HENRY MILLER: EL CIRCULO PARISINO - CAPITULO 6 (COPY: JAVIER PARRA)

Blaise Cendrars
(1887-1961)



Dijo Henry Miller – amigo, discípulo, admirador y albacea testamentario – que “Blaise Cendrars repitió más de cien veces el viaje de Marco Polo y no había rincón del mundo en que no tuviera amigos, “aún entre los hotentotes””. Y también que, “sin embargo, fue el más solitario de los hombres”. “Cendrars es el mineral del que se extraen los metales más preciosos”. Con esta introducción creo que se puede entender la singularidad del personaje de Blaise Cendrars y el enigmático a la vez que maravilloso mundo literario que ha legado a la humanidad, y que desgraciadamente aún está por descubrir y valorar adecuadamente.
Antonin Artaud que presenció los ritos que realizaban los indios de Méjico con el peyote (hongo alucinógeno), y el teatro místico de oriente, reivindicó y exigió un teatro occidental que fuera capaz de crear “un delirio comunicativo”. Si extrapolamos esta reivindicación a la novela, la poesía, la narración o el ensayo, es obvio que muy pocos serían los autores capaces de crear en el lector este sentimiento. Blaise Cendrars que nació el 1 de septiembre de 1887, en La Chaux-de-fods, de padre suizo y madre escocesa, y que murió en París en 1961 sí fue un autor capaz de crear ese “delirio comunicativo”, que tanto apreciaba y elogiaba en un buen escritor Antonin Artaud.
Nacido en el seno de una familia de rancia raigambre burguesa cuyo apellido se remonta a 1347, Cendrars se vio sometido durante su infancia y adolescencia a los avatares y peculiaridades que le impuso la férrea disciplina familiar. Los Saucer practicaban una forma de vida monótona, reglada, serena y juiciosa, tan calculada y precisa como los relojes que fabricaban profesionalmente. Freddy – así llamaban a Cendrars en su círculo familiar -, de carácter tímido y retraído, era el pequeño de la familia, en la cual nunca llegó a integrarse del todo. En 1894, la familia Saucer decidió trasladar su lugar de residencia a la bella ciudad de Nápoles, lugar dónde residirían durante dieciocho meses. Sería precisamente en esta ciudad, en la que Freddy empezaría a imaginar toda clase de aventuras exóticas y disparatadas, inspirado en los exóticos jardines del Palazzo Scalesse, que posteriormente, de adulto, llevaría a la práctica. En 1896 la familia regresó nuevamente a Suiza y a Freddy lo enviaron a Alemania para que aprendiese el idioma, alojándose en una pensión de la que se fugaría, al igual que de una segunda en la que le volvieron a instalar, manifestando su disconformidad ante estas pensiones-prisiones, como él las denominaba.. En 1902 la familia volvió a trasladarse nuevamente de ciudad, en este caso, a Neuchatel. Será por esta época en la que Freddy empezará a refugiarse en la lectura, siendo algunos de sus libros y autores predilectos Julio Verne, Elisée Redus con su geografía, Gustave Flammarion y su Astronomía Popular, junto a los tres volúmenes ilustrados de Los Viajes de Thomas Cook, de Johann Wäber. Aparte el joven Cendrars consume y devora todo tipo de revistas y diarios que caen en sus manos. Sin embargo, algo no funciona, y el seis de julio de 1904 cuando llega a la oficina de su padre el boletín escolar con más de doscientas cincuenta y cinco horas de ausencia, trescientas cuarenta y siete horas no justificadas y veinte más de arrestos, la familia juzga que va siendo hora de poner las cosas en su sitio, motivo por el que pese a su corta edad, prefiere buscarse el sustento de cada día, marchándose del domicilio familiar, antes que tener que aceptar las normas impuestas por sus padres. Provisto de algún dinero y cigarrillos para el viaje, se fuga cogiendo un tren con destino a Hamburgo, Alemania, dónde enlaza con otro tren que, posteriormente, sería un mito en la literatura del siglo veinte: el Transiberiano. Esta aventura se convierte para el joven Cendrars en un viaje iniciático, que le lleva a pasar rápidamente de una incipiente adolescencia a una edad adulta casi sin estaciones intermedias. En San Petersburgo se emplea en la joyería de M. H. A. Leuba.  A la vez que reparaba las joyas para la burguesía pudo observar, de primera mano, los acontecimientos que cambiarían la naciente historia del siglo veinte: el conocido como “Domingo Rojo” del nueve de enero de 1905 y la no menos terrible masacre que comete la caballería cosaca contra los manifestantes que marchaban pacíficamente en dirección al Palacio de Invierno para presentar sus demandas y súplicas al zar Nicolás II. También conecta con los anarquistas, asistiendo perplejo a la encarcelación y posterior condena a muerte de uno de sus mejores amigos en esta etapa en Rusia. Aprende sin ningún esfuerzo a hablar y leer el ruso y, mientras continúa trabajando con el oro y las gemas, da sus primeros pasos en la escritura. En 1907 Fréderic Saucer publica su primera obra: Novgorod, La Leyenda del Oro Gris, y del Silencio. Este libro ha alcanzado a lo largo de la historia dimensiones míticas, porque durante cerca de noventa años nadie consiguió ver un solo ejemplar que probara su existencia. Se conocían algunos datos que probaban su edición como, por ejemplo, que se habían editado catorce ejemplares, y que su publicación se debió a los buenos oficios de su mentor, R. R.. El caso es, que el propio Cendrars omitió reiteradamente este libro de su biografía oficial, oponiéndose incluso a una posible reedición. Quizás por esto fue el que muchos seguidores de su obra especularan con la posibilidad de que no existiera tal libro y sólo fuera una broma más de las habituales en el irónico personaje que era Cendrars. Sin embargo, en diciembre de 1995, en la sede de un anticuario de Sofía, el poeta Kiril Kadinski encontró por pura casualidad un raro ejemplar que, en caracteres cirílicos, contenía un largo poema en versos libres de una modernidad inusual incluso para la época actual. En mayo de 1996, Miriam Cendrars, hija y biógrafa de su padre, se enteraba de este descubrimiento por la carta de un amigo residente en la ciudad de Skopje, Macedonia. El azar desafiaba las trampas del tiempo y finalmente se demostraba la existencia física de un libro convertido en mito del que en apariencia no había existido ningún ejemplar.
El doce de febrero de 1908, muere Marie-Louise, la madre de Blaise Cendrars, lo que provoca una dispersión de la familia Saucer. Este suceso, unido a la muerte de Heléne Kleiman, primer amor del joven Cendrars en San Petersburgo, quemada en su habitación en un confuso episodio, influyen en su decisión de regresar a Berna, donde se matricula en la Facultad de Medicina con el objetivo de estudiar “las enfermedades de la voluntad, y las causas de los disturbios nerviosos”, ya que de alguna manera Cendrars pensaba que su mente no funcionaba correctamente. Sin embargo, no encontrando ninguna respuesta en la psiquiatría para sus propios problemas y frustrado, decide cambiar el objeto de su curiosidad por la Filosofía, matriculándose en el estudio del significado de la literatura y la prosodia. El tiempo que le queda libre, después del estudio universitario, lo dedica a formarse en el conocimiento de la música, aprendiendo armonía y contrapunto con el prestigioso profesor Hess-Ruetchi, organista de la catedral de Berna, gracias al cual llegaría a ser un consumado concertista de piano y órgano.
Con apenas veinte años Cendrars posee un amplio bagaje intelectual, conoce más de seis idiomas y ha vivido experiencias como los agitados días de la Rusia zarista, por lo que no es extraño que su pensamiento y sus ideas se encuentren muy lejos de los de un joven de su edad. Probablemente estas peculiaridades de la personalidad de Cendrars,  expliquen su enamoramiento de Féla Poznanska, una joven polaca, hermosa e intelectual, que como él se encuentra algo a la deriva, que reside sola en Berna, y que casualmente estudia también al igual que él Filosofía. Deciden vivir juntos un apasionado romance, a la vez que una búsqueda común intelectual. Atraídos por conocer a un grupo de intelectuales que se denominan La Synthèse y que son capitaneados por el poeta Franz Hellen, Cendrars y Féla se dirigen a Bruselas. Durante su estancia en esta ciudad, aparte de constatar que La Synthèse se trata de un grupo de extravagantes intelectuales que se dedican a recorrer los bajos fondos, toman contacto con los inmigrantes turcos que les proporcionan drogas de moda en la época tales como el  hachís y el opio. A la vez que se aman apasionadamente, Cendrars encuentra tiempo para escribir nuevos poemas. No obstante agotadas las posibilidades de conseguir más experiencias en Bruselas, la pareja se marcha a Londres donde reside una temporada, para posteriormente instalarse en el emergente París de la bohemia. Es precisamente en París donde Cendrars descubre un libro singular que marcará los siguientes años de su vida: Le latin mystique, de Remy de Gourmont. Exploran el París popular, los turbios ambientes de la Place Blanche y se vinculan con los intelectuales anarquistas. Cendrars intenta interesar a los editores franceses con sus poemas, sin embargo no logra este objetivo y la supervivencia económica de la pareja se agudiza, de tal forma que Féla decide viajar a Nueva York para visitar a su hermana y buscar un poco de tranquilidad momentánea. Cendrars por su parte, decide volver a San Petersburgo, decidido a exorcizar los fantasmas que le persiguen desde la muerte de Heléne. Allí encuentra en la lectura de Schopenhauer la respuesta a sus dudas: “escribir, de inmediato, sin retrasos, regularmente”.
El 14 de noviembre de 1911 recibe un pasaje de barco San Petersburgo-Nueva York que le envía Féla desde los Estados Unidos. Una semana más tarde parte dispuesto a escribir un diario de a bordo titulado “Mi viaje a América”. “…Dios y el Diablo son mis juguetes favoritos. A uno le he ofrecido mi corazón sangrante lleno de sueños de amor, eternos, ilimitados. Al otro mi carne húmeda, los deseos precisos y cálidos. Me aburren los debates y peleas de este pequeño Dios y este pequeño Diablo, que se cuelgan a mis talones, uno buscando atrapar mi corazón, el otro mi sexo, mientras yo me río de sus volteretas. Yo soy el Poeta…Lo he derribado todo. He dejado atrás mi vida anterior, todo lo que sé, todo lo que ignoro, mis ideas, mis creencias, mis vulgaridades, mis demencias, mis estupideces, la vida y la muerte. Éste algo loco, inconformista, insensato. El vapor que se escapa. Espero el punto del día, el alba de la vida.”. Este fragmento corresponde a una de las páginas de su diario “Mi viaje a América”.
Seis meses después y contando ya veinticuatro años cumplidos, nace para la posteridad Blaise Cendrars, Freddy se despediría de la escena para dar paso al escritor que conocería el público. Cendrars es producto de la combinación del vocablo francés Cendre, cenizas, y del plural latino ars, arte: el arte de las cenizas. Dos meses después de este cambio de identidad y de destino, regresa a Europa a bordo del Volturno, un barco cargado de enfermos de tuberculosis, prostitutas y criminales que han sido expulsados de los Estados Unidos. Féla decide quedarse en Nueva York. Al poco tiempo de llegar a París, consigue publicar Pâques a New York. Guillaume Apollinaire, tras leer los poemas de Cendrars grita a los cuatro vientos que es el mejor poema que ha leído de toda la década. También se le abren a Cendrars las puertas de los medios artísticos vanguardistas de París, aparte de la posibilidad de conocer a Robert y Sonia Delauny, siendo precisamente con esta mujer con la que crea lo que se conoce como el primer poema simultáneo, es decir, traducir en colores el ritmo y la emoción en formas y topografías inéditas. De esta colaboración surge un libro que jamás se llegó a editar titulado: La prosa del Transiberiano y de la pequeña Jehanne de Francia. En esencia son poemas cuyas palabras hieren como cuchillos la sensibilidad, en tanto los colores le confieren una textura nueva. “He empleado la palabra “prosa” en el Transiberiano en el sentido que le da el latín bajo, “dictu”. Utilizar “poema” me parecía demasiado pretencioso demasiado cerrado. Prosa es más abierto”, aclaró Cendrars. El primer poema simultáneo había nacido a la luz, un tiempo nuevo empezaba a emerger también.
Durante el año 1913, Féla regresa de Nueva York y ambos deciden irse a vivir a una granja a las afueras de París. Cendrars escribe los 19 Poemas elásticos e inicia un nuevo libro que se titula El Panamá o las aventuras de mis siete tíos. A finales del año, regresan a París, alojándose en un apartamento, y sobre una cartulina doblada a modo de camisa esboza una novela inverosímil, que se titula provisionalmente Moravagine. El 7 de abril de 1914 nace Odilon, hijo al que ponen el nombre en honor del artista Odilon Redon, a quien Blaise admiraba por la utilización que éste hacía de los colores oníricos. Tras el nacimiento de este hijo deciden regresar nuevamente al campo. Sin embargo la tranquilidad se rompe cuando en agosto Alemania le declara la guerra a Francia. Cendrars que tiene la nacionalidad suiza y podía permitirse ser neutral, decide por el contrario luchar contra los alemanes y, pese a la oposición de Féla, se alista en el Tercer Regimiento de la Legión Extranjera. Cuando regresa de la guerra con tres días de permiso en 1915, Féla ya casi no lo reconoce, Céndrars es otro hombre tras asistir en las trincheras a los horrores de la guerra. Por esta época escribe un desgarrador y amargo poema que titula “Yo he matado”, que describe la trágica situación que se da en una lucha cuerpo a cuerpo con las bayonetas como armas. No obstante, aún le quedaban por vivir situaciones más trágicas. En un ataque a las posiciones alemanas, una ráfaga de metralla le arranca de cuajo el brazo derecho. Treinta años más tarde, en la extraordinaria novela autobiográfica “La mano cortada”, evocará este dramático suceso: “Legión o no Legión, me he comprometido y como muchas veces en mi vida, estaba listo para ir hasta el fondo de mis actos. Pero no sabía que la Legión me haría beber de ese cáliz hasta los excrementos para conquistar mi libertad como hombre. Ser. Ser un hombre y descubrir la soledad”. El resto de su vida, Cendrars padeció lo que en psicopatología se denomina el síndrome del miembro fantasma, llegando en su ironía a despedirse en sus cartas con “avec ma main ami”.
Termina la Guerra y Cendrars se encuentra con una medalla pero también con un brazo de menos. Decide olvidar los horrores de la Guerra y se entrega a una actividad frenética. Ya antes de la Guerra, durante su estancia en Nueva York, se había sentido fascinado por algo que él adelantaba como un futuro instrumento poético: el cine, por lo que sin pensarlo mucho decide dedicarse a escribir un extraño guión sobre la destrucción y la transfiguración universal al que denomina: El Fin del Mundo, filmado por El Ángel de Nôtre-Dame. En esta época conoce al director Abel Gance y participa en su película J’accuse. Gance queda completamente fascinado tanto por la personalidad como por el conocimiento intelectual de Cendrars y le ofrece ser su asistente de dirección en la película La Roue (1920). Entre medias Cendrars escribe y publica L’ABC du Cinéma, libro que marcará un hito en su tiempo y al que el joven realizador Jean Epstein le rendirá un entrañable homenaje por su clarividente visión del futuro cinematográfico. “Los últimos acontecimientos de las ciencias exactas, la Guerra Mundial, la concepción de la relatividad, las convulsiones políticas, todo hace prever que nos encaminamos hacia una nueva síntesis del espíritu humano, hacia una nueva humanidad, y que una nueva raza de hombres va a aparecer. Su lenguaje será el cine”. Además de este libro continúa escribiendo más guiones y publica numerosos artículos sobre arte, que combina preparando una serie de relatos orales africanos que posteriormente publicará con el título de “Antología Negra”.
Separado de su compañera Féla, Cendrars encuentra en la joven comediante Raymone Duchateau, el amor absoluto con el que siempre había soñado. Cansado de las intrigas literarias surgidas en el París de postguerra, parte a Roma con la intención de filmar su guión La Venus Negra, ya que sigue viendo en el cine más posibilidades sobre su futuro que en la escritura. Sin embargo, dificultades en el trabajo de equipo, vestuarios que se retrasan, poco interés del estudio cinematográfico por aportar la suficiente financiación, la enfermedad de Dourga, la protagonista, y por si fuera poco, la ascensión al poder de Benito Mussolini y el fascismo, le hacen ver la necesidad de regresar a París. Nuevamente tiene que partir de cero, por lo que imparte conferencias en España (En la Residencia de Estudiantes), Bélgica y otras ciudades europeas, colabora con distintas revistas y realiza diferentes trabajos para las editoriales como corrector, pero Cendrars se siente cada día más cansado y hastiado de la vieja y decadente Europa, motivo por el que decide viajar por primera vez a Brasil.
En 1923 Blaise Cendrars había conocido en París a Oswald de Andrade y a su mujer, la pintora Társila de Amaral, en casa de un extravagante mecenas Paulo Prado, el rey del café, quien invitó a Cendrars a que, cuando le apeteciera, visitara su casa en Brasil. Un año después, por lo que mencionábamos anteriormente, decide aceptar la invitación de Paulo y a bordo del Formosa, se dispone a iniciar su aventura brasileña. Durante la travesía escribe un cuaderno de viaje que titula: Hojas de ruta, pero esta no será su única producción literaria de abordo, además de dedicarse a dar forma definitiva a los viejos manuscritos de Moravagine y de L’Equatoria, escribe un segundo tomo de relatos perteneciente a su Antología Negra, y  un guión para un ballet, Plan de L’Aiguille, que dirigirá el director y comediógrafo Erik Satié. La llegada a Santos, Brasil, tiene anécdota de por medio: cuando Cendrars intenta descender del barco la policía de aduanas se lo impide. El motivo es que para entrar en Brasil es necesario tener los dos brazos. Paulo Prado interviene en su favor, y a partir de ahí todo serán honores y parabienes. La intelectualidad brasileña lo acoge y le saluda como a un nuevo Mesías. Cendrars termina adoptando al país como su segunda patria espiritual y entre este primer viaje y 1929 regresará a Brasil más de cinco veces para conocer y recorrer sus ríos, selvas y ciudades, visitando la Amazonia. También aprovechará esta circunstancia para conocer otras ciudades latinoamericanas entre las que se incluye Buenos Aires, Argentina. Estas experiencias darán como fruto su extraordinario libro El Oro, la maravillosa historia de Johann August Sutter. Una novela innovadora por su estilo ágil, directo, incisivo que está escrita en clave del presente del indicativo. “Un punto de ruptura en la literatura francesa”, escribe sobre él Philipe Soupault, crítico de gran prestigio en Francia. Otra excelente crítica es la que recibe la aparición en las librerías de la novela tantas veces postergada, Moravagine, a la que los críticos resaltan con los calificativos de novela mezcla de crueldad, sensualidad y lirismo, pero coincidiendo todos en que se trata de una obra de gran poder alucinatorio y que engancha desde la primera página hasta la última. Cendrars viajó mientras tanto a Portugal, Alemania e Inglaterra. Incluso estuvo en Pamplona dónde disfrutó de la fiesta de  San Fermín.
Durante la década de los años treinta Cendrars prosigue sus viajes al volante de su potente Alfa Romeo, que conduce con gran precisión con su brazo izquierdo. Cubrió, para el París-Soir, el viaje inaugural del Normandie, un transatlántico que aportaba la nueva modalidad de las comunicaciones radiofónicas: todas las noches se podía escuchar en directo por una radio de París, la música del baile que se celebraba a bordo. También escribe Rhum, una novela similar en estilo a la de El Oro, donde un diputado de la Guayana muere y la autopsia descubre que carecía de corazón.
En 1936 viaja nuevamente a los Estados Unidos, en este caso a California, donde asiste al estreno de Sutter’s Gold, una película que está basada en su libro El Oro. Cendrars aprovecha el viaje para escribir una serie de artículos que van apareciendo diariamente en un periódico parisino sobre Hollywood, donde mezcla el humor negro con ácidos comentarios sobre la vida social de las estrellas del momento. El resultado final de estas crónicas, será un libro titulado “Hollywood Meca del Cine”, con ilustraciones de Jean Guérin, obra que muchos críticos sitúan como un adelanto de lo que años después conoceríamos de mano de Tom Wolfe como nuevo periodismo.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial se alista nuevamente, sólo que en este caso como corresponsal de guerra. Viste el uniforme de oficial británico y cubre periodísticamente el frente de Arras lugar que, ante los bombardeos de los alemanes, abandonan los británicos replegándose a su lugar de origen, por lo que desilusionado y abatido al ver ocupada también Francia por los alemanes, se monta en su Alfa Romeo y decide exiliarse a Aix-en-Provence a la espera de tiempos mejores.
Durante las décadas siguientes y hasta su muerte acaecida a principios de 1961, Cendrars siguió escribiendo alguno de los mejores libros y precisamente los que más fama y reconocimiento le han proporcionado a su larga carrera como escritor, tales como El Hombre Fulminado (1945), La Mano Cortada (1946), Bourlinguer (1948) y Le Lotissement du Ciel (1945), libros de los que el lector encontrará referencia más adelante. También durante estos últimos años recibió la Legión de Honor y la medalla Militar, y en 1961, el mismo año de su fallecimiento, fue galardonado con el Gran Premio Literario de la Villa de París.
Blaise Cendrars representa, como ningún otro autor de su época y de su generación, la puesta en práctica de las teorías vanguardistas que han dado tanto color a este siglo, especialmente el futurismo. De forma similar a la de su aventajado discípulo y amigo Henry Miller, rompió con los corsés y las normas habituales que la literatura de su época imponía a los autores existenciales y, sin por otro lado, rechazar en absoluto sus orígenes – no en vano combatió dos veces por la libertad de Francia -, pone al borde del vacío su vida, cuestionándose un mundo que caminaba, en su opinión, al más absoluto caos. Cendrars necesitó continuamente consumir su fuerza vital, su individualismo libertario, describiendo, dando vida a unos personajes que asumen, de forma semejante a chivos expiatorios, grandes conflictos arquetípicos de nuestro mundo contemporáneo. Para escribir hay que estar poseído y obsesionado. ¿Qué posesiona y obsesiona a Blaise Cendrars? La vida, probablemente. Es un hombre enamorado de la vida como se puede apreciar en la mayoría de su narrativa autobiográfica. No importa en absoluto que a veces lo niegue, no importa que en algún momento rechace el tiempo que le ha tocado vivir o llegue incluso a atacar a sus propios contemporáneos y colegas en las artes, no importa que compare su propio pasado reciente con el presente que vivió, y encuentre que éste último es peor, no importa que deplore las tendencias, las inclinaciones, las filosofías y la conducta de los hombres de su época, es él, el único hombre de su tiempo que ha proclamado y anunciado el hecho de que hoy puede ser un día profundo y hermoso. Y esto es simplemente porque Cendrars domina toda la vida del pasado, el presente y el futuro, sabe vivir y deja vivir. “La literatura forma parte de la vida. Cualquier vida es un poema y una dinámica. Yo no soy más que una palabra, un verso, una profundidad en un sentido silvestre, más místico y viviente”, escribe Cendrars en uno de sus mejores libros de ensayo titulado Aujourd’hui (1931).
Amigo de Apollinaire, Max Jacob y Pablo Ruiz Picasso entre otros, lo consideran sus amigos como uno de sus más adelantados compañeros de viaje. Cendrars participó en publicaciones cubistas como Les Soires de Paris, expresionistas como Der Sturm, futuristas como Noi o Portugal Futurista y dadá como Cabaret Votaire, lo que da una visión de que prácticamente casi ningún movimiento o idea de su tiempo, escapó a su interés. Autor de libros tan dispares entre sí que da la impresión de marchar en infinitas direcciones al mismo tiempo. Es en palabras de Henry Miller “un hombre realmente desplegado y un escritor desplegado…”.
Henry Miller solía indicar que lo fundamental que debía conocerse sobre Blaise Cendrars es que “fue un hombre compuesto de muchas partes”. En diferentes ocasiones señaló que él no escribía con la fantasía, sino la experiencia de lo vivido. Posiblemente la clave para quien quiera  conocer su biografía real sea acudir a la lectura de su producción literaria. Vida y obra nos mostrarán que Cendrars configura una simbiosis casi perfecta entre realidad y fantasía, para él la vida es lo más importante, ni siquiera en los momentos más dramáticos o desesperanzados dejó de advertir esta aparente obviedad que, como decía Miller, muy pocos tienen en cuenta. Quizás esta dualidad para confundir realidad con fantasía fue la causa de que, durante una gran parte de su vida, comentara a sus íntimos que estaba preparando un libro sobre los libros jamás pensados o escritos, o los que jamás se editarán por no existir, incluso tenía título para este raro ejemplar: Manual de la bibliographie des livres jamais publiés ni nême écrits. Cendrars tiene dos biografías, una trata sobre su vida “real”, la vida de un hombre que amó, soñó y sufrió con un nombre que no había solicitado. La otra no es menos real, no menos fascinante o fantástica, es ni más ni menos que la de ese otro, Blaise Cendrars. Cualquiera de las dos impone su personalidad una sobre la otra.
Posiblemente el rasgo más característico y esencial que tienen en común Henry Miller y Blaise Cendrars es que ambos son espíritus libres. Ninguno de ellos está de acuerdo con las normas y moralidad, elaboradas por el hombre, del mundo, pero al mismo tiempo están demasiado ocupados en vivir la vida para preocuparse de semejantes bagatelas. No sienten en apariencia deseos de mejorar el mundo. Comparten el punto de vista oriental de que hacer bien puede causar el efecto contrario, es decir, el mal. Ambos comparten un sentido de la libertad, que procede de una liberación interior, una liberación que en cualquier caso debe volver a efectuarse cada día. “Un hombre que ha saboreado la libertad – escribe Miller en un artículo que apareció en la revista francesa Risques -, y Cendrars es con seguridad uno de ellos, no teme extraviarse del camino. Hace el camino él mismo, donde quiere que vaya. Tiene tiempo que perder y lo pierde con total indiferencia…Incluso cuando está sentado en cuclillas e impasible en una cómoda silla, moviendo sólo los labios, este Cendrars nuestro tiene un algo que le hace poner mundos en movimiento. Sólo oírle hablar de una astilla, si la astilla es su tema del momento, es una lección en el arte de la demostración. Gracias a esta extraordinaria totalidad Cendrars se revela como una de las figuras con más ternura que jamás haya existido”. Este comentario de Henry Miller es incuestionable para cualquier lector de, por ejemplo, el extraordinario libro “El Hombre Fulminado”, dónde se asiste a uno de los mejores ejercicios de sensibilidad transmitidos a través de la lectura, y que pocos autores son capaces de realizar. ¿Puede alguien, ante este perfil que desarrolló Miller de Blaise Cendrars, dudar que fuera o incluso ahora sea capaz de transmitir ese “delirio comunicativo”, que tanto solicitó a lo largo de su vida el “alocado” Antonin Artaud en el artista?
Mayoritariamente Blaise Cendrars es conocido como narrador, sin embargo, su carrera literaria la inició como poeta publicando en 1912 el libro Pascua en Nueva York, y la Prosa del Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia, no obstante después de haber publicado estos poemas de tono más bien simbolista, decidió orientarse hacia el expresionismo y la vanguardia, siendo en este campo de la vanguardia, donde desarrolló toda una inventiva en la forma de narrar. Era un explorador e investigador de los hábitos y acciones de los hombres, hoy podríamos decir más bien, un extraordinario psicólogo del conocimiento y exploración de la psicología humana, de ahí posiblemente su elocuente forma de narrar y la verosimilitud que transmite en los hechos que relata, y que hace muy difícil establecer dónde empieza la vivencia propia o la imaginación del novelista. Años después su aventajado discípulo Henry Miller narraría de forma similar. Cendrars tiene la facultad de obtener “su noticia” mediante un proceso de osmosis aparentemente nunca busca nada deliberadamente. De ahí que su propia vida, su propia historia, siempre aparezca en sus libros entretejida con las historias de otros hombres. No cabe duda de que poseía el arte de la destilación, pero lo que le interesaba vitalmente era la naturaleza alquímica de todas las relaciones humanas. Esta constante y eterna búsqueda en la obra de Cendrars de lo transmutativo, le permite, revelar a los hombres ante sí mismos y ante el mundo, lo lleva a exaltar las virtudes de los individuos, a reconciliarlos con sus defectos y debilidades, aumentar en definitiva nuestro conocimiento y respeto por lo esencialmente humano, en cualquier caso a profundizar en nuestro amor y compresión de lo que para Cendrars sería el mundo.
Intentar encontrar las influencias en la poesía y la narrativa de Cendrars es arduo y complicado porque pertenece a una generación que contemplaba al siglo XIX como un imposible, a la vez que el futuro parecía acercarse avanzando a pasos acelerados. Quizás es por lo que debió de pensar que lo más acertado era que la poesía también buscara ese imposible. De esta deducción  no es raro que encontremos que muchos de los poemas de Cendrars se basen en citas de otros textos, aunque en honor a la verdad hay que indicar que se diferencian en gran medida de la técnica de préstamo que utilizaron los poetas modernistas anglosajones, tales como Eliot o Pound que asumían sin ningun rubor la referencia que copiaban. Cendrars no entra en asumir una literatura capaz de evocar a la vida ecos olvidados de otras épocas, no trata de asumir citas literarias, sino de utilizar elementos que como el collage o el pastiche, elaboren ambiciones artísticas que a partir del mismo momento en que son plasmadas por el poeta unifiquen pasado con presente. Todo esto sucede, vale la pena mencionarlo, varias décadas antes de que a ningún otro poeta o narrador se le ocurriera hablar de los preceptos teóricos del llamado postmodernismo.
En 1914 apareció publicado el poema Mee too boogie, donde muchos de sus fragmentos habían sido construidos por Cendrars a partir de un viejo libro de viajes a las Islas Tonga, de John Martinm, basado en las descripciones de William Mariner y que se había publicado por primera vez en Francia en 1817. Aunque en la edición del poema aparecen datos que señalan cierta claridad sobre los significados ocultos de alguna de las expresiones que aparecen como por ejemplo: (Mee too boogie, es una danza, fango-fango, una flauta nasal, Bolotoo, una isla y Papalangi, en nombre que los nativos daban a los europeos), siendo la verdadera intención de Cendrars que el lector asociara libremente en función de aspectos tales como la musicalidad, el ritmo y el significado abierto que le sugirieran o le evocaran estos vocablos. No estaba realmente interesado en describir poéticamente la vida de los nativos de Tonga, sino en realizar una poesía libre, un poco en la línea que utilizaban los pintores cubistas al añadir materiales de la “realidad” (trozos de periódicos, cartas, carteles, e incluso restos de papel higiénico), para redefinirlos a través de la nueva creación. En definitiva, liberar de su contexto una cita, para que esta adquiera una nueva dimensión. De esta forma Cendrars intenta crear un modelo de poesía que utilice la espontaneidad subjetiva del lenguaje y sobre todo la libertad de utilizarlo frente a las férreas ataduras que impone la gramática convencional. Es totalmente partidario de una poesía abierta a todos los lenguajes de los nuevos tiempos: “Amamos todos los neologismos, las lenguas bárbaras y precisas de la técnica y las ciencias naturales, las lenguas extranjeras y las idioteces de los dialectos”. Resumiendo: Cendrars apostaba por lo que hoy es una realidad: la creación multirracial en todos los órdenes de las artes, el mestizaje entre culturas. Para Cendrars el tiempo no contaba, tampoco los dogmas ni las formas, era más interesante para él descubrir esos destellos imperceptibles que configuran el lenguaje de las sombras, y que a veces la miopía de los seres humanos se impone no verlos. Posiblemente por eso valoraba los nuevos iconos de la cultura popular tales como los folletines y el cine, sin despreciar por ello “la alta cultura”, para inducir en su poesía cambios e innovaciones hacia la modernidad.
Cendrars combina las facultades del poeta, del vidente y del profeta al mismo tiempo, elementos esenciales para ser un extraordinario reportero, obviamente valores hoy en absoluto desuso. Innovador e iniciador, siempre es el primero en prestar testimonios, dándonos a conocer a los verdaderos precursores, a los verdaderos aventureros,  a los verdaderos descubridores entre nuestros contemporáneos. Cendrars ejerció así mismo como guionista de cine y crítico de arte. La Rouée, (1923) que fue filmada por Abel Gance. Picasso, Braque, Chagall, Archipenko y, sobre todo, Léger y los esposos Delauny ocuparon en este espacio de creación cinematográfica toda su atención. Con Léger le unió la común pasión por el urbanismo, la naturaleza salvaje, la máquina, la velocidad (Blaise Cendrars conducía a grandes velocidades, pese a tener útil sólo su brazo izquierdo, su potente Alfa-Romeo por los más escarpados y peligrosos terrenos) y la publicidad. Llegó a firmar la siguiente ecuación “Poesía = Publicidad”, y mostró su “envidia sana” por Maiakovski, al haber podido éste contribuir notablemente a la revolución socialista con sus conocidos poemas murales.
En los largos viajes que realizó a las profundidades de la selva amazónica, a los desiertos, a la selva, a las enormes pampas y a las innumerables ciudades a las que viajó, Cendrars no dejó en ningún momento de buscar bibliotecas dónde poder sepultarse a examinar cualquier documento por raro y extravagante que pudiera hallar. Escrutó archivos enteros de documentación esotérica, fotografió innumerables documentos de tradición ocultista, y según varias versiones, al parecer dignas de todo crédito, hasta podría haberse dedicado a robar libros, manuscritos y documentos valiosos de todo tipo en su inconmensurable voracidad por aprender. No sería extraño, si consideramos su insaciable apetito por todo lo que olía a raro, a curioso y a prohibido.  En cualquier caso, leyendas aparte, la realidad es que llegó a ser uno de los más documentados escritores, a la hora de citar o comentar cualquier episodio extraordinario o inverosímil.
En nuestro país a Blaise Cendrars se le tuvo en cuenta debido a los núcleos restringidos de ultraístas, fundamentalmente los que representaba Ramón Gómez de la Serna y Guillermo De Torres en la publicación Literaturas Europeas de Vanguardias. Manuel Azaña tradujo en 1930, para la editorial Zenit la Antología Negra, y que para vergüenza y escarnio no se encontraría disponible para los lectores en los años posteriores a la Guerra Civil, salvo en la edición argentina. Julio Gómez de la Serna hizo lo propio con Las Confesiones De Dan Vack (Madrid, Galo Sáez, 1930). El Oro fue publicado en 1935 en La Revista Literaria que se editaba semanalmente en Madrid, T. de F. Ginestral también hizo la traducción al castellano del libro titulado El Plan de la Aguja editado en 1931 sin pie de edición. A partir de aquí no sería hasta entrados los años sesenta, cuando el sector editorial español volvió a fijarse nuevamente en Blaise Cendrars editando en 1963 El Oro y el Hombre Fulminado, ambos por la editorial Vergara. Posteriormente en 1969 aparece La Mano Cortada también en la editorial Vergara. Tras un prolongado paréntesis, hasta 1974, no vuelve a aparecer ninguna obra de Cendrars, siendo en este año cuando se vuelven a editar Ron, La Aventura de Jean Galmot y una nueva versión de El Hombre Fulminado esta vez en la editorial Nostromo. En 1975 en Buenos Aires se publica Poesía Completa en Ediciones Librerías Fausto, en 1977 aparece Moravagine editado por Alfaguara cerrándose el ciclo con la aparición de Llévame al Fin del Mundo en Argos Vergara y Cuentos Negros para Niños Blancos en la colección Austral Juvenil, ambos en 1983, siendo hasta el momento todo lo que el lector español puede encontrar a su disposición – no sin gran dificultad en las librerías de viejo -, posiblemente de uno de los mejores escritores que nos ha deparado el siglo XX.
Analizando más detenidamente algunas de sus obras, sobre todo las traducidas a nuestro idioma, destaca por encima de todas la titulada El Hombre Fulminado. Novela difícilmente clasificable – por no decir imposible – que discurre entre la literatura de ficción y la cruda realidad y en la que, a veces, Cendrars nos lleva de la fantasía del sueño y del mito a la realidad, imposibilitándonos diferenciar si nos encontramos con la verdad o con una verdad a medias. Si tuviéramos que elegir un autor comparativo a Cendrars sin lugar a dudas Julio Cortázar sería el más próximo a él, no solamente por el estilo veloz, incisivo y plástico similar al del ritmo jazzístico, sino también por la incansable necesidad de conocer a través del viaje cualquier lugar del mundo. Su obra, de forma similar a la de Cortázar, nos muestra en forma secuencial los episodios en los que se entrelazan innumerables historias aparentemente caóticas de hombres, paisajes, palacios, tabernas portuarias, damas de alto copete, bribones y malhechores representativos de la fauna más abyecta, todo ello sin perder en su narrativa un halo nada despreciativo de romanticismo y poesía, es decir, un deleite para el espíritu y para la mente. En esta novela también aparecen claves del mundo cinematográfico al que Blaise Cendrars pertenece no solamente como entusiasta seguidor sino como un profesional del medio, pues a lo largo de su vida rodó numerosos documentales y dirigió y escribió guiones cinematográficos. Curiosas por ser raramente objeto de interés narrativo son las descripciones que Cendrars realiza en esta obra de la cultura gitana, usos y costumbres que a priori pueden parecernos extravagantes e incluso a veces deplorables, son diseccionadas por el autor dotándolas de entendimiento, y haciéndolas comprensibles y comparativas con las formas de la cultura occidental. Finalmente se puede decir que pese a la dificultad que a veces supone enfrentarse a las pésimas traducciones que ha sufrido la obra de Cendrars, sobre todo en las décadas de los setenta y ochenta, El Hombre Fulminado es uno de los libros más entretenidos que se han editado a lo largo del siglo XX, sólo comparable a los Trópicos de su amigo y albacea testamentario Henry Miller, felizmente continuador en parte del estilo y la personalidad del propio Cendrars.
La Mano Cortada es otra de las obras maestras de Blaise Cendrars, de forma similar a la anterior su clasificación es imposible, sin duda también con carácter autobiográfico maneja las mismas claves de mezclar fantasía con realidad, impidiéndonos discernir entre ambas. Escrita entre 1944 y 1946, la novela expresa de forma magistral las inútiles atrocidades de la Segunda Guerra Mundial,  indirectamente, eso sí, porque en la realidad Cendrars se está refiriendo a las atrocidades que ocurrieron en la Primera Guerra Mundial. El título se refiere a la mano derecha (al brazo para ser más exactos), que Cendrars perdió durante una de las acciones que tuvo que llevar a cabo durante la contienda bélica de esta última guerra, pero que él de forma desapasionada y con gran humor e ironía utiliza no sólo como título del libro sino como clave para reflejar el absurdo de las guerras y las nefastas consecuencias que tienen no sólo en la psicología  sino en el físico como es su caso.

Bibliografía en español:
EL PLAN DE LA AGUJA
Editorial Dedado. Madrid 1932

EL ORO
Ediciones Revista Literaria. Madrid 1935

RON. LA AVENTURA DE GEAN GALMOT
Editorial Fontamara. Madrid 1974

EL HOMBRE FULMINADO (CON PRÓLOGO DE HENRY MILLER)
Ediciones Nóstromo. Madrid 1974

MORAVAGINE
Ediciones Nóstromo. Madrid 1975



LA MANO CORTADA
Editorial Argos Vergara. Barcelona 1980

LLEVAME AL FIN DEL MUNDO
Editorial Argos Vergara. Barcelona 1982

CUENTOS NEGROS PARA NIÑOS BLANCOS
Espasa Calpe. Madrid 1984

HOLLYWOOD, LA MECA DEL CINE
Ediciones Parsifal. Barcelona 1989

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