HENRY MILLER: EL CIRCULO PARISINO - CAPITULO 5 (COPY: JAVIER PARRA)



BRASSAÏ
(1899-1984)

Gyula Halasz nació en 1899 en Brasso, Hungría, zona cercana a Transilvania, región que al día de hoy está incluida dentro del territorio de Rumanía. Su padre – profesor de literatura francesa – le transmitió su interés por la cultura francesa y, sobre todo, por la mítica ciudad de París, ciudad que visitaría por primera vez el pequeño Gyula a la edad de cinco años. Al final vio cumplido su deseo de instalarse en su soñada ciudad de la luz, no sin antes pasar por Budapest - dónde estudió Bellas Artes – y por Berlín – donde perfeccionó la técnica del dibujo y donde entabló amistad con Lazlo Moholy-Nagy, Wassily Kandinsky y Oskar Kokoschka, entre otros -. En París fue donde cambió su nombre real por el seudónimo de Brassaï – significa “de Brasso”, lugar de su nacimiento en Hungría -. Brassaï comenzó a tomar fotografías a finales de 1929, época en la que la fotografía aún no era considerada como un arte y por lo tanto, la profesión de fotógrafo muy poco o nada valorada en este terreno, de ahí que, en un principio, la meta de Brassaï no fuese en absoluto la de ser fotógrafo. Para muchos de los pioneros de la fotografía, la pintura era realmente la importante, siendo la fotografía un mero entretenimiento. De hecho para Man Ray fue una terrible frustración saber que siempre sería más reconocido como fotógrafo que como pintor. Henri Cartier-Bresson siempre se consideró un gran pintor, mientras perfeccionaba por otro lado sus conocimientos fotográficos. Incluso Picasso, al que Brassaï conoció con motivo del encargo que le hicieron para fotografiar unas esculturas de éste, le dijo que perdía su tiempo como fotógrafo: “ya que eres un dibujante nato, ¿Porqué no continúas pintando? Tienes tu propia mina de oro y estás explotando una mina de sal”. Lo cierto es que,  para goce de algunos y malestar de otros, Brassaï decidió dedicarse más a la fotografía que a la pintura. Ocasionalmente Brassaï vendía un dibujo o una caricatura a la prensa, algún escrito con seudónimo o artículos que había publicado previamente en otros periódicos, pero lo que realmente empezó a complementar sus escasos ingresos fue la aparición en los años veinte de los primeros magazines ilustrados que le hicieron convertirse en una especie de agencia de fotos, ya que recolectaba las fotos de sus amigos para venderlas a los periódicos, bien como complementos de sus propios artículos o por separado para ilustrar las de otros articulistas.
De esta forma tan poco ortodoxa fue dejando la pintura cada vez más relegada y convirtiendo a la fotografía en el vehículo que realmente utilizaba para atrapar la magia que, según decía, escondía cada rincón de París. Estaba lleno de imágenes recurrentes que no podía mantener por más tiempo en su mente, a la vez que no existía ninguna posibilidad de trasladar apropiadamente estas imágenes recurrentes a la pintura, por lo que buscando una forma más directa de expresión, Brassaï decidió finalmente que sólo la fotografía representaba el medio idóneo para plasmar instantáneamente, con fidelidad, esta realidad. Convencido de que la pintura se encontraba muerta y que había sido reemplazada por la ingeniería de la cámara, vio claramente que el futuro del arte, por lo menos el suyo, pasaba exclusivamente por la fotografía como protagonista absoluta capaz de reflejar y capturar la vida inmediata, sin casi intermediación del artista, incluso independientemente de que éste pudiera ser genial o simplemente un mediocre artista. Incluso Brassaï llegó a escribir que: “los fotógrafos más mediocres poseían algo único e irremplazable, algo que ni Rembrandt ni Leonardo o Picasso podían aprehender, igualar o reemplazar”. Con estas ideas y acompañado de una cámara Voigtlander Bergheil de formato 6x9 y lentes Heliar, Brassaï se convirtió muy pronto en “el ojo de París” como lo definió acertadamente Henry Miller en un ensayo que le dedicó al poco de conocer sus fotografías. La ciudad de la luz, el París bohemio de los años treinta, lleno de monumentos, parques y cafés, puestos de libros viejos y urinarios públicos (que tanto gustaban a Henry Miller), puentes, quioscos de prensa y casas de putas, así como el amplio espectro de oficios, profesiones y clases sociales a lo largo y ancho de sus calles adoquinadas se convirtieron en parte esencial de sus fotografías. Entró a formar parte de la bohemia ilustrada con la que fue trabando una amplia amistad, y donde conoció entre otros a Henry Miller, dando lugar a toda una generación de artistas de las disciplinas más diversas, pero con un denominador común en todos: nunca tenían más de un franco en el bolsillo. Así las más de las veces, provisto de su cámara, una cajetilla de cigarrillos y una pasión sin límites por el mundo que veía, Brassaï fue congelando el tiempo de la estatua del Mariscal Ney que blandía heróicamente su espada en la niebla, la sombra de un orfelinato desolado, el perfil de un hombre de gran naríz, o descubrir que la torre de Saint-Jacques, adornada de luces y andamios, era en realidad el fantasma de un pastel gótico de bodas.
“Durante mis primeros años en París a partir de 1924, vivía como un noctámbulo, me iba a la cama al amanecer y me levantaba al atardecer, vagando por la ciudad desde Montparnasse a Montmartre. A pesar de…decidí convertirme en fotógrafo inspirado por mi deseo de traducir en imágenes todas las cosas que me fascinaban de aquel París nocturno. A veces iba en mis excursiones acompañado de un amigo o “guardaespaldas”. Recorrí con Henry Miller todos los distritos XII y XIV que ambos amábamos…Así como las aves y las fieras nocturnas reaniman la selva cuando la fauna diurna cae en el silencio y se esconde, así la noche en una gran ciudad saca de sus escondites una población entera que vive sus vidas completamente bajo el manto de la oscuridad”. Este extracto sacado de su libro “París de nuit”, publicado en 1933 nos acerca al Brassaï más intimista que capturó con su cámara la vida licenciosa y depravada de un París y de unos años que nadie como él se atrevió a fotografiar. Nadie más fue capaz de entrar a los bares de homosexuales, dónde los hombres con vestidos de atrevidos colores y despampanantes sombreros, bailaban animadamente con sus compañeros de trabajo o negocios, y donde incluso los aparentemente viriles machos durante el día, caminaban en estos antros con el rostro maquillado y con un bello efebo al lado contoneándose. Solo Brasaï se arriesgó poniendo muchas veces su propia integridad física en juego a fotografiar a las putas, los macarras y los habituales delincuentes que pueblan la noche, a la vez que se adelantaba a descubrir el mundo del graffiti callejero que tanto influyó en pintores como Jean Dubuffet, y Antonio Tápies entre otros.
Brassaï fotografiada tres o cuatro veces el objeto o la persona que le interesaba, sólo en raras y contadas ocasiones realizaba una sola toma. Siempre cargaba como complemento de su equipo fotográfico con un viejo trípode de madera, que solía clavar en el sitio apropiado para lograr fotografiar su objetivo sin tener que utilizar el flash, pese a que la gran mayoría de sus fotografías las realizaba por la noche. Brassaï opinaba que el contraste que daba el destello del flash era demasiado rudo, por lo que utilizó hasta prácticamente finales de los años cuarenta el polvo de magnesio, rechazando sistemáticamente las modernas lámparas de flash, incluso admitiendo que el magnesio tenía la desventaja de ser sumamente inflamable y muy ruidoso. A fin de evitar los halos tan habituales en el blanco de las fotografías en blanco y negro de la época, Brassaï colocaba la cámara siempre que podía detrás de un árbol o debajo de una farola de alumbrado callejero. Descubrió que la mejor manera de difuminar la luz era sacar el objeto o la persona rodeado de niebla, o incluso bajo la lluvia, motivo éste por el que sus imágenes nocturnas de París, aparecen generalmente rodeadas de esa enigmática sensación de nostalgia y romanticismo. “La niebla – decía – es la cosmética de la ciudad”. Al contrario que la mayoría de los fotógrafos europeos de su época, Brassaï realizaba sus propios revelados y positivados, para ello convirtió el baño de su apartamento en un cuarto oscuro. Posteriormente cuando se cambió de casa ocupando el nuevo apartamento en el que vivió prácticamente el resto de su vida, la cocina pasó a ser el cuarto oscuro. Pierre Gassmann, que colaboró con él durante algún tiempo, recuerda que Brassaï, cuando quería comer dejaba el trabajo de revelado y limpiaba todo para poder hacer la comida. Pese a este trajín continuo, Brassaï mantuvo la cocina como el lugar donde se preparaban las fotografías durante todo el tiempo que vivió en esa casa.
Convencido de que la fotografía era el futuro, Brassaï publicó en 1933 su primer libro, “París de noche”, logrando con él una amplia acogida internacional y un prestigio que le convertiría rápidamente en una leyenda entre los aficionados a la fotografía, asegurándole un lugar de por vida en la naciente y joven historia de la fotografía. “Así como mil máquinas diversas pueden escribir automáticamente y sin embargo una sola ha de escribir lo que llevará la firma de André Breton, así también mil hombres pueden fotografiar el cementerio de Montmatre pero una sola de las fotografías se destacará triunfalmente como de Brassaï. Por perfecta que sea la máquina, por poca intervención humana que implique, la huella de la personalidad estará siempre presente”. Este fragmento pertenece al ensayo de Miller “El ojo de París”, y expone con claridad la diferencia que existía entre la obra fotográfica de Brassaï y la de otros fotógrafos. Sus fotografías no se parecen a las de otros. Brassaï opinaba que los aspectos inexplicables de la fotografía los encontraba en que sin importarle la mecánica que utilizaría como fotógrafo con su cámara, o la incidencia personal y psicológica, estaba por encima la personalidad del artista, se es artista o no se es, que al fin y al cabo es lo que realmente deja la huella indeleble en la fotografía. Esta personalidad artística es visible en Brassaï si nos detenemos a observar con detenimiento sus imágenes, de esta forma podremos apreciar la gran diferencia que existe entre la fotografía técnica que hoy realizan la mayoría de los fotógrafos actuales y la espontaneidad que reflejan las de Brassaï, donde incluso por encima de la técnica del encuadre, o la perfecta y exacta medición de la luz, se superpone la realidad del instante capturado. Es decir, prevalece el ojo del artista sobre la fría decisión automática de la cámara. Su insaciable curiosidad por fotografiar “la belleza de la maldad” le ocasionó el ser perseguido por los propios sujetos a los que pretendía fotografiar en actividades poco lícitas, dando lugar a que su equipo terminara muchas veces roto e incluso robado por los delincuentes a los que pretendía captar con su cámara. “…Mi pasión por capturar esas imágenes me hizo indiferente al peligro” - decía Brassaï -, de hecho nunca denunció nada a la policía acerca de los episodios o la gente que fotografiaba viese lo que viese porque, al igual que Miller, sabía que en el fondo estaba menos en peligro al lado de la maldad que cerca de la policía. Intentaba pasar desapercibido, enseñando discretamente sus fotografías a unas cuantas personas, hasta que sutilmente les preguntaba si podría retratarlas, Brassaï poseía, según la gente que le conoció, un halo angelical que le dotaba de un encanto tan intenso, que difícilmente alguien podía negarse a ser fotografiado por él. También sabía que para acceder a los bajos fondos había que mantenerse en el más absoluto anonimato y respetar las leyes de la discreción sobre los protagonistas de la noche.
Otro de los aspectos teatrales de la vida de Brassaï, corresponde a la época en la que él y Henry Miller vagaban por las calles de París sin un céntimo, teniendo que valerse de la imaginación y la cara dura para poder llevarse algo de comer al estómago. A veces la falta de recursos les llevaba a tener que permanecer sentados durante varias horas en el Café Dôme, tras haber consumido varios sándwichs y cafés hasta que aparecía algún generoso amigo que se ofrecía a pagar las consumiciones. Por esta misma época Brassaï fue el protegido de Madame Marianne Delaunay-Belleville, una mujer rica y atractiva veintiún años mayor que él, y que estaba profundamente enamorada del joven y prometedor artista. Precisamente es ella la que le introdujo en la selecta sociedad parisina y le enseñó las normas elementales de comportamiento que exigía moverse en este ambiente. De esta forma Brassaï aprendió a desenvolverse con total soltura en dos mundos completamente diferentes, uno el que exigía vestirse de vago y maleante que le permitiera fotografiar las calles y los ambientes sórdidos, otro el de traje elegante y bombín para no desentonar en los ambientes aristocráticos. A estos dos mundos se añadiría más adelante un tercero: su amistad con escritores y artistas avant-garde, entre los que figuraban Salvador Dalí, Le Curbosier, Jacques Prévert y Tristán Tzara. De estas amistades surgieron proyectos tales como el de “Esculturas Involuntarias”, una colaboración con Dalí,  o el excelente libro de conversaciones con Picasso que se editaría posteriormente en el año 1964. Brassaï fue extraordinariamente creativo durante esta primera etapa de fotógrafo en París, la mayor parte de sus mejores trabajos corresponden a esta época parisina, solía comentar que todo lo que un hombre es lo tiene en la cabeza a la edad de veinte o treinta años como máximo, el resto de la vida del hombre será dejarse guiar por estas ideas de juventud. Posiblemente esta forma de pensar, fue lo que hizo que a partir de la segunda mitad de los años treinta empezara a llevar una vida más “ordenada”. Es evidente que Brassaï, por lo menos en ideas y en forma de llevar la vida, se alejó considerablemente del “anciano jocoso y divertido” que fue Henry Miller hasta su muerte. Pese a todo no estaba completamente convencido de que a la gente le guste trabajar y que la mejor manera de descansar sea cambiar de actividad o trabajo, por lo que se dedicó a escribir diferentes ensayos y libros de recuerdos entre los que se incluyen algunos sobre el periodo de amistad con Henry Miller, e incluso un curioso ensayo sobre la influencia de la fotografía en Marcel Proust que terminó precisamente meses antes de morir.
“…Si usted consigue leer alguna vez mi Trópico de Cáncer, comprenderá mejor lo que quiero decir…En el libro, doy una impresión de las calles de París, que corresponde perfectamente con las fotografías de Brassaï…”. Este fragmento de una carta de Henry Miller dirigida a Frank Dobo y escrita en julio de 1933, ofrece una visión clara y nítida de cómo Miller intuyó desde el primer momento que Brassaï representaba al interlocutor que mejor sabía reflejar con la cámara sus pensamientos sobre la vida en las calles. Esa vida repleta de carencias económicas, pero tan llena de riquezas intelectuales que distinguió a la bohemia ilustrada del París de los años treinta, y a la que por méritos propios a Brassaï le corresponde ser miembro importante de esa generación, siendo posiblemente el único que consiguió con sus imágenes establecer un antes y un después en la historia de la fotografía de esa época, mérito aparte el de dejar también el Diario Fotográfico de una generación que por suerte o por desgracia nunca volverá a repetirse.

Bibliografía:
(OBRAS DEL AUTOR)
PARIS DE NOCHE
Texto de Paul Morand
Arts et Metiers Graphiques, 1933.

TREINTA DIBUJOS
Poema de Jacques Prevert.
Editions Pierre Tisné, 1946.

LAS ESCULTURAS DE PICASSO
Texto de D. H. Kahnweiler
Editions du Chène, 1948

CAMARA EN PARIS
The focal Press, 1949

HISTORIA DE MARIA
Introducción de Henry Miller.
Editions du Point du Jour, 1949.

BRASSAÏ
Texto de Henry Miller.
Editions Neuf, 1952.

SEVILLA EN FIESTAS
Texto de H. de Montherlant y Dominique Aubier.
Editions Neuf, 1954.

GRAFFITI
Editions du Temps, 1961.

CONVERSACIONES CON PICASSO
Editions Gallimard 1964.

BRASSAÏ
Texto de Lawrence Durrell.
The Museum of Modern Art, New York, 1968.

HENRY MILLER GRANDEUR NATURE
Editions Gallimard, 1975
Edición en español: Henry Miller Tamaño Natural, Ediciones del Cotal, 1977.

HENRY MILLER ROCHER HEUREUX
Editions Gallimard, 1978
Edición en español: Henry Miller Duro, Solitario y Feliz, Ediciones del Cotal 1979.

PARIS TENDRESSE
Texto de Patrick Modiano
Editions Hoëbeke-Paris, 1990.

LOS AÑOS EN PARIS
Editoriales Turner-FCE. Madrid 2002

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