó el viaje de pesadilla y aire acondicionado que acompañaría durante muchos kilómetros a Miller y Rattner dando lugar no sólo al viaje sino posteriormente a lo que sería el título del libro que narraría el mencionado viaje y sus vicisitudes.
El primer ensayo que aparece en este libro corresponde a “¡Buenas noticias! ¡Dios es amor!”, no se comenta porque ya se hizo en su momento al comentar el libro “Un domingo después de la guerra”, en el que precisamente apareció publicado como un adelanto. El siguiente ensayo se titula “Vive la France!”, y en él Miller no solamente cuenta sus impresiones del viaje, sino que evoca nostálgicamente algunas semejanzas entre su país y la Francia que ha conocido. A éste le sigue una apasionante historia sobre un expresidiario que él y Rattner conocen de forma fortuita en un tren de cercanías y que titula “El alma de la anestesia”. Es el singular retrato de uno de esos personajes que si no fuera por el carácter autobiográfico que tiene la obra de Miller, pensaríamos que simplemente es fruto de la imaginación dislocada del autor.
“The shadows” –Las sombras-, corresponde al nombre de una mansión que ambos visitan en Louisiana para saludar a un excéntrico y viejo amigo de Rattner, y que da lugar a que Miller construya una extraordinaria narración histórica sobre la mansión y su dueño. Sigue otro singular retrato de los habituales personajes millerianos que en este caso, es la historia del Doctor Souchon, pintor y cirujano, al que conocen cuando visitan Nueva Orleans. Se trata de un hombre de setenta años, notable cirujano de la zona que al parecer empezó a pintar seriamente a los sesenta años, iniciándose al mismo tiempo en observador de la obra de otros pintores con los que comentaba y estudiaba el oficio como lo habría hecho un joven de veinte años que se iniciara en la pintura, todo ello sin abandonar su responsabilidad como médico y cirujano.
“Arkansas y la gran pirámide” es la historia del proyecto de construcción de una pirámide capaz de atraer con su figura la atención de las personas de todo el mundo, advirtiendo al mismo tiempo sobre el hecho de que las civilizaciones están en permanente peligro de desaparecer sin dejar rastro de ellas. El extravagante proyecto fue pensado y diseñado en su día por el brigadier General Albert Pike, cuando fue elegido Soberano Gran Comandante del Antiguo y Aceptado Rito Escocés de la Masonería de la Jurisdicción Sureña de Estados Unidos, y William Hope Harvey, constructor y diseñador de la pirámide que nunca llegó a construirse en Monte Ne, Arkansas, y que sirve a Miller para desarrollar la curiosa historia de estos personajes y de su pirámide jamás realizada.
Pese al nombre que da título a este ensayo, “Carta a Lafayette”, no se trata de ninguna carta, sino de una historia al más puro estilo precursor de lo que en su día sería la generación Beat. Miller nos narra en esta historia a unos personajes que se adelantan unos años en el tiempo a Kerouac y compañía, y que incluso llegan a conectar y conocer al divino Salvador Dalí. Con “Edgar Varese en el desierto de Gobi” Miller continúa con su peculiar forma de descubrir personajes singulares. En este caso es el compositor Edgar Varese al que dedica su ensayo para explicarnos, según él, las peculiaridades de una música que él describe como la música del futuro, y a la que el propio Varese denomina como la música más parecida al desierto de Gobi.
En “Mi sueño de Mobile” reflexiona sobre las fantasías que ciertas ciudades evocan con sus nombres en los viajeros antes de visitarlas, defraudando las más de las veces al conocerlas personalmente. “Un día en el parque” sirve a Miller como mera excusa para realizar un pequeño ensayo sobre las diferencias que observa en los niños norteamericanos respecto a los europeos. Más irónico aún que en el anterior ensayo se muestra en “Pasacalle Locomotivo” cuando expone su opinión sobre los mecánicos de automóviles y los extraños diagnósticos que éstos realizan de los vehículos enfermos que caen en sus garras.
“A Desert Rat”, corresponde literalmente a una rata del desierto, traducción que en este libro se utiliza con el título “Una linyera del desierto” denominación que en Argentina corresponde al sinónimo de vagabundo. Con uno es con el que Miller establece el contacto que da lugar a que podamos conocer más profundamente la filosofía del vagabundo solitario que se refugia en el desierto haciendo de la soledad y de la falta de recursos materiales su código de identidad.
En el relato del “Gran Cañón a Burbank” descubrirá el lector que a pesar de que Miller abomina de su cultura y de sus compatriotas no puede dejar de lado ser una víctima más del consumo masivo de Coca-Cola , ya que en un solo día según indica él mismo, llegó a consumir más de dieciséis, siendo la excusa el insoportable calor que se encuentra en su recorrido por la vieja California. Sin dejar este estado californiano Miller en “Una velada en Hollywood”, nos describe sus experiencias en una cena de gente adinerada de la meca del cine. Con su característica ironía llega a mantener una conversación con uno de los asistentes a la cena en la que se identifica como Ornitólogo cuando éste le pregunta que si está allí por negocios. Siguiendo con las ironías millerianas en “Una noche con Júpiter”, conoceremos de primera mano como sufrió Miller un “extraño” accidente que casi le cuesta la vida al intentar ver Júpiter en una parisina noche estrellada al caerse por la claraboya del hueco del patio al vacío, clavándose los trozos de cristales que arrastró al caer con su peso.
“Stieglitz y Marín” es la historia de un mecenas norteamericano afincado en la ciudad de Nueva York que financia a un tal John Martin, pintor al que el mecenas considera de su propiedad exclusiva. Le sigue “Hiler y sus murales” en dónde explica la grandiosidad de los murales que decoran el parque acuático de San Francisco, obra de Hilaire Hiler, al que Miller considera como uno de los mejores muralistas de los Estados Unidos.
“El sur” y “Addenda” son los dos últimos artículos que aparecen en este libro. En el primero evoca los míticos lugares tales como Charleston, Savannah, o Nueva Orleans entre otros para compensar de alguna manera la negativa imagen que ha ido narrando de otros estados de Norteamérica. En el segundo vuelve irónicamente a explicar el rechazo que ha tenido su proyecto de libro de viaje por parte de las conocidas becas Guggeneheim, a diferencia de otros proyectos que sí han sido becados económicamente y que Miller reproduce como ejemplo del “selectivo criterio” que tienen los miembros de esta fundación para conceder las dotaciones económicas a los proyectos que se presentan. No tiene desperdicio.
Aparte de estos tres libros comentados hasta aquí, existen otras traducciones en Argentina al idioma español, pero que en la mayoría de los casos aparte de la ínfima calidad de las traducciones se trata simplemente de recopilaciones de artículos, ensayos o fragmentos pertenecientes a otras obras ya comentadas. Para el lector que no tenga posibilidades de acceder a la obra en su idioma original, le recomendaría de forma complementaria a los anteriormente comentados, “La sabiduría del corazón” editado en 1966 por la editorial Sur de Buenos Aires, que aparte de contener algunos ensayos que no aparecen en los citados con anterioridad, tiene “una sonrisa al pie de la escala”, cuento que aunque en este caso sí está publicado en una edición española por la desaparecida Editorial Bruguera, es difícil de encontrar.
También resulta interesante la traducción de la editorial Losada que en su momento se publicó en Buenos Aires en 1960, con el título de “Big Sur y las Naranjas de Hieronymus Bosch”, del que tampoco existe en nuestro país ninguna edición, pese a ser un libro muy interesante para conocer la época en la que Miller vivió en esta zona de los Estados Unidos. Por último es interesante recomendar “Noches de amor y alegría” editado en 1959 por la editorial Santiago Rueda de Buenos Aires, traducido por Josefina Martinez Alinari y que contiene una pequeña selección de los primeros ensayos que se editaron a escala mundial en idioma español. Dejando aparte estos títulos, el resto de libros que hay publicados fuera de nuestro país en traducciones a nuestro idioma no merecen la menor atención si no es la de coleccionarlos como meros objetos de culto fetichista de interés para los seguidores de la obra milleriana a los que les gusta cualquier edición por pobre o simple que resulte. No obstante en la bibliografía final reseñamos todas las ediciones que existen en nuestro idioma fuera de nuestro país para los interesados en conocerlas.

Bibliografía editada en España:
LOCAS POR HARRY
Editorial Barral. Barcelona 1971

REUNION EN BARCELONA
Editorial Tusquets. Barcelona 1976

TRÓPICO DE CÁNCER
Ediciones Alfaguara. Madrid 1978

TRÓPICO DE CAPRICORNIO
Ediciones Alfaguara. Madrid 1978

SEXUS. LA CRUCIFIXIÓN ROSADA TOMO I
Ediciones Alfaguara. Madrid 1978

EL MUNDO DEL SEXO Y MAX Y LOS FAGOCITOS BLANCOS
Ediciones Alfaguara. Madrid 1979

PRIMAVERA NEGRA
Ediciones Alfaguara. Madrid 1979

PLEXUS. LA CRUCIFIXIÓN ROSADA TOMO II
Ediciones Alfaguara. Madrid 1980

HENRY MILLER. MI VIDA Y MI TIEMPO
Ediciones Aymar. Barcelona 1980

LA SONRISA AL PIE DE LA ESCALA
Editorial Bruguera. Barcelona 1980

DIAS TRANQUILOS EN CLICHY
Ediciones Alfaguara. Madrid 1981

HENRY MILLER. CARTAS A ANAÏS NIN
Editorial Bruguera. Barcelona 1981

NEXUS. LA CRUCIFIXIÓN ROSADA TOMO III
Ediciones Alfaguara. Madrid 1982

EL COLOSO DE MARUSI
Editorial Seix Barral. Barcelona 1982

EL TIEMPO DE LOS ASESINOS
Alianza Editorial. Madrid 1983

LO MEJOR DE HENRY MILLER. COMPILADO POR LAWRENCE DURELL
Editorial Plaza y Janés. Barcelona 1984

OPUS PICTORUM
Editorial Tusquets. Barcelona 1984

QUERIDA BRENDA. LAS CARTAS DE AMOR DE HENRY MILLER  A BRENDA VENUS
Editorial Seix barral. Barcelona 1986

LOS LIBROS EN MI VIDA
Editorial Mondadori. Madrid 1988

EL LIBRO DE MIS AMIGOS
Ediciones Grijalbo. Barcelona 1989

CARTAS DURRELL-MILLER. 1935-1980
Edhasa. Barcelona 1991

CRAZY COCK. POLLA LOCA
Editorial Emecé. Barcelona 1992

REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE DE MISHIMA Y SOBRE EL CASO MAURIZIUS.
Ediciones del Taller de Mario Muchnik. Madrid 1999





Bibliografía editada en Sudamérica:
BIG SUR Y LAS NARANJAS DE HIERONYMUS BOSCH
Editorial Losada. Buenos Aires 1960

TROPICO DE CANCER
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1962

LO MEJOR DE HENRY MILLER
Editorial Sur. Buenos Aires 1962

TROPICO DE CAPRICORNIO
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1962

EL MUNDO DEL SEXO
Editorial Sur. Buenos Aires 1963

EL TIEMPO DE LOS ASESINOS
Editorial Sur. Buenos Aires 1963

LAWRENCE DURRELL-HENRY MILLER. CORRESPONDENCIA PRIVADA
Editorial Sudamericana. Buenos Aires 1964

PRIMAVERA NEGRA
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1964

PLEXUS. DOS TOMOS
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1965

UN DOMINGO DESPUES DE LA GUERRA
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1965

LOS LIBROS EN MI VIDA
Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires 1965

EL OJO COSMOLÓGICO
Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires 1965

NOCHES DE AMOR Y ALEGRÍA
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1965

NEXUS
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1966

RECORDAR PARA RECORDAR
Editorial Losada. Buenos Aires 1966

LA SONRISA AL PIE DE LA ESCALA
Editorial Sur. Buenos Aires 1966

LA SABIDURÍA DEL CORAZÓN
Editorial Sur. Buenos Aires 1966

MAX Y LOS FAGOCITOS BLANCOS
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1967


PORNOGRAFIA Y OBSCENIDAD. D.H. LAWRENCE Y HENRY MILLER
Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires 1967

SEXUS
Santiago Rueda Editor. Buenos Aires 1968

PESADILLA DE AIRE ACONDICIONADO
Siglo Veinte. Buenos Aires 1968

NUEVA YORK IDA Y VUELTA
La Pléyade Editores. Buenos Aires 1972


Bibliografía en español sobre Henry Miller:

HENRY MILLER. CONVERSACIONES DE PARÍS.
Autor: Georges Belmont
Monte Ávila Editores. Caracas 1972

CONVERSACIONES CON HENRY MILLER
Autor: Christian de Bartillat
Gedisa-Granica Editores. Méjico 1983

GENIO Y LUJURIA
Autor: Norman Mailer
Grijalbo. Barcelona 1979

HENRY MILLER
Autor: Erica Jong
Alfaguara. Madrid 2003

Comentarios

  1. Cuando comentas lo importante que fue el año 1953 para Henry Miller, relatas como en un viaje a Europa de Miller, este se vio de nuevo con Perles cuando viajó, junto con su nueva esposa, a Wells, Inglaterra, donde vivía Perlés. Pues bien, según el libro de Perlés, Mi amigo Henry Miller (que he tenido ocasión de leer recientemente), este emotivo e inolvidable reencuentro entre los dos viejos amigos, tras 14 años sin verse (desde 1939) se produjo en Barcelona, en un caluroso mes de Mayo de 1953, al final de unas escaleras de una la oficina de correos que no se especifica (aunque supongo que sería la oficina central de Correos de Paseo Colón). Luego cuenta como fueron a un café de las Ramblas con sus respectivas mujeres y otros amigos; y en los días siguientes también menciona Perlés que fueron a Sitges.

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  2. Señor Parra , veo que cita Ud una extensa bibliografía para apoyar su artículo sobre la biografía de Henry Miller .
    Debo decirle que existe mucha mejor información y menos "interesada" con mantener el "mito Miller" en idioma inglés . Le recomiendo un libro muy imparcial sobre Miller , llamado "Henry Miller : A Life" de Robert Ferguson , es el mejor de los que he leído puesto que Miller era un narcisista ególatra y un misógino "victoriano" , eso sí , un excelente escritor aunque como ser humano dejaba mucho que desear . Existe un libro en dónde su exmujer June Edith Smerdth ,también conocida como June Miller o con su nombre "artístico" ,June Mansfield , declara que Miller era un neurótico con una fijación en la cabeza con una mujer "fatal" , que se tomó una licencia poética al basarse en su vida con ella ,para "inventar" el personaje que le hizo famoso y que se llamaba "Mona" ,pero que en realidad era una invención . Miller era un tipo muy celoso y creía que su mujer obtenía dinero para "mantenerle" a través de la prostitución , si ella practicó lo que se llama "prostitución cortés" , es decir "contar cuentos" , historias divertidas o trágicas a sus admiradores tan solo fue a cambio de su compañía , debido a su belleza , debido a su "arte" podía "huir" de tener que acostarse con sus admiradores ...Lo que ella ofrecía era una buena conversación a cambio de una buena "propina" . El no la creía , sin embargo jamás pudo saber la verdad. En el libro que le cito "Colossus Of One " de Kenneth Dick , ella declara la verdad . Entre otras cosas debe saber que ese libro fue atacado por Miller y sus secuaces -los editores y abogados de sus libros para que no tuviera una alta difusión , tan solo se hicieron mil copias y yo ,conseguí una de cuarta mano desde Canada. La "verdad duele" ,incluso a él , que pretendía ser el único que la poseía.
    También debe saber que el Diario nº 1 de Anais contiene tantas verdades como fabulaciones acerca de June porque se enamoró de ella pero no fue correspondida y cómo June descubrió que Miller la engañaba con Anais , ésta , para vengarse la reflejó tal como Miller la veía , pero esa no era la realidad . Le aconsejo , con humildad y respeto que no contribuya a la célebre sentencia que afirma que una "mentira repetida mil veces se convierte en una "verdad".
    Saludos

    FMB , desde Barcelona , España.
    FMB

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